La obra estará disponible para el público hasta mediados de junio. Los teatreros aseguran que su propuesta desafía la mente del espectador de tal manera que verla por segunda vez no es un déjà vu.
En el centro histórico, donde lo usual es la música vallenata, el Teatro Maderos propone una revolución silenciosa y poética: aquí, las matemáticas no se aprenden con manzanas, sino con sueños, esperanzas y desilusiones. En este espacio, la lógica tradicional se transforma en una ecuación vital, donde los números se mezclan con emociones y los resultados nunca son predecibles.
Leer: De cuatro espectadores a filas kilométricas: la década de Teatro Maderos en Valledupar
Recién se apagan las luces y brilla solo un punto del escenario, las “Fábulas del amor y la tristeza” abre con una pregunta insólita: “¿A qué es igual una libra de esperanzas con otra de desilusiones?”, inquiere el maestro Asudiamsan. La respuesta no tarda en llegar, y no proviene de un pizarrón ni de un libro de texto, sino de una muñeca que está a punto de convertirse en mujer, Aura: “A dos libras de sacrificio”, responde con una certeza juvenil. El maestro sonríe, satisfecho, y lanza otro enigma: “¿Y la suma de dos soles de soledad con una mañana de sueños?”. La muñeca, sin dudar, responde: “A dos años de romperse la cabeza”. El público, entre la risa y la reflexión, entiende que en Teatro Maderos las matemáticas son, ante todo, un ejercicio de humanidad.
Esta escena, extraída de una de la obra de Ricardo Muñoz Caravaca y adaptada por el director del teatro, Deiler Díaz Arzuaga, revela la esencia de un teatro que apuesta por la transformación, no sólo de los personajes, sino también de los espectadores. Las fábulas son tres piezas teatrales independientes pero entrelazadas por un hilo invisible: la búsqueda del sentido en medio de la incertidumbre.
Las obras “Asudiamsan, el erudito de rabanadas”, “El bosque” y “El pan sano y el cuchillo”, aunque diferentes en su trama y personajes, comparten una misma energía: la de la fábula contemporánea, donde el conflicto no es sólo externo, sino profundamente interior. En palabras de quienes han vivido el proceso creativo, estas piezas “se enriquecen no tanto en la palabra, sino también en la forma del teatro, en la propuesta estética, donde el cuerpo, la acción física extrañada y el objeto escénico cobran vida propia”, explica Díaz Arzuaga.
En Teatro Maderos, los elementos simples -una maleta, una cuerda, una isla que nunca deja de andar- se transforman en metáforas de la existencia. El escenario, lejos de ser un espacio estático, se convierte en un territorio móvil, una isla que rueda de la fortuna, como la vida misma. “Queríamos hacer algo que se trasladara por el espacio físico, como nuestras vidas, que nunca se detienen”, explica el director. Así, el público no sólo observa, sino que se ve arrastrado por el movimiento, obligado a despertar, a construir su propia historia, a ejercitar cuerpo y mente en cada función.
La propuesta de Teatro Maderos, influida por las corrientes del teatro del siglo XX y enriquecida por las experiencias de los actores y actrices locales, busca formar un público crítico y participativo. Al final de cada función, los espectadores son invitados a dialogar, a preguntar, a compartir sus interpretaciones. “No buscamos incomodar, sino despertar”, afirman los responsables del teatro.
Una de las tradiciones más valiosas de Maderos es el foro que se realiza al final de cada función. “No lo vayan a hacer por el chat de Instagram a las 2 de la mañana”, advierte Deiler Díaz entre risas al finalizar la obra. El foro es un espacio de diálogo, donde el público puede preguntar, opinar o simplemente compartir sus impresiones. “No hay preguntas tontas”, insiste el director, “cada pregunta nos ayuda a crecer y a entender cómo se recibe nuestro trabajo”.
Al final del velo teatral, Clarisa Cuadros, actriz en las tres fábulas, vuelve a encarnar estos textos junto a Norberto Carlos Campoguerra, Rafael Alberto Moreno Cordero y Carolina Sofía Rodríguez González.
La escenografía, diseñada por Rafael Alberto Moreno, es un ejemplo de cómo lo sencillo puede ser profundamente evocador. Los objetos no son solo utilería, sino parte esencial de la dramaturgia física que caracteriza a Maderos. Las máscaras, elaboradas por Clarisa Cuadros y el artista Carlos Rivero, dan vida a personajes como Negra Falena, Blanca Crezalima, el alabador y el explorador del monte francés, así como a la muñeca Aura y a las máscaras.
El vestuario, a cargo de Carolina Sofía Rodríguez González y Luis González, juega con los colores y las texturas para reforzar la atmósfera onírica de las obras. Parte de la música es de Alejandro Aaron para la obra.
Daniel Rumbo es el encargado de la reproducción sonora y Luis Martinez es quien propone la iluminación de la obra, completan una propuesta estética que busca tocar todos los sentidos.
Las tres historias que componen la trilogía de Díaz Arzuaga abordan la transformación como tema central: la niña que se convierte en mujer a través de sus sueños y pesadillas; el hombre que busca su camino en un bosque que representa el mundo y la verdad; la pareja que enfrenta la incertidumbre del amor y el destino. Cada obra es un viaje, una invitación a romperse la cabeza, a sumar y restar con los elementos más impredecibles de la vida.
“Queremos crear y desarrollar una línea teatral propia, un estilo que refleje nuestra identidad. Sabemos que será un camino difícil, un trabajo de años, pero estamos comprometidos con la consolidación paulatina de esa voz única en el teatro”, enfatiza Deiler Díaz.
Teatro Maderos no sólo ofrece espectáculos, sino el movimiento vital. Aquí, la matemática no es una ciencia exacta, sino un arte de vivir. Y, como bien lo resume el maestro Asudiamsan, “muy bien con las matemáticas”, porque en este teatro, sumar sueños y restar desilusiones es el primer paso para entender el verdadero valor del sacrificio y la esperanza.
Por: Katlin Navarro Luna/ EL PILÓN
La obra estará disponible para el público hasta mediados de junio. Los teatreros aseguran que su propuesta desafía la mente del espectador de tal manera que verla por segunda vez no es un déjà vu.
En el centro histórico, donde lo usual es la música vallenata, el Teatro Maderos propone una revolución silenciosa y poética: aquí, las matemáticas no se aprenden con manzanas, sino con sueños, esperanzas y desilusiones. En este espacio, la lógica tradicional se transforma en una ecuación vital, donde los números se mezclan con emociones y los resultados nunca son predecibles.
Leer: De cuatro espectadores a filas kilométricas: la década de Teatro Maderos en Valledupar
Recién se apagan las luces y brilla solo un punto del escenario, las “Fábulas del amor y la tristeza” abre con una pregunta insólita: “¿A qué es igual una libra de esperanzas con otra de desilusiones?”, inquiere el maestro Asudiamsan. La respuesta no tarda en llegar, y no proviene de un pizarrón ni de un libro de texto, sino de una muñeca que está a punto de convertirse en mujer, Aura: “A dos libras de sacrificio”, responde con una certeza juvenil. El maestro sonríe, satisfecho, y lanza otro enigma: “¿Y la suma de dos soles de soledad con una mañana de sueños?”. La muñeca, sin dudar, responde: “A dos años de romperse la cabeza”. El público, entre la risa y la reflexión, entiende que en Teatro Maderos las matemáticas son, ante todo, un ejercicio de humanidad.
Esta escena, extraída de una de la obra de Ricardo Muñoz Caravaca y adaptada por el director del teatro, Deiler Díaz Arzuaga, revela la esencia de un teatro que apuesta por la transformación, no sólo de los personajes, sino también de los espectadores. Las fábulas son tres piezas teatrales independientes pero entrelazadas por un hilo invisible: la búsqueda del sentido en medio de la incertidumbre.
Las obras “Asudiamsan, el erudito de rabanadas”, “El bosque” y “El pan sano y el cuchillo”, aunque diferentes en su trama y personajes, comparten una misma energía: la de la fábula contemporánea, donde el conflicto no es sólo externo, sino profundamente interior. En palabras de quienes han vivido el proceso creativo, estas piezas “se enriquecen no tanto en la palabra, sino también en la forma del teatro, en la propuesta estética, donde el cuerpo, la acción física extrañada y el objeto escénico cobran vida propia”, explica Díaz Arzuaga.
En Teatro Maderos, los elementos simples -una maleta, una cuerda, una isla que nunca deja de andar- se transforman en metáforas de la existencia. El escenario, lejos de ser un espacio estático, se convierte en un territorio móvil, una isla que rueda de la fortuna, como la vida misma. “Queríamos hacer algo que se trasladara por el espacio físico, como nuestras vidas, que nunca se detienen”, explica el director. Así, el público no sólo observa, sino que se ve arrastrado por el movimiento, obligado a despertar, a construir su propia historia, a ejercitar cuerpo y mente en cada función.
La propuesta de Teatro Maderos, influida por las corrientes del teatro del siglo XX y enriquecida por las experiencias de los actores y actrices locales, busca formar un público crítico y participativo. Al final de cada función, los espectadores son invitados a dialogar, a preguntar, a compartir sus interpretaciones. “No buscamos incomodar, sino despertar”, afirman los responsables del teatro.
Una de las tradiciones más valiosas de Maderos es el foro que se realiza al final de cada función. “No lo vayan a hacer por el chat de Instagram a las 2 de la mañana”, advierte Deiler Díaz entre risas al finalizar la obra. El foro es un espacio de diálogo, donde el público puede preguntar, opinar o simplemente compartir sus impresiones. “No hay preguntas tontas”, insiste el director, “cada pregunta nos ayuda a crecer y a entender cómo se recibe nuestro trabajo”.
Al final del velo teatral, Clarisa Cuadros, actriz en las tres fábulas, vuelve a encarnar estos textos junto a Norberto Carlos Campoguerra, Rafael Alberto Moreno Cordero y Carolina Sofía Rodríguez González.
La escenografía, diseñada por Rafael Alberto Moreno, es un ejemplo de cómo lo sencillo puede ser profundamente evocador. Los objetos no son solo utilería, sino parte esencial de la dramaturgia física que caracteriza a Maderos. Las máscaras, elaboradas por Clarisa Cuadros y el artista Carlos Rivero, dan vida a personajes como Negra Falena, Blanca Crezalima, el alabador y el explorador del monte francés, así como a la muñeca Aura y a las máscaras.
El vestuario, a cargo de Carolina Sofía Rodríguez González y Luis González, juega con los colores y las texturas para reforzar la atmósfera onírica de las obras. Parte de la música es de Alejandro Aaron para la obra.
Daniel Rumbo es el encargado de la reproducción sonora y Luis Martinez es quien propone la iluminación de la obra, completan una propuesta estética que busca tocar todos los sentidos.
Las tres historias que componen la trilogía de Díaz Arzuaga abordan la transformación como tema central: la niña que se convierte en mujer a través de sus sueños y pesadillas; el hombre que busca su camino en un bosque que representa el mundo y la verdad; la pareja que enfrenta la incertidumbre del amor y el destino. Cada obra es un viaje, una invitación a romperse la cabeza, a sumar y restar con los elementos más impredecibles de la vida.
“Queremos crear y desarrollar una línea teatral propia, un estilo que refleje nuestra identidad. Sabemos que será un camino difícil, un trabajo de años, pero estamos comprometidos con la consolidación paulatina de esa voz única en el teatro”, enfatiza Deiler Díaz.
Teatro Maderos no sólo ofrece espectáculos, sino el movimiento vital. Aquí, la matemática no es una ciencia exacta, sino un arte de vivir. Y, como bien lo resume el maestro Asudiamsan, “muy bien con las matemáticas”, porque en este teatro, sumar sueños y restar desilusiones es el primer paso para entender el verdadero valor del sacrificio y la esperanza.
Por: Katlin Navarro Luna/ EL PILÓN