Con una leve adaptación, esta frase también podría servirnos para narrar el final trágico del mural “Valledupar, tierra de Dioses”, en la Capital Mundial del Vallenato: una ciudad que, extrañamente, entierra de la manera más espantosa las expresiones que reflejan su tradición oral y musical.
En su famosa novela ‘Crónica de una muerte anunciada’, Gabriel García Márquez revela prontamente el desenlace de su trama al anunciar que “Nunca hubo una muerte más anunciada” que la de Santiago Nasar. Esta portentosa obra literaria, que hoy recordamos de manera interesada, brilla por la crueldad del designio que reconstruye, pero también por la inclemencia del entorno social que retrata.
Con una leve adaptación, esta frase también podría servirnos para narrar el final trágico del mural “Valledupar, tierra de Dioses”, en la Capital Mundial del Vallenato: una ciudad que, extrañamente, entierra de la manera más espantosa las expresiones que reflejan su tradición oral y musical.
En realidad, nunca hubo un olvido más anunciado que el del mural del artista Germán Piedrahita en la Plaza Alfonso López. El olvido, recuerden, se estaba preparando desde el momento en que resonó la noticia en las redes sociales de una destrucción realizada a plena luz del día –desde la misma Alcaldía de Valledupar con brocha y pintura blanca– y que centenares de personas replicaron su indignación con comentarios malhumorados.
Varios gestores y ciudadanos se encontraron y organizaron con la esperanza de defender la memoria de Germán Piedrahita y rescatar sus ilustraciones de la Leyenda de Francisco El Hombre y la Leyenda Vallenata. Con esta intención se fueron a denunciar ante la Personería Municipal lo que, hasta entonces, no tenía nombre: la aniquilación de una obra de un pintor que había fallecido dándolo todo por su ciudad. Era como una segunda muerte. Una muerte en cámara lenta. Y cuando se hallaron reunidos en la institución, el personero reconoció sorpresivamente que ya se había puesto en contacto con el alcalde antes de reunirse con los artistas. Así –de algún modo– reconocía también que se había puesto de acuerdo con el dirigente para rebajar la tensión. Era otra prueba de que el olvido se estaba gestando.
Recuerde, estimado lector, que el olvido se alimenta de las reuniones innecesarias y las sonrisas forzadas. Y el olvido se hizo más notorio al día siguiente, cuando los ciudadanos, gestores y artistas que defendían el bien patrimonial acudieron al encuentro propuesto por el personero municipal, y pudieron hablar en la sala de juntas con el alcalde y un grupo de representantes de su administración. Allá recibieron las excusas más grotescas de por qué se había destruido un muro de bahareque y cómo habían hecho todo para saltarse los procedimientos legales y administrativos. Los brochazos de pintura blanca y los parches de cemento fueron la mejor forma de salvar una pared, explicaron los funcionarios sin creérselo, y al final, el alcalde se disculpó por no haber avisado antes a la comunidad (así lo tituló el periódico EL PILÓN, pero nadie ya se acuerda). En cuanto a excusas se refiere, nadie se disculpó por el acto cruel de destrucción y nunca se expresó públicamente el director de la Casa de la Cultura sobre el valor simbólico de aquella obra. Esto era también la evidencia de un olvido premeditado.
Desde ese momento, la Alcaldía expuso notables señas de nerviosismo. Era innegable que los artistas y ciudadanos estaban determinados y dispuestos a conservar la memoria de un bien de todos, y por eso, desde ese momento, el alcalde y sus asesores empezaron a contactar a artistas y gestores para rebajar la tensión en una carrera enloquecida, siempre de uno en uno, para romper los grandes consensos y así poder ofrecer todo tipo de cosas (incluidos el cielo y la luna).
El olvido, sin embargo, tardaba en llegar. A veces existen resistencias inesperadas. Por no decir sorprendentes. Los ciudadanos y gestores culturales se encargaron de organizar un Manifiesto y presentarlo a los medios de comunicación. Gracias a este manifiesto el recuerdo del mural “Valledupar tierra de Dioses” aguantó unas semanas más, y pudo sobrevivir a la tan anhelada llegada de la fiesta de los acordeones. ¿Qué mejor celebración que el Festival de la Leyenda Vallenata para olvidarlo todo?
El olvido –ese olvido que nos hace felices a todos– debía llegar de un momento a otro. Eso, por lo menos, deseaban los administradores de la alcaldía de Valledupar. Sin embargo, se atravesó también la carta del Ministerio de Cultura, firmada por el director de Patrimonio, en la que se recomendaba a las autoridades locales la recuperación del bien cultural. Ciertos funcionarios, apresurados, se encontraron con los representantes del Ministerio y, luego, acordaron una visita para evaluar hasta qué punto era recuperable ese bien patrimonial.
Pocas semanas después, aparecieron los asesores del ministerio, y, tras un encuentro con la alcaldía, en la que primó la opacidad, citaron a todos los gestores. Ya en ese momento, el olvido había mermado entre los presentes. Los que participaron a este segundo encuentro eran en su mayoría diferentes a los del primer encuentro con la alcaldía, muchos se presentaron por el ruido causado por la cita anterior, y los que intervinieron no sabían cuál era el motivo del encuentro. Unos pocos se centraron en formular nuevamente el deseo de salvar el mural, otros se enfocaron en pedir un castigo simbólico a la administración, pero estas muestras de interés se diluyeron ante la apatía de los asesores de Mincultura quienes no estaban informados sobre la profundidad del proceso de denuncia ciudadana y mucho menos sobre la historia del mural que venían a visitar. El olvido se había instalado en la sala de juntas de la alcaldía y así fue creciendo hasta que los asesores enviaron su informe.
De manera irónica, el informe de los dos asesores de Mincultura llegó tarde. Y eso también contribuyó al olvido. Llegó mucho después de que la administración municipal socializara la casi inmediata reforma de la Plaza Alfonso López. En aquella socialización, los ciudadanos que asistieron no obtuvieron respuesta sobre si las autoridades contemplaban preservar el mural “Valledupar, Tierra de Dioses”. Ese silencio era parte del olvido. Así como el informe final.
Y si de ese informe tuviéramos que hablar, el lector quedaría asombrado al comprobar que fue parte elemental del olvido. En efecto, su redacción demostraba pocos miramientos, y evidentes errores en los nombres y calles mencionados. Esto era muestra de que las personas que lo hicieron no tenían interés en hacerlo. Fue en realidad redactado de una manera insensible, quizás entre dos informes de mayor peso, desconociendo y rebajando el valor sentimental y paisajístico de la obra borrada. Los asesores del Ministerio ni siquiera recordaron a la administración los pasos a seguir para intervenir un muro del centro histórico en un futuro hipotético, tampoco hablaron de la jurisprudencia, o de la sensibilidad, el conocimiento, la tolerancia y el amor que requiere la conservación del patrimonio. No se posicionaron como agentes de la conservación del patrimonio y defensores de los buenos modales, sino como simples técnicos que vinieron a hacer una faena pesada.
El informe sólo hacía hincapié en la necesidad de preservar el muro de bahareque, un muro que, según comentaron los asesores de Mincultura, albergaba algún valor histórico. Con estas palabras, el Ministerio de Cultura sellaba el olvido: “Se considera que es prioritaria la liberación y recuperación del muro y no del mural”.
Desde entonces, estimados lectores, nadie se pronunció sobre el homenaje a la obra de Germán Piedrahita. Nadie en la administración municipal volvió a hablar de replicar el Mural “Valledupar, Tierra de Dioses” en otra parte destacada de la ciudad. La carta de Mincultura sirvió, en realidad, a reforzar una posición que se buscó desde un principio en las instalaciones de la alcaldía: el olvido. Y sorpresivamente (ya no hay límites para el asombro), algunos gestores culturales y artistas –que optaron en un principio por defender el mural– participaron con aplausos y elogios en la inauguración de las obras de la Plaza Alfonso López, olvidando que todo esto se prestaba también para construir el olvido que circunda la obra de Germán Piedrahita.
Como conclusión, es cierto que nunca hubo un olvido más anunciado que el del mural de Germán Piedrahita, es cierto que muchos auguraban este final, pero también es cierto que nunca hubo un mural tan defendido, y que nunca la ciudadanía se unió tanto por reclamar como suyo lo que las autoridades destruyeron. Algunas batallas son necesarias para defender la memoria. Algunas batallas frenan ese mal llamado olvido…
Autor: Johari Gautier Carmona.
Artículo extraído del libro “De Valledupar a Macondo: los caminos del realismo mágico” (Editorial Conceptos, 2024)
Con una leve adaptación, esta frase también podría servirnos para narrar el final trágico del mural “Valledupar, tierra de Dioses”, en la Capital Mundial del Vallenato: una ciudad que, extrañamente, entierra de la manera más espantosa las expresiones que reflejan su tradición oral y musical.
En su famosa novela ‘Crónica de una muerte anunciada’, Gabriel García Márquez revela prontamente el desenlace de su trama al anunciar que “Nunca hubo una muerte más anunciada” que la de Santiago Nasar. Esta portentosa obra literaria, que hoy recordamos de manera interesada, brilla por la crueldad del designio que reconstruye, pero también por la inclemencia del entorno social que retrata.
Con una leve adaptación, esta frase también podría servirnos para narrar el final trágico del mural “Valledupar, tierra de Dioses”, en la Capital Mundial del Vallenato: una ciudad que, extrañamente, entierra de la manera más espantosa las expresiones que reflejan su tradición oral y musical.
En realidad, nunca hubo un olvido más anunciado que el del mural del artista Germán Piedrahita en la Plaza Alfonso López. El olvido, recuerden, se estaba preparando desde el momento en que resonó la noticia en las redes sociales de una destrucción realizada a plena luz del día –desde la misma Alcaldía de Valledupar con brocha y pintura blanca– y que centenares de personas replicaron su indignación con comentarios malhumorados.
Varios gestores y ciudadanos se encontraron y organizaron con la esperanza de defender la memoria de Germán Piedrahita y rescatar sus ilustraciones de la Leyenda de Francisco El Hombre y la Leyenda Vallenata. Con esta intención se fueron a denunciar ante la Personería Municipal lo que, hasta entonces, no tenía nombre: la aniquilación de una obra de un pintor que había fallecido dándolo todo por su ciudad. Era como una segunda muerte. Una muerte en cámara lenta. Y cuando se hallaron reunidos en la institución, el personero reconoció sorpresivamente que ya se había puesto en contacto con el alcalde antes de reunirse con los artistas. Así –de algún modo– reconocía también que se había puesto de acuerdo con el dirigente para rebajar la tensión. Era otra prueba de que el olvido se estaba gestando.
Recuerde, estimado lector, que el olvido se alimenta de las reuniones innecesarias y las sonrisas forzadas. Y el olvido se hizo más notorio al día siguiente, cuando los ciudadanos, gestores y artistas que defendían el bien patrimonial acudieron al encuentro propuesto por el personero municipal, y pudieron hablar en la sala de juntas con el alcalde y un grupo de representantes de su administración. Allá recibieron las excusas más grotescas de por qué se había destruido un muro de bahareque y cómo habían hecho todo para saltarse los procedimientos legales y administrativos. Los brochazos de pintura blanca y los parches de cemento fueron la mejor forma de salvar una pared, explicaron los funcionarios sin creérselo, y al final, el alcalde se disculpó por no haber avisado antes a la comunidad (así lo tituló el periódico EL PILÓN, pero nadie ya se acuerda). En cuanto a excusas se refiere, nadie se disculpó por el acto cruel de destrucción y nunca se expresó públicamente el director de la Casa de la Cultura sobre el valor simbólico de aquella obra. Esto era también la evidencia de un olvido premeditado.
Desde ese momento, la Alcaldía expuso notables señas de nerviosismo. Era innegable que los artistas y ciudadanos estaban determinados y dispuestos a conservar la memoria de un bien de todos, y por eso, desde ese momento, el alcalde y sus asesores empezaron a contactar a artistas y gestores para rebajar la tensión en una carrera enloquecida, siempre de uno en uno, para romper los grandes consensos y así poder ofrecer todo tipo de cosas (incluidos el cielo y la luna).
El olvido, sin embargo, tardaba en llegar. A veces existen resistencias inesperadas. Por no decir sorprendentes. Los ciudadanos y gestores culturales se encargaron de organizar un Manifiesto y presentarlo a los medios de comunicación. Gracias a este manifiesto el recuerdo del mural “Valledupar tierra de Dioses” aguantó unas semanas más, y pudo sobrevivir a la tan anhelada llegada de la fiesta de los acordeones. ¿Qué mejor celebración que el Festival de la Leyenda Vallenata para olvidarlo todo?
El olvido –ese olvido que nos hace felices a todos– debía llegar de un momento a otro. Eso, por lo menos, deseaban los administradores de la alcaldía de Valledupar. Sin embargo, se atravesó también la carta del Ministerio de Cultura, firmada por el director de Patrimonio, en la que se recomendaba a las autoridades locales la recuperación del bien cultural. Ciertos funcionarios, apresurados, se encontraron con los representantes del Ministerio y, luego, acordaron una visita para evaluar hasta qué punto era recuperable ese bien patrimonial.
Pocas semanas después, aparecieron los asesores del ministerio, y, tras un encuentro con la alcaldía, en la que primó la opacidad, citaron a todos los gestores. Ya en ese momento, el olvido había mermado entre los presentes. Los que participaron a este segundo encuentro eran en su mayoría diferentes a los del primer encuentro con la alcaldía, muchos se presentaron por el ruido causado por la cita anterior, y los que intervinieron no sabían cuál era el motivo del encuentro. Unos pocos se centraron en formular nuevamente el deseo de salvar el mural, otros se enfocaron en pedir un castigo simbólico a la administración, pero estas muestras de interés se diluyeron ante la apatía de los asesores de Mincultura quienes no estaban informados sobre la profundidad del proceso de denuncia ciudadana y mucho menos sobre la historia del mural que venían a visitar. El olvido se había instalado en la sala de juntas de la alcaldía y así fue creciendo hasta que los asesores enviaron su informe.
De manera irónica, el informe de los dos asesores de Mincultura llegó tarde. Y eso también contribuyó al olvido. Llegó mucho después de que la administración municipal socializara la casi inmediata reforma de la Plaza Alfonso López. En aquella socialización, los ciudadanos que asistieron no obtuvieron respuesta sobre si las autoridades contemplaban preservar el mural “Valledupar, Tierra de Dioses”. Ese silencio era parte del olvido. Así como el informe final.
Y si de ese informe tuviéramos que hablar, el lector quedaría asombrado al comprobar que fue parte elemental del olvido. En efecto, su redacción demostraba pocos miramientos, y evidentes errores en los nombres y calles mencionados. Esto era muestra de que las personas que lo hicieron no tenían interés en hacerlo. Fue en realidad redactado de una manera insensible, quizás entre dos informes de mayor peso, desconociendo y rebajando el valor sentimental y paisajístico de la obra borrada. Los asesores del Ministerio ni siquiera recordaron a la administración los pasos a seguir para intervenir un muro del centro histórico en un futuro hipotético, tampoco hablaron de la jurisprudencia, o de la sensibilidad, el conocimiento, la tolerancia y el amor que requiere la conservación del patrimonio. No se posicionaron como agentes de la conservación del patrimonio y defensores de los buenos modales, sino como simples técnicos que vinieron a hacer una faena pesada.
El informe sólo hacía hincapié en la necesidad de preservar el muro de bahareque, un muro que, según comentaron los asesores de Mincultura, albergaba algún valor histórico. Con estas palabras, el Ministerio de Cultura sellaba el olvido: “Se considera que es prioritaria la liberación y recuperación del muro y no del mural”.
Desde entonces, estimados lectores, nadie se pronunció sobre el homenaje a la obra de Germán Piedrahita. Nadie en la administración municipal volvió a hablar de replicar el Mural “Valledupar, Tierra de Dioses” en otra parte destacada de la ciudad. La carta de Mincultura sirvió, en realidad, a reforzar una posición que se buscó desde un principio en las instalaciones de la alcaldía: el olvido. Y sorpresivamente (ya no hay límites para el asombro), algunos gestores culturales y artistas –que optaron en un principio por defender el mural– participaron con aplausos y elogios en la inauguración de las obras de la Plaza Alfonso López, olvidando que todo esto se prestaba también para construir el olvido que circunda la obra de Germán Piedrahita.
Como conclusión, es cierto que nunca hubo un olvido más anunciado que el del mural de Germán Piedrahita, es cierto que muchos auguraban este final, pero también es cierto que nunca hubo un mural tan defendido, y que nunca la ciudadanía se unió tanto por reclamar como suyo lo que las autoridades destruyeron. Algunas batallas son necesarias para defender la memoria. Algunas batallas frenan ese mal llamado olvido…
Autor: Johari Gautier Carmona.
Artículo extraído del libro “De Valledupar a Macondo: los caminos del realismo mágico” (Editorial Conceptos, 2024)