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Manuel Zapata Olivella: viajero incansable de la vida y de las letras

Manuel Zapata Olivella vivió parte de su vida en el municipio de La Paz, Cesar. Cortesía.

Manuel Zapata viajero más no turista, médico y escritor controvertido, polifacético, su trasegar no iba  en busca de diversión, sino tras algo indefinido, sin un derrotero, ni un centavo en los bolsillos. A los 20 años abandona su carrera de medicina, “… cuando alguien agonizaba ante mis ojos, veía en él  la víctima de la sociedad que lo fatigaba, desnutrido, condenado a muerte en un hospital desmantelado”,  incesante búsqueda de vivencias, palpar, vivir  a la manera del Cova  el personaje de José Eustasio Rivera devorado por la selva y la influencia de Máximo Gorki, Don Quijote absorbidas, hasta lograr convertirlas en parte de su ser. Episodios que más tarde contaría en su libro “Pasión Vagabunda”. 

Manuel, el vagabundo escritor, antropólogo de ademanes inquietos, voz estertórea, risotadas espontáneas e insolentes que mostraba una dentadura perfecta, nació en Lorica el 17 de marzo de 1920. Estudió en la Universidad Nacional de Bogotá donde recibió el título de doctor en medicina en 1948. 

Su vida en México

Después de muchas peripecias en países centroamericanos llega a México en 1944 donde sortea una gama de dificultades, algunas rayanas en la anécdota. Sin embargo es allí donde vive las experiencias que más lo enriquecerán como escritor. Realizó los más disímiles oficios desde albañil, mensajero, ayudante de mecánico, arriero. Para evitar dificultades en una ocasión pasa como  pariente de Emiliano Zapata el líder revolucionario. Actor, conferencista, periodista, modelo de pintor.

Guiado por el escenógrafo Luis Moya, conoce al médico, compositor y cantante Alfonso Ortiz Tirado. Lo saludó y le dijo: “Soy colombiano, estudiante de último año de medicina y tengo hambre”. Ortiz Tirado abrazó a Manuel y le dijo “Hijo mío”. Le brindó amistad, trabajo. Tuvo tiempo para escribir y avanzar en su novela “Tierra mojada”. Por él conoció a los novelistas Mariano Azuela, José Revueltas y Agustín Yánez, y a quien en esos momentos padecía de neumonía el muralista Diego Rivera a quien atendió como médico durante varias semanas. Al preguntarle por el costo de sus servicios, el escritor le pidió lo tomara como modelo para un rostro de los indígenas que debían aparecer en el mural de la Secretaría de Educación. Lo cual se cumplió.

Pero el alma  vagabunda no le dejaba. El maestro Ortiz Tirado salió de viaje y Manuel volvió a la calle dejando una nota de agradecimiento al galeno.

Luego llegó al sanatorio de los toxicómanos del doctor Alfonso Millán, a quien había conocido por intermedio del ortopedista cantante. Allí fue asistente. Su presentación, según el escrito peruano Ciro Alegría, nada tenía que envidiar a la de los enfermos allí recluidos, donde por poco lo dejan en el manicomio como uno más de éstos. No permaneció allí mucho tiempo. Estar encerrado no era su esencia. Su espíritu pedía nuevas experiencias. Periodista de diarios importantes como el Excélsior, reportero de varias revistas: Sucesos para todos, América. Publicó diversos artículos sobre las culturas de los negros en Colombia. Profesor en varias universidades de Centroamérica, Estados Unidos, Canadá  y África. Fundó y dirigió la revista de literatura "Letras Nacionales" (1966).

Dos tendencias lo identifican como escritor: las denuncias de carácter social  y en sus novelas se destaca la creatividad, la visión mágica afroamericana, mitológica, como en "Tierra mojada" (1947), "Chambacú, corral de negros", (1983).

Viaje a Estados Unidos

Logra que la Revista Mañana lo certifique como su reportero ambulante. Esto le facilitaría la entrada a Estados Unidos,  en una época en que la discriminación racial era muy marcada de la cual fue víctima al abordar un bus. Desconocía tal situación. Se sienta en una banca asignada a los blancos. El chofer le pide que se levante y ocupe el puesto de los negros, la  “Línea de color”.  Fue éste el momento decisivo en su vida.  “El vagabundo había muerto”. En ese instante comprendió qué buscaba: la defensa de su raza, como afirma en su libro “Levántate mulato”. 

En Estados Unidos sufrió humillaciones incluso por demostrar su capacidad como médico.  Vivió situaciones que enriquecieron su mundo de escritor. Logró la amistad de personajes: En Harlem con el poeta negro Langston Hughes, quien lo acogió dándole alimentos y su cama. Conoce también y trata al jazzista Duque Ellington, a Call Calloway y Keneth Spencer. Transcurridos cuatro años regresa a Colombia. Ya se había forjado el escritor, el médico dispuesto a lograr justicia social, luchar contra la discriminación racial, para lo cual reinicia en 1947 sus estudios de medicina. Finalizó su novela publicada con el título de Tierra Mojada.

Casi veinte años viajando, dictando conferencias, investigando y soñando con la creación de su  obra “Changó, el gran  putas “. Había descubierto su pasión por el folclor musical y danzas. Por los años 1948  y 1952 realiza las primeras giras por el Magdalena Grande  conocida como La Provincia. Sus deseos se cumplieron.

Escritor destacado

Manuel Zapata Olivella obtiene dos menciones de honor en 1962, uno en Casa de las Américas en La Habana y el premio Esso con su obra “Detrás del rostro.” En Brasil, El Francisco  Matarazzo  Sobrihno, que el año anterior habían otorgado a Borges.
 “En Chimá nace un Santo (1964)” compitió con García Márquez junto a “La mala hora”. Y en otra premiación literaria con la obra de Mario Vargas Llosa “La ciudad y los perros”.

Muere el 19 de noviembre de 2004 en Bogotá. Cumplieron con su deseo de ser velado en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional y que a su alrededor bailara “la negramenta”. Sus restos fueron cremados y sus cenizas  arrojadas al Río Sinú para cumplir su último deseo: “quiero que el río me lleve por el mismo camino por el que llegaron mis antepasados a este continente, quiero encontrarme con los viejos que murieron durante el viaje por el Caribe y que la marea me lleve de regreso al África”.

Una de las obras de Manuel Zapata.

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Giomar Lucía Guerra Bonilla

 

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