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Consuelo Araujonoguera, ha sido la persona que más glorias le ha dado a Valledupar.
Platicar con el médico vallenato y columnista de EL PILÓN, José Romero Churio, siempre es un alto honor y más cuando se abordan temas que conllevan a recuerdos de ese Valledupar del ayer, donde una mujer llamada Consuelo Araujonoguera con un grupo de amigos se inventó el Festival de la Leyenda Vallenata. El médico paso a paso fue resolviendo los interrogantes sobre cómo y cuando conoció a Consuelo Araujonoguera. Así respondió.
Conocí a Consuelo Araújo por allá entre 1958 y 1960, tiempo en el cual estudié en la otrora Escuela Parroquial, regentada por el profesor indígena Miguel Arroyo, hijo putativo del carismático y memorable sacerdote español padre Vicente de Valencia, creador y primer director de la escuela mencionada, donde finalicé mi educación primaria en 1960.
En aquel tiempo, yo vivía en la callejuela que actualmente se conoce como Callejón de Pedro Rizo. Antes algunas personas lo llamaban Callejón de ‘El Cachaquito’ Pérez. En ese sitio nací y viví hasta comienzos del año 1961, porque mi madre, por aspectos más que todo de índole económico se mudó al barrio La Granja. En el susodicho tiempo todavía mi padre tenía la finca agropecuaria colindante entre el corregimiento de El Jabo y la finca del prestigioso abogado Hernando Molina Maestre, con quien mi padre Justiniano Romero, compartió entrañable amistad.
Al citado jurista, mi padre le vendió su finca donde cultivaba pancoger y frutales. Mi padre, a su dilecto amigo, conmigo le enviaba productos seleccionados de sus cultivos. Él vivía en su legendaria casa colonial, ubicada en la plaza Alfonso Lopez Pumarejo. En dicha casa también moraban su hijo Hernando Molina Céspedes con su esposa Consuelo Araújo Noguera, quien a veces era la que me recibía las frutas, además me brindaba un vaso de jugo frío para que me refrescara, porque llegaba sudando debido a que habitualmente iba de paso para la escuela en la jornada de la tarde que entonces comenzaba a las dos de la tarde; es decir, bajo un inflexible solazo.
En ocasiones, Luis Eduardo ‘Cuchi’ Pérez, mi mejor amigo de la infancia, me acompañaba a llevarle las frutas al destacado jurista, a quien el maestro, Rafael Escalona Martínez, lo elogió en su canción ‘La Patillalera’.
Después volví a encontrarme con Consuelo cuando ya era médico general, título otorgado en 1974. Nacionalmente, ya era conocida como ‘La Cacica’ vallenata, por su columna de opinión en El Espectador durante más de dos décadas. Internacionalmente, por la creación del Festival de la Leyenda Vallenata, con el maestro Rafael Escalona Martínez y Alfonso López Michelsen, entonces primer gobernador del departamento del Cesar y después presidente de Colombia.
Creo que el primer rencuentro fue cuando ella lideraba una campaña para pintar el Hospital Rosario Pumarejo de López, y yo colaboré regalando un cuñete de pintura, que ‘La Cacica’ resaltó en uno de sus comentarios radiales. Nos volvimos a encontrar cuando era especialista en cirugía general. Aquí comenzó nuestra gran amistad por la atención que le presté a su señora madre Blanca Noguera, quien padecía una enfermedad de alta gravedad y complejidad. Afortunadamente, se la traté quirúrgicamente con excelente resultado, alcanzando la señora Blanca a vivir muchos años con buena calidad. Ese episodio exitoso consolidó el afecto y la confianza de Consuelo y de toda su familia.
Consuelo Araujonoguera, así le gustaba que escribieran sus apellidos, incluso más que el seudónimo ‘La Cacica’, fue una mujer extraordinaria librepensadora que, contra viento y marea, desafió el estereotipo de las mujeres de su época sin renunciar a sus responsabilidades de hija, de madre, sociales y humanitarias. Luchadora incansable con pasión indeclinable. Autodidacta; sin embargo, en su adultez estudió bachillerato en el Colegio Nacional Loperena. Literatura y Lengua Castellana en la Universidad Popular del Cesar, alma mater, que en el año 2000 le otorga el título de Doctorado Honoris Causa en literatura y español.
Digno premio por su obra literaria y su preclara inteligencia que la consagró como memorable ciudadana en el ámbito nacional y también internacional. En fin, Consuelo Araujonoguera, ha sido la persona que más glorias le ha dado a Valledupar.
Consuelo nace el primero de agosto de 1940 y fallece el 29 de septiembre de 2001; es decir, tenía 61 años y 60 días. Muchos sabemos todo lo que hizo, sino, se puede consultar en las narraciones históricas, muy fácil de conseguir y leer.
Si estuviera viva con buena salud, lo que es posible, porque su muerte no fue por enfermedad, sino por acción violenta en una guerra que comenzó hace más de 70 años, en la cual han asesinado inmisericordemente a millares de personas. Ahora, tendría 84 años con su prodigiosa inteligencia y exorbitante energía positiva. No cabe duda en que habría materializado y engrandecido muchos de sus propósitos, especialmente aquellos relacionados con la música vallenata.
Por lo menos el Parque de la Leyenda Vallenata que ahora lleva su nombre, estuviera terminado con las edificaciones y estructuras que ella proyectó y ayudó a diseñar. Y el Festival de la Leyenda Vallenata, sería el máximo portento del folclor y por ende tendría mayor audiencia tanto a nivel nacional como internacional.
Por: Juan Rincón Vanegas.
Consuelo Araujonoguera, ha sido la persona que más glorias le ha dado a Valledupar.
Platicar con el médico vallenato y columnista de EL PILÓN, José Romero Churio, siempre es un alto honor y más cuando se abordan temas que conllevan a recuerdos de ese Valledupar del ayer, donde una mujer llamada Consuelo Araujonoguera con un grupo de amigos se inventó el Festival de la Leyenda Vallenata. El médico paso a paso fue resolviendo los interrogantes sobre cómo y cuando conoció a Consuelo Araujonoguera. Así respondió.
Conocí a Consuelo Araújo por allá entre 1958 y 1960, tiempo en el cual estudié en la otrora Escuela Parroquial, regentada por el profesor indígena Miguel Arroyo, hijo putativo del carismático y memorable sacerdote español padre Vicente de Valencia, creador y primer director de la escuela mencionada, donde finalicé mi educación primaria en 1960.
En aquel tiempo, yo vivía en la callejuela que actualmente se conoce como Callejón de Pedro Rizo. Antes algunas personas lo llamaban Callejón de ‘El Cachaquito’ Pérez. En ese sitio nací y viví hasta comienzos del año 1961, porque mi madre, por aspectos más que todo de índole económico se mudó al barrio La Granja. En el susodicho tiempo todavía mi padre tenía la finca agropecuaria colindante entre el corregimiento de El Jabo y la finca del prestigioso abogado Hernando Molina Maestre, con quien mi padre Justiniano Romero, compartió entrañable amistad.
Al citado jurista, mi padre le vendió su finca donde cultivaba pancoger y frutales. Mi padre, a su dilecto amigo, conmigo le enviaba productos seleccionados de sus cultivos. Él vivía en su legendaria casa colonial, ubicada en la plaza Alfonso Lopez Pumarejo. En dicha casa también moraban su hijo Hernando Molina Céspedes con su esposa Consuelo Araújo Noguera, quien a veces era la que me recibía las frutas, además me brindaba un vaso de jugo frío para que me refrescara, porque llegaba sudando debido a que habitualmente iba de paso para la escuela en la jornada de la tarde que entonces comenzaba a las dos de la tarde; es decir, bajo un inflexible solazo.
En ocasiones, Luis Eduardo ‘Cuchi’ Pérez, mi mejor amigo de la infancia, me acompañaba a llevarle las frutas al destacado jurista, a quien el maestro, Rafael Escalona Martínez, lo elogió en su canción ‘La Patillalera’.
Después volví a encontrarme con Consuelo cuando ya era médico general, título otorgado en 1974. Nacionalmente, ya era conocida como ‘La Cacica’ vallenata, por su columna de opinión en El Espectador durante más de dos décadas. Internacionalmente, por la creación del Festival de la Leyenda Vallenata, con el maestro Rafael Escalona Martínez y Alfonso López Michelsen, entonces primer gobernador del departamento del Cesar y después presidente de Colombia.
Creo que el primer rencuentro fue cuando ella lideraba una campaña para pintar el Hospital Rosario Pumarejo de López, y yo colaboré regalando un cuñete de pintura, que ‘La Cacica’ resaltó en uno de sus comentarios radiales. Nos volvimos a encontrar cuando era especialista en cirugía general. Aquí comenzó nuestra gran amistad por la atención que le presté a su señora madre Blanca Noguera, quien padecía una enfermedad de alta gravedad y complejidad. Afortunadamente, se la traté quirúrgicamente con excelente resultado, alcanzando la señora Blanca a vivir muchos años con buena calidad. Ese episodio exitoso consolidó el afecto y la confianza de Consuelo y de toda su familia.
Consuelo Araujonoguera, así le gustaba que escribieran sus apellidos, incluso más que el seudónimo ‘La Cacica’, fue una mujer extraordinaria librepensadora que, contra viento y marea, desafió el estereotipo de las mujeres de su época sin renunciar a sus responsabilidades de hija, de madre, sociales y humanitarias. Luchadora incansable con pasión indeclinable. Autodidacta; sin embargo, en su adultez estudió bachillerato en el Colegio Nacional Loperena. Literatura y Lengua Castellana en la Universidad Popular del Cesar, alma mater, que en el año 2000 le otorga el título de Doctorado Honoris Causa en literatura y español.
Digno premio por su obra literaria y su preclara inteligencia que la consagró como memorable ciudadana en el ámbito nacional y también internacional. En fin, Consuelo Araujonoguera, ha sido la persona que más glorias le ha dado a Valledupar.
Consuelo nace el primero de agosto de 1940 y fallece el 29 de septiembre de 2001; es decir, tenía 61 años y 60 días. Muchos sabemos todo lo que hizo, sino, se puede consultar en las narraciones históricas, muy fácil de conseguir y leer.
Si estuviera viva con buena salud, lo que es posible, porque su muerte no fue por enfermedad, sino por acción violenta en una guerra que comenzó hace más de 70 años, en la cual han asesinado inmisericordemente a millares de personas. Ahora, tendría 84 años con su prodigiosa inteligencia y exorbitante energía positiva. No cabe duda en que habría materializado y engrandecido muchos de sus propósitos, especialmente aquellos relacionados con la música vallenata.
Por lo menos el Parque de la Leyenda Vallenata que ahora lleva su nombre, estuviera terminado con las edificaciones y estructuras que ella proyectó y ayudó a diseñar. Y el Festival de la Leyenda Vallenata, sería el máximo portento del folclor y por ende tendría mayor audiencia tanto a nivel nacional como internacional.
Por: Juan Rincón Vanegas.