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El hombre y la burra: historias de Colombia rural

Los daños físicos y psicológicos que puede tener la burra después de ser violentada son: el temor a los humanos, laceraciones internas y heridas durante el acto sexual.

Estoy cansado de caminar no debí haber venido a esta finca, tenía que ir temprano para la casa a almorzar porque más tarde tengo que arriar el ganado con mi papá. Todos dicen que este predio tiene una laguna cristalina y por eso estoy siguiendo a mis dos mejores amigos de la infancia por estos matorrales.

Tengo los zapatos sucios de barro y la camisa llena de sudor por el inclemente calor que ha hecho hoy, espero volver pronto porque este sol no lo aguanto.

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De repente me golpeó con la espalda de mi mejor amigo y su detestable olor a tabaco me hace apartar el rostro, voltea a verme con una amplia sonrisa y me hace señas con la cabeza para que mire al frente. Curioso miro por arriba de su hombro y me sorprendo al verla.

Después de tanto tiempo sigue igual de cómo la recordaba; su hermoso cabello, largas piernas, enormes ojos que atrapan y las mismas perlas blancas dentro de su boca que brillan cuando les da la luz del sol, me saludan. Camino hacia ella mientras que una avalancha de recuerdos invade mi mente.

Me mira recelosa sin mover un musculo, no sé si me habrá perdonado por la última vez que nos encontramos, no la trate de la mejor manera y entiendo que no quiera que la toque ahora pero es imposible no acercármele.

Levanto la mano para acariciar su cabeza y me muestra los dientes, está enojada, se aparta de mi tacto molesta pero yo la conozco, durante muchos años solo fuimos los dos en este monte durante largas horas.

Paseo mi mano por su espalda susurrándole palabras tiernas y veo como sus piernas seden para luego como siempre levantar su trasero la muy bandida burra.

Mis amigos amarran una soga en su cuello y la llevan al árbol para sujetarla, la muy arisca comienza a lanzar patadas pero no alcanza a golpearlos. Miro el reloj y marca las 12:30 p.m., llegaré a la casa alrededor de las cuatro de la tarde porque quiero pasar un largo tiempo con mi burrita.

Este relato que usted acaba de leer es de las muchas historias de trabajadores del campo, hacendados, cesarenses y habitantes de otras regiones del país que a través de los años han transmitido por medio de la oralidad, chistes y cuentos de la práctica de la zoofilia en el Caribe colombiano, específicamente en el Cesar, Magdalena y La Guajira.

De acuerdo con el veterinario de Corpocesar Marino Zuleta la zoofilia entre los 80 y 90 la practicaban frecuentemente las personas que vivían en las áreas rurales porque estaban rodeados todo el tiempo de los asnos en terrenos que generalmente eran solitarios, pero el sostenimiento de relaciones sexuales con estos animales de herradura no era solamente en la región Caribe, también en el interior del país hubo casos de personas que realizaban estos actos.

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Según Marino el asno o burro como comúnmente es llamado por la población ha sido domesticado para ser un animal de carga y tracción en el campo agrícola.

Este compañero como lo llama Andrés Márquez, agrícola del corregimiento de Plato, Magdalena, fue indispensable para la realización de muchas labores en su finca pero la mecanización de la agricultura y la modernización de los medios de transporte han provocado una disminución masiva de los ejemplares en la región.

Más del 50 % de la población han desparecido del departamento del Cesar debido a que la implementación de herramientas agropecuarias, de recolección y carga facilitan el trabajo de los campesinos y aumentan la producción. Sumado a esto la masacre de burros muertos, despellejados y desaparecidos que tuvo lugar entre 2017 y 2018 en los departamentos de Sucre, Córdoba, Bolívar, Magdalena y el sur de La Guajira contribuyó a la disminución de esta raza en la región según el veterinario de Corpocesar.

Viajeros de tierras lejanas

El burro o asno pertenece a la familia de los equinos que provienen de África y Asia. La mayoría de los burros domésticos tienen una talla que oscila entre 0,9 y 1,4 metros; el color de su pelaje habitual es el gris en diversos tonos, blanco y negro y con tonalidades pardas.

Estos animales de herradura pueden llegar a vivir hasta 40 años, alcanzan la madurez sexual entre sus dos y tres primeros años de vida y su apareamiento generalmente es durante la época de primavera de acuerdo con el agricultor Andrés Márquez.

Marino comenta que los asnos que viven en el departamento del Cesar tienen funciones muy importantes en las zonas rurales porque son los encargos de cargar la hierba, leña, agua, piedras o pasto. También son utilizados como transporte de heno, artillería ligera y son los animales que hacen girar las ruedas de los molinos.

Este animal a pesar de que ha sido el trabajador fundamental a lo largo de las décadas en el campo es víctima de burlas, agresiones, maltrato y violaciones que han degradado su dignidad según Zuleta.

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LAGRIMAS EN LAS HERRADURAS

La zoofilia según Mayte Zubillaga, investigadora del programa de Psicología de la Fundación Universitaria Área Andina, es una enfermedad mental que hace parte de las parafilias que son: conductas, fantasías e impulsos sexuales mediante la utilización de objetos, animales o situaciones poco comunes.

La zoofilia sucede cuando una persona utiliza como satisfacción sexual un animal, en este caso la burra.

La atracción que siente un sujeto por el asno es la patología antes mencionada y el acto sexual se llama bestialismo. De acuerdo con la experta, las orientaciones zoofilicas pueden aparecer en un niño u adolescente en las edades que rondan entre los nueve y once años, es decir la etapa de la pubertad.

En diálogos con el diario El PILÓN un campesino residente de una zona rural, en el departamento de Santander, aseguró que cuando era niño los adultos del pueblo donde residía practicaban estos actos con los asnos que utilizaban para llevar los tarros de leche. Comenta que en repetidas ocasiones sus amigos y él fueron al sitio donde comían hierba las burras para tener relaciones con ellas.

Comenta que le avergüenza lo que hizo en el pasado porque el animal se resistía y sufría cuando tenían que amarrarlo con una soga si era virgen, pero era una costumbre de los hombres que habitaban en ese territorio y por ello debía hacerlo.

Agregó que a muchos de sus amigos se les hacía más fácil emparentar con una burra que con una mujer porque en el campo siempre están solos rodeados de monte.

En las zonas rurales los niños y jóvenes creen que tener relaciones sexuales con las burras produce el crecimiento de su órgano reproductor, aumenta su estatutos social y es señal de madurez.

De acuerdo con la socióloga Kelly Galán, las personas de las zonas rurales son las que más presentan este tipo de comportamiento que socialmente se considera desviado y sin moral, debido a prácticas culturales que por falta de educación sexual muchos tienden a pensar que puede darles mayor prestigio, virilidad y creen que es algo normal.

Un factor determinante que impulsa a los ciudadanos a abusar carnalmente del asno es la soledad y el aislamiento porque al no tener relaciones sociales constantes o con una pareja inciden en este comportamiento atraídos por la curiosidad, el deseo y la pasión por este determinado animal.

La fauna no es la única vulnerada por esta clase de orientación debido a que al no existir respeto por la sexualidad de un animal por considerarlo inferior; estos abusos se repiten en mujeres niños, niñas y adolescentes porque el sujeto crea un comportamiento aberrante que carece de humanidad que en el peor de los casos provoca ataques a la población que considere minoría o que le brinde satisfacción al violentar, según la socióloga.

¿UNA CUESTIÓN DE CULTURA?

En chistes televisivos por parte de comediantes, historias, anécdotas y hasta poemas que señalan que los “come burras” son los habitantes de la del Caribe colombiano ha hecho que esta creencia haya sido acogida por gran parte de la población del país debido a que hubo una cantidad significativa de burros en esta zona entre los 80 y 90 según los expertos, y algunos casos que provocó que habitantes de otras regiones identificaran al costeño como el “devorador de las burras”.

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Alberto Estrada asegura que es una ofensa porque no todos los costeños realizan esta práctica y hay personas que lo hacen en otras partes del territorio con mayor frecuencia y no son señaladas.

De acuerdo con el gestor de cultura vallenata la jocosidad y alegría característica del costeño jugó en su contra cuando se estipuló de manera arbitraria por medio de bromas y comentarios por medios de comunicación que los habitantes de la región eran los únicos inmersos en estas prácticas, cuando en realidad sucede en las zonas rurales de todo el país.

Los casos de zoofilia se han registrado en otras partes del territorio pero al estar arraigada esta creencia en la ‘cultura’ de la región no ha sido posible hasta el momento desaparecer la etiqueta de “burreros” de la que somos víctimas, al igual que la fauna, según Estrada.

POR: NAMIEH DAYANA BAUTE / EL PILÓN
Namiehdayana@gmail.com

Categories: Especial
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