Las celebraciones de los quince años del Plan Colombia resultaron muy lucidas. La visibilidad que obtuvo Colombia en Washington a través de las múltiples reuniones presididas por el Presidente Santos en la capital de los Estados Unidos fue notable. Y el justo reconocimiento que se le hizo al presidente Pastrana por haber echado a andar el Plan Colombia durante su Gobierno fue muy merecido. Quizás la única nota discordante fue la inasistencia del ex presidente Uribe que, en una actitud bastante parroquial, resolvió declinar la invitación que le hizo el Presidente Obama a pesar de que su gobierno fue el gran beneficiario del fortalecimiento militar que se logró con el Plan Colombia.
Además del espaldarazo político rotundo del gobierno Norteamericano al proceso de paz, que fue quizás lo más importante de los festejos de Washington de la semana pasada, lo que resulta interesante es el cambio de énfasis de la cooperación Americana para con Colombia: de la lucha contra el narcotráfico y del fortalecimiento militar, ahora, en lo que bautizó Obama la Paz Colombia, se pasa al apoyo a los programas de paz, vale decir, al pos conflicto.
Lo que está muy bien. Pero no sobrevaloremos las cosas. Tal como aconteció con el Plan Colombia original en el que de cada doce dólares que puso Colombia los Estados Unidos aportaron uno, ahora con la Paz Colombia va a suceder lo mismo, y acaso el esfuerzo colombiano tendrá que ser proporcionalmente mayor.
El Presidente Obama se comprometió a solicitar al Congreso de los Estados Unidos un programa de ayuda para el posconflicto colombiano de 450 millones de dólares anuales. Esto, inclusive, no es seguro que se logre. Las voces republicanas siguen siendo muy fuertes en el actual congreso de los Estados Unidos, y como el propio presidente Obama lo reconoció en su último informe de la Unión, nunca en la historia reciente habían sido tan pugnaces y difíciles las relaciones políticas entre Republicanos y Demócratas.
Pero en gracia de discusión supongamos que se obtenga la ayuda Norteamericana solicitada por el Presidente Obama. US$ 450 millones anuales es, desde luego, una suma considerable (equivalen a cerca de un billón y medio de pesos anuales), pero, obviamente, es apenas una fracción de los costos financieros que demandará el posconflicto.
Recordemos, por ejemplo, que para él solo posconflicto rural, según un estudio que elaboró recientemente Fedesarrollo para la Misión Rural se calculan costos anuales del orden de 9.6 billones de pesos por año durante un periodo de quince años. Y esto es solo un estimativo de los costos asociados al posconflicto rural; habría que sumarle los costos de los otros frentes diferentes del rural.
Es inquietante que en el presupuesto nacional prácticamente no haya nada previsto para financiar el posconflicto: por el contrario, se empieza a mencionar que se vienen recortes gigantescos a los programas de inversión ya de por sí maltrechos con recortes anteriores. Y la delicada situación fiscal por la que atraviesa Colombia no hace presagiar nada bueno.
La cooperación internacional es útil y bienvenida. Pero ella nunca será sino una fracción del esfuerzo que nos corresponderá hacer a los propios colombianos para financiar el posconflicto. Además, eso está bien que así sea por elementales razones de dignidad nacional. Que la fanfarria de Washington de la semana pasada no nos haga olvidar pues esta verdad.