A Elvira Antonia Maestre Hinojosa, ‘Mamá Vila’, como la llaman sus nietos, por estos días la visita la tristeza con mayor fuerza porque recuerda la muerte de Diomedes Díaz, su hijo mayor, ese que prometió regalarle el mar con todos los elementos en su interior. En esas añoranzas, también ingresa su amor eterno por Rafael María Díaz, el hombre con quien tuvo 10 hijos.
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A pesar de mostrar un rostro sereno, y siendo dueña de pocas palabras al nombrar a Rafael y a Diomedes, siempre ha destacado que esos dos hombres fueron la columna vertebral de ese hogar que se sostuvo en medio de múltiples necesidades, pero añorando mejores días en aquel Carrizal del ayer. Ella, poniendo su pensamiento en fila, anotó: “Diomedes quiso bastante a Rafa, y lo definió como un hombre sano y su gran ejemplo”.
Rafael María, ese viejo querido que nunca se cansó de trabajar para sacar adelante a su numerosa familia, murió el 14 de septiembre de 2007, cuando contaba con 77 años, y siempre le brindó a su primer retoño la mayor enseñanza, su amor al trabajo y su gran cuota de humildad.
“Ellos se llevaban sumamente bien y durante los últimos años siempre que se encontraban se abrazaban y hablaban, principalmente de aquellos primeros años de largas faenas, de necesidades y de la numerosa familia”, expresó Elvira.
Seguidamente declaró: “Los dos eran del alma buena”… Y si una esposa y una madre lo dice, es verdad, porque el corazón no miente, y los ojos son testigos de esas proezas del destino.
CANCIÓN PA’ RAFAEL MARÍA
Todo ese amor entre padre e hijo se notó en el merengue ‘A mi papá’, donde Diomedes con la memoria fresca hizo un repaso por la vida del hombre que cosechó en tierra fértil para que él viniera al mundo.
Voy a componé un merengue
pa’ cantáselo a papá,
un hombre que vive allá
cerca de la población.
Ese que con su sudor
me dio el tamaño que tengo
y el hijo le salió bueno
y ha sido un ejemplo de él,
y ojalá que puedas ver
tu recompensa mi viejo.
En la extensa canción que él grabó en el año 1981 con el acordeón de Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, reflejó la esencia del campesino trabajador, del hombre humilde, prudente, silencioso y a quien el tiempo siempre le daba la razón.
La Junta es un bello pueblo
adonde nació Diomedes,
donde to’ el mundo lo quiere
y me aclaman cuando llego,
pero todo esto se debe
al ejemplo de mi viejo.
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‘Mamá Vila’ se la pasa añorando aquella época donde la vida era sana, donde todos se querían como hermanos, y la maldad no tenía espacio. “Éramos una familia unida y contábamos con el cariño de todos. Después Diome, ayudado por mi hermano Martín, quien era acordeonero y compositor, comenzó a cantar, pero sin pensar que iba a ser el mejor. Sí, el mejor”. En ese momento sonrió levemente.
LA PRESENTACIÓN…
El viejo Rafa, quien era un hombre calmado, sencillo, común y corriente, cierto día fue invitado por su hijo a una de sus presentaciones, como nunca lo había hecho.
Esa fue la ocasión para testimoniarle en público su amor, su admiración, su respeto y su sincero agradecimiento. En las imágenes quedaron esos momentos cuando lo abrazaba y le cantaba, teniendo la compañía del acordeonero Juancho Rois.
Rafael María apenas sonreía, porque no estaba en sus terrenos, que eran el campo o el patio de la casa, donde debajo de un palo de limón solía sentarse en un taburete por largas horas a cuidar sus gallos y a ‘Pachito’, un mico travieso. Así le daba oficio a las horas que no se quedaban quietas.
Diomedes, además de repetirle en vivo y en directo la canción ‘A mi papá’, lo hizo con ‘Mi muchacho’, dedicada a su hijo Rafael Santos.
Ese muchacho que yo quiero tanto
ese que yo regaño a cada rato,
me hizo acordar ayer
que así era yo también cuando muchacho
Que sólo me aquietaban dos pencazos
del viejo Rafael.
Y se parece tanto a papá, hombre del alma buena.
En ese encanto del canto Diomedes volvía a recordar al viejo que tenía a su lado, y quien fue su gran fortaleza para avanzar en la vida.
Yo aprendí a trabajar desde pela’o
por eso es que yo estoy acostumbra’o
siempre a vivir con plata,
y con toda la plata que he gana’o
cuantos problemas no he soluciona’o,
pero nunca me alcanza
pa’ pagarle a mi viejo la crianza
que me dio con esmero.
En esa ocasión quedó en el pentagrama del corazón el testimonio que un padre recibió de pie, la mayor descarga de emociones por parte de su hijo, quien encontró los más bellos versos para subirlo al inmenso pedestal del amor.
PIDIÓ PERDÓN A SU PAPÁ
Cuando los sinsabores de la vida tocaban fondo, y las adversidades se le atravesaban en el camino, Diomedes Díaz hizo un alto y le volvió a poner oficio a su memoria. Con la sinceridad a flor de piel, plasmó un canto pidiéndole perdón a su amado padre.
A mi papá, que fue el que me crió le pido perdón
porque él debe de estar extrañado y la vieja mía,
con tanto esfuerzo que ellos me dieron la educación
y hoy me da pena que estén sufriendo por culpa mía.
En aquel instante, ‘El Cacique de La Junta’ buscó las mejores palabras donde el arrepentimiento estaba en primera fila. De esta manera, le dedicó la canción titulada ‘El Perdón’.
Papá, tú debes saber
que entre el bien y el mal circula el hombre
y Dios a su modo de ver prueba
al hombre también con tentaciones,
porque es posible que un hombre sano
se vea enredado en un problema,
me les explica a mis hermanos
y nunca dejes que no me quieran.
En Barranquilla, dos años después de fallecer su padre Rafael María Díaz Cataño, quien era hijo de Rafael Cataño y Avelina Díaz, pero se quedó con el apellido materno, lo volvió a recordar con un verso:
Canto y rezo una oración
ay, por medio de mi canto,
y como es un verso santo
lo digo de corazón, quien lo tenga vivo,
un abrazo, quien lo tenga muerto, una flor.
En ese lapso de la añoranza apareció la canción ‘Hijo agradecido’ con la que Diomedes Díaz participó en el año 1976 en el Festival de la Leyenda Vallenata, ocupando el tercer puesto.
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En ella el joven compositor reconoció todo el sacrificio que hicieron sus padres para sacarlo adelante al lado de sus hermanos. Esa vez, tenía 19 años, y cantó.
En el mundo no hallaron un obsequio material
para poder pagar a mi padre y a mi madre,
al instante recuerdo y siento ganas de llorar
al pensar que aquellos tiempo que lucharon para criarme.
Con la inspiración a toda vela iba contando en el canto esa experiencia vivida donde diversas necesidades planteaban alternativas para salir adelante y sus viejos eran el más preciado tesoro.
Todo esto es imposible
porque no hay con que pagar
esta sencilla crianza
que le dan a uno sus padres,
que cuando estas pequeño
te enseñan a trabajar
para que cuando ellos mueran
se defienda uno más tarde.
El viejo Rafa, así lo ratificó Elvira Maestre, fue ese padre donde jamás hubo distancias, cosas inalcanzables y no existió la palabra imposible.
Al dar ese concepto llegaron a su rostro muchas lágrimas y ninguna de ellas trajo el consuelo que necesitaba para no continuar naufragando en el dolor por la partida de Rafael y Diomedes, esos seres pegados a su alma.
HIJO INOLVIDABLE
Para Elvira Maestre, su hijo Diomedes Díaz marcó todos los tiempos del vallenato, y no se cansa de contar sobre el nacimiento de su primogénito rodeado de montañas, tunas, cardones, magueyes y árboles frondosos.
El lugar descrito es Carrizal, jurisdicción de La Junta, municipio de San Juan del Cesar, La Guajira, y para llegar a este territorio hay que recorrer un camino inhóspito que surcan dos ríos. A su alrededor, todo es dominado por animales silvestres, mientras que la brisa se pasea a sus anchas.
Todo sucedió el domingo 26 de mayo, día de San Felipe de Nerí y Santa Mariana de Jesús, en luna nueva, año 1957, según indica el almanaque Bristol.
Todavía en aquel lugar está la muestra de la casa que fue testigo del nacimiento del artista más grande que ha dado la música vallenata.
Las medidas del vetusto rancho que acusa el paso de los años son de cuatro metros de ancho, por seis de largo; y aún se conserva una pequeña parte de la pared de bahareque, los estantes, el techo de zinc y el piso agrietado.
En esa dimensión se encierra el más grande tesoro que en ese tiempo tuvo la pareja conformada por Rafael María Díaz Cataño y Elvira Antonia Maestre Hinojosa, quienes se abrieron paso con trabajo y dedicación, esperando que la vida les sonriera con su carga de nueve hijos, cinco hombres y cuatro mujeres.
En ese bello rincón guajiro trascurrieron los primeros años del niño que pasó dificultades porque muchas veces, como lo contaba, por el fogón no pasaban ni los lobos y el hambre jugaba de local en la humilde casita.
A pesar de que su estrella del futuro no alumbraba lo suficiente, con el paso de los años el joven pueblerino brilló con luz propia, y se convirtió en el artista que se impuso contra todos los pronósticos. Nadó contra la corriente, y triunfó, a pesar de tantas caídas de las que supo levantarse, como lo relata en una de sus canciones.
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En aquellos tiempos, nadie daba un peso por ‘El chivato’, remoquete que le pusieron porque desafinaba al cantar. En su propio terruño corría el comentario que Diomedes desafinaba más que una campana de barro, pero con el correr del tiempo les ganó a todos los jueces del canto folclórico.
PRIMERA HIJA
También se recordó la primera aventura de amor de Diomedes, y que con el paso del tiempo dio sus frutos. Se trata de Bertha Rosario Mejía Acosta, quien se mostró dispuesta a contar esa historia.
“Había asistido a la caseta de Rosario Maestre, en La Junta, con motivo de los carnavales. Estando sentada y sin darme cuenta él se me acercó y me estampó un beso en la espalda. Yo tenía puesta una blusa de canastica. Le reclamé, y me dijo que le había provocado porque yo le gustaba”.
Y continuó diciendo: “Todo siguió de coqueteo en coqueteo, cuando vinimos a darnos cuenta estábamos enamorados y emparejados. Con decirle que él no podía ir a mí casa. Nos veíamos a escondidas porque mi mamá, Eugenia María Acosta, no lo aceptaba, debido a que era un joven parrandero y no le veía ningún futuro”.
De esos amores que ella destaca como “algo verdadero, con esa inocencia de antes y que se hicieron más fuertes porque eran prohibidos”, nació Rosa Elvira, exactamente cuando el muchacho ‘Medes’, como ella lo llamaba, tenía 17 años, tres meses y 12 días de edad. “La noticia del embarazo se la dije estando acostada en una hamaca, y él se alegró mucho porque vendría al mundo el producto de un bello amor”.
Ese amor duró cinco años y estuvo rodeado de bellos mensajes, cantos y versos que eran la vitamina para alimentar ese idilio que nació de un beso y que floreció en medio de los obstáculos de aquellos tiempos.
Por Juan Rincón Vanegas.