El poeta y fundador de Terrear Ediciones, William Jiménez, conversa con Carlos César Silva a propósito de su nuevo libro de cuentos ‘La cacería de los perturbados’, cuyo lanzamiento se llevará a cabo el próximo jueves 9 de diciembre a las 6:30 p.m. en el auditorio Macondo de la Universidad del Área Andina y el viernes 10 de diciembre a las 7:00 p.m. en el bar La Bodeguita.
Yo jugaba en el equipo de fútbol juvenil de La Paz, Cesar, era delantero, nueve, hacía entre quince y veinte goles por temporada. De hecho, ganamos dos veces la Liga Departamental y competimos en otras regiones. Una vez me llamaron para entrenar con la selección Cesar, traté de hacer las cosas bien, pero no quedé en la lista final que jugó el zonal Caribe. Entonces, en un arranque de autocrítica, tal vez extraño en un muchacho de quince años a quien nada le parecía imposible, concluí que no era lo suficientemente bueno para convertirme en jugador profesional.
Me faltaba ser más potente, veloz y habilidoso. Así que decidí apostarle todo al estudio para salir adelante. Estaba haciendo décimo de bachillerato, mi familia no era adinerada y no podía seguir perdiendo el tiempo. Desde ese momento me propuse a dejar de ser un estudiante indisciplinado, mediocre. Comencé a visitar con mayor frecuencia la biblioteca municipal de La Paz, que fue donde crecí.Leí algunos libros de ciencias sociales y matemáticas para resolver las tareas escolares, pero luego me cautivó de forma perturbadora el mundo de la literatura: García Márquez, Rulfo, Cortázar, Quiroga, Monterroso. Descubrí, a través de la lectura, otros espacios y otros tiempos. Hasta traté de escribir una novela que se llamaba El cabaret del río muerto. Ya estaba perdido, mi destino era narrar historias.
Mencionaré a esos que más consulto, que son un referente para mí: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Rubem Fonseca, Roberto Bolaño, Guillermo Arriaga, Raymond Carver, Charles Bukowski y William Burroughs. Ellos me han ayudado a construir un estilo donde predomina la brevedad, la fluidez, las diversas estructuras narrativas, la acción y el salvajismo.
Mi escritura proviene de la vida diaria. Es el resultado de mis lecturas, mis experiencias y las situaciones que a otros les pasan. Trabajo con la percepción, la memoria, la información y los testimonios. Mis cuentos a veces evocan hechos del pasado, pero siempre aterrizan en el hoy, en el tipo que sale a cazar, pero termina cazado, el niño que ignora que su abuelo querido lo quiere violar y el político corrupto que es traicionado por su mejor amigo. Mi mundo es la realidad, mi lenguaje es directo y mi ritmo es vertiginoso. Corrijo mucho, más que escribir, reescribo. Me fascina el narrador en segunda persona porque es más intenso y poético, pero comprendo que cada historia necesita una voz adecuada y verosímil.
A pesar de su brevedad, el cuento tiene la capacidad de condensar diversas expresiones artísticas. Ya lo demostró Julio Cortázar con el magistral relato ‘El perseguidor’, donde hace referencia al jazz. En mi caso, la música me ha servido para explorar estructuras y ritmos narrativos. El vallenato clásico, la ranchera, el reggae, el pop y el rock en español han sido claves para cimentar y ambientar mis historias.
Por otro lado, veo películas y leo libros para comprender más el arte de escribir. El cine, en mi formación como escritor, está a la par de la literatura. Me ha ayudado a construir mejor las escenas, los diálogos y los personajes. Me enseñó a manejar los tiempos, a usar un lenguaje más depurado, a no abusar de la imagen y a preferir la acción sobre la reflexión. Le debo mucho a Quentin Tarantino, a los hermanos Coen, a Bong Joon-ho, a Pedro Almodóvar, a Alejandro González Iñárritu, a Juan José Campanella, entre otros.
El verdadero arte altera el espíritu humano, provoca pesadillas, embriaga, seduce al inquebrantable, conduce a abismos insospechados, rompe cadenas, se burla de lo cotidiano y escupe en la cara del poder.
Tal vez ‘La cacería de los perturbados’ puede llegar a sacudir el espíritu y la conciencia de aquellos lectores que encuentren alguna similitud entre sus vivencias y estos cuentos. No hay cosa más trastornadora que verse en un espejo.
Los personajes de mis cuentos son ordinarios, cotidianos. Sus alucinaciones, sus tragedias y sus frustraciones no son extrañas a la realidad. Es fácil identificarse con ellos o encontrar en su esencia a un familiar delincuente, un amigo morboso o un asesino de cualquier lugar del planeta. Aunque van de un lugar a otro como si nada, su alma está podrida, tienen sed de venganza, ganas de humillar al prójimo. La cacería de los perturbados retrata una sociedad salvaje, mezquina, de supermachos y desdichados. Su hilo conductor es la violencia intrafamiliar, estatal, guerrillera, paramilitar, común, espiritual. En estos cuentos hasta la felicidad y el amor resultan perturbadores.
La ciudad está en el espíritu de los personajes. Valledupar es el tipo que sale a robar en una moto, el sicario que deja viva a su víctima, el hijo que es despreciado por sus padres porque canta en una banda de rock, la mujer que es golpeada por su esposo, el policía corrupto que se emborracha con la música de Diomedes Díaz, el limpiavidrios venezolano que está aburrido de pasar hambre y el fiscal que confunde la venganza con la justicia. Estos son conflictos que tiene cualquier pueblo que está convirtiéndose en ciudad. Ese transito es feroz, la gente no se desconecta totalmente de su cultura rudimentaria y, al mismo tiempo, tiene que confrontar los nuevos líos que se originan con el ambiente urbano.
Creo que hay una tradición literaria, pero está en proceso de consolidación. Fíjate, resulta difícil hablar de clásicos de la literatura del Cesar, pero seguramente hay dos o tres libros que son fundamentales. Esto irá afianzándose con los años. Faltan algunos encuentros y desencuentros literarios a través del tiempo, más estudios, debates, reconocimientos y decepciones. Actualmente se está escribiendo bastante. Diferentes generaciones de escritores están confluyendo en la publicación de sus obras. Hay una especie de explosión creativa en el Cesar. Eso ayudará a fortalecer esa tradición.
Por William Jiménez.
El poeta y fundador de Terrear Ediciones, William Jiménez, conversa con Carlos César Silva a propósito de su nuevo libro de cuentos ‘La cacería de los perturbados’, cuyo lanzamiento se llevará a cabo el próximo jueves 9 de diciembre a las 6:30 p.m. en el auditorio Macondo de la Universidad del Área Andina y el viernes 10 de diciembre a las 7:00 p.m. en el bar La Bodeguita.
Yo jugaba en el equipo de fútbol juvenil de La Paz, Cesar, era delantero, nueve, hacía entre quince y veinte goles por temporada. De hecho, ganamos dos veces la Liga Departamental y competimos en otras regiones. Una vez me llamaron para entrenar con la selección Cesar, traté de hacer las cosas bien, pero no quedé en la lista final que jugó el zonal Caribe. Entonces, en un arranque de autocrítica, tal vez extraño en un muchacho de quince años a quien nada le parecía imposible, concluí que no era lo suficientemente bueno para convertirme en jugador profesional.
Me faltaba ser más potente, veloz y habilidoso. Así que decidí apostarle todo al estudio para salir adelante. Estaba haciendo décimo de bachillerato, mi familia no era adinerada y no podía seguir perdiendo el tiempo. Desde ese momento me propuse a dejar de ser un estudiante indisciplinado, mediocre. Comencé a visitar con mayor frecuencia la biblioteca municipal de La Paz, que fue donde crecí.Leí algunos libros de ciencias sociales y matemáticas para resolver las tareas escolares, pero luego me cautivó de forma perturbadora el mundo de la literatura: García Márquez, Rulfo, Cortázar, Quiroga, Monterroso. Descubrí, a través de la lectura, otros espacios y otros tiempos. Hasta traté de escribir una novela que se llamaba El cabaret del río muerto. Ya estaba perdido, mi destino era narrar historias.
Mencionaré a esos que más consulto, que son un referente para mí: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Rubem Fonseca, Roberto Bolaño, Guillermo Arriaga, Raymond Carver, Charles Bukowski y William Burroughs. Ellos me han ayudado a construir un estilo donde predomina la brevedad, la fluidez, las diversas estructuras narrativas, la acción y el salvajismo.
Mi escritura proviene de la vida diaria. Es el resultado de mis lecturas, mis experiencias y las situaciones que a otros les pasan. Trabajo con la percepción, la memoria, la información y los testimonios. Mis cuentos a veces evocan hechos del pasado, pero siempre aterrizan en el hoy, en el tipo que sale a cazar, pero termina cazado, el niño que ignora que su abuelo querido lo quiere violar y el político corrupto que es traicionado por su mejor amigo. Mi mundo es la realidad, mi lenguaje es directo y mi ritmo es vertiginoso. Corrijo mucho, más que escribir, reescribo. Me fascina el narrador en segunda persona porque es más intenso y poético, pero comprendo que cada historia necesita una voz adecuada y verosímil.
A pesar de su brevedad, el cuento tiene la capacidad de condensar diversas expresiones artísticas. Ya lo demostró Julio Cortázar con el magistral relato ‘El perseguidor’, donde hace referencia al jazz. En mi caso, la música me ha servido para explorar estructuras y ritmos narrativos. El vallenato clásico, la ranchera, el reggae, el pop y el rock en español han sido claves para cimentar y ambientar mis historias.
Por otro lado, veo películas y leo libros para comprender más el arte de escribir. El cine, en mi formación como escritor, está a la par de la literatura. Me ha ayudado a construir mejor las escenas, los diálogos y los personajes. Me enseñó a manejar los tiempos, a usar un lenguaje más depurado, a no abusar de la imagen y a preferir la acción sobre la reflexión. Le debo mucho a Quentin Tarantino, a los hermanos Coen, a Bong Joon-ho, a Pedro Almodóvar, a Alejandro González Iñárritu, a Juan José Campanella, entre otros.
El verdadero arte altera el espíritu humano, provoca pesadillas, embriaga, seduce al inquebrantable, conduce a abismos insospechados, rompe cadenas, se burla de lo cotidiano y escupe en la cara del poder.
Tal vez ‘La cacería de los perturbados’ puede llegar a sacudir el espíritu y la conciencia de aquellos lectores que encuentren alguna similitud entre sus vivencias y estos cuentos. No hay cosa más trastornadora que verse en un espejo.
Los personajes de mis cuentos son ordinarios, cotidianos. Sus alucinaciones, sus tragedias y sus frustraciones no son extrañas a la realidad. Es fácil identificarse con ellos o encontrar en su esencia a un familiar delincuente, un amigo morboso o un asesino de cualquier lugar del planeta. Aunque van de un lugar a otro como si nada, su alma está podrida, tienen sed de venganza, ganas de humillar al prójimo. La cacería de los perturbados retrata una sociedad salvaje, mezquina, de supermachos y desdichados. Su hilo conductor es la violencia intrafamiliar, estatal, guerrillera, paramilitar, común, espiritual. En estos cuentos hasta la felicidad y el amor resultan perturbadores.
La ciudad está en el espíritu de los personajes. Valledupar es el tipo que sale a robar en una moto, el sicario que deja viva a su víctima, el hijo que es despreciado por sus padres porque canta en una banda de rock, la mujer que es golpeada por su esposo, el policía corrupto que se emborracha con la música de Diomedes Díaz, el limpiavidrios venezolano que está aburrido de pasar hambre y el fiscal que confunde la venganza con la justicia. Estos son conflictos que tiene cualquier pueblo que está convirtiéndose en ciudad. Ese transito es feroz, la gente no se desconecta totalmente de su cultura rudimentaria y, al mismo tiempo, tiene que confrontar los nuevos líos que se originan con el ambiente urbano.
Creo que hay una tradición literaria, pero está en proceso de consolidación. Fíjate, resulta difícil hablar de clásicos de la literatura del Cesar, pero seguramente hay dos o tres libros que son fundamentales. Esto irá afianzándose con los años. Faltan algunos encuentros y desencuentros literarios a través del tiempo, más estudios, debates, reconocimientos y decepciones. Actualmente se está escribiendo bastante. Diferentes generaciones de escritores están confluyendo en la publicación de sus obras. Hay una especie de explosión creativa en el Cesar. Eso ayudará a fortalecer esa tradición.
Por William Jiménez.