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Cultura - 22 junio, 2020

Limbo, de John Better

Se podría pensar que este relato tiene un cierre etéreo, como una lección sobre la lección que da el mundo a los seres marginales, también como un asunto sobre la complejidad en la que esos seres marginales se debaten a diario, como si fueran otra cosa y no la misma de los que se dicen normales

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Acaso una de características más notables del Caribe, de sus hombres y mujeres, digo, sea contar. Tal es la fascinación por hacerlo, que pueden llegar a tejer una narración detallada y realmente prodigiosa por el gozo que representa ver el gesto de quien escucha. En medio de esa tradición está inscrita la novela de Jhon Better, llamada Limbo.

Lee también: El reclamo de la cultura

En su interior, unos y otros personajes, narradores ellos también, buscan tener del otro su atención y llevarlo al laberinto de sus emociones contando un cuento, que nos recuerda, el terreno que el miedo ha ganado en su papel moralizador y culpabilizador. No hablo de terror, ni de horror, no es ese el registro.

Limbo nos narra los episodios en una casona atendida por un par de gemelas, llamadas las “Hermanas Duplicadas”, bastantes particulares en su aspecto, que se encargan de recibir a las criaturas que mueren sin haber sido bautizadas. La casona es pues el limbo, ese lugar que, en términos de teología católica, alberga a las almas que no pudieron gozar del bautizo pues la muerte les llegó temprano. Un lugar para creyentes, desde el cual Better muestra el origen y los estragos de una tradición que funciona en medio de un horror que sí hay que reconocer: el de la culpa por no pertenecer a los estándares. Creo que ahí reside la cuestión que acá se quiere exponer.

Es este pues un relato sobre los seres marginales que permanecen siempre en el limbo, un lugar inmisericorde y, tal vez el único donde pueden ser lo que quieren ser o encontrar espejos en los cuales se duplican, de desdoblan, se anulan. El limbo es castigo y alivio en este sentido marginal, justo porque allí pueden permanecer entre pares y porque desde allí también pueden hacer señalamientos sobre ese mundo al cual no pudieron pertenecer.

Es así que las “Hermanas Duplicadas” son las cuidadoras y las sepultureras, una especie de personajes que bien podemos encontrar en cualquier familia, que cumplen con ese papel juzgador, de sentencias y de narraciones aleccionadoras sobre la vida que debe llevarse o que enrostran sin miramientos las imperfecciones y las miserias.

En Limbo si hay una figura importante es la del padre. Revelado como un abandonador, el padre figura por su desprecio a un hijo indeseado, que menos mal murió recién nacido y pudo dejar en la casona, que le haría perder la atención de la madre, una vida más libre, incluso la sexualidad de la que gozaba con ella. Todo lo cual le hace desentenderse del hijo. Y del otro lado, las madres, siempre rezanderas encomendando el alma de su pequeño, siendo parte ellas también del horror de la culpa y el castigo.

No dejes de leer: ‘El Cocha’ Molina resultó un buen gallo

Podríamos pensar en este relato del barranquillero, que tiene un cierre etéreo, como una lección sobre la lección que da el mundo a los seres marginales, cualquiera que sea su condición,  también como un asunto sobre la complejidad en la que esos seres marginales se debaten a diario, como si fueran otra cosa y no la misma de los que se dicen normales. Tal vez a los normales corresponde el miedo, para ellos van los relatos que como capas de cebolla se envuelven en el libro. Tal vez el limbo es la mejor puerta de salida al mundo, tal vez es la mejor manera de salir a poner los pies sobre la tierra.

Por María Angélica Pumarejo

Cultura
22 junio, 2020

Limbo, de John Better

Se podría pensar que este relato tiene un cierre etéreo, como una lección sobre la lección que da el mundo a los seres marginales, también como un asunto sobre la complejidad en la que esos seres marginales se debaten a diario, como si fueran otra cosa y no la misma de los que se dicen normales


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Acaso una de características más notables del Caribe, de sus hombres y mujeres, digo, sea contar. Tal es la fascinación por hacerlo, que pueden llegar a tejer una narración detallada y realmente prodigiosa por el gozo que representa ver el gesto de quien escucha. En medio de esa tradición está inscrita la novela de Jhon Better, llamada Limbo.

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En su interior, unos y otros personajes, narradores ellos también, buscan tener del otro su atención y llevarlo al laberinto de sus emociones contando un cuento, que nos recuerda, el terreno que el miedo ha ganado en su papel moralizador y culpabilizador. No hablo de terror, ni de horror, no es ese el registro.

Limbo nos narra los episodios en una casona atendida por un par de gemelas, llamadas las “Hermanas Duplicadas”, bastantes particulares en su aspecto, que se encargan de recibir a las criaturas que mueren sin haber sido bautizadas. La casona es pues el limbo, ese lugar que, en términos de teología católica, alberga a las almas que no pudieron gozar del bautizo pues la muerte les llegó temprano. Un lugar para creyentes, desde el cual Better muestra el origen y los estragos de una tradición que funciona en medio de un horror que sí hay que reconocer: el de la culpa por no pertenecer a los estándares. Creo que ahí reside la cuestión que acá se quiere exponer.

Es este pues un relato sobre los seres marginales que permanecen siempre en el limbo, un lugar inmisericorde y, tal vez el único donde pueden ser lo que quieren ser o encontrar espejos en los cuales se duplican, de desdoblan, se anulan. El limbo es castigo y alivio en este sentido marginal, justo porque allí pueden permanecer entre pares y porque desde allí también pueden hacer señalamientos sobre ese mundo al cual no pudieron pertenecer.

Es así que las “Hermanas Duplicadas” son las cuidadoras y las sepultureras, una especie de personajes que bien podemos encontrar en cualquier familia, que cumplen con ese papel juzgador, de sentencias y de narraciones aleccionadoras sobre la vida que debe llevarse o que enrostran sin miramientos las imperfecciones y las miserias.

En Limbo si hay una figura importante es la del padre. Revelado como un abandonador, el padre figura por su desprecio a un hijo indeseado, que menos mal murió recién nacido y pudo dejar en la casona, que le haría perder la atención de la madre, una vida más libre, incluso la sexualidad de la que gozaba con ella. Todo lo cual le hace desentenderse del hijo. Y del otro lado, las madres, siempre rezanderas encomendando el alma de su pequeño, siendo parte ellas también del horror de la culpa y el castigo.

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Podríamos pensar en este relato del barranquillero, que tiene un cierre etéreo, como una lección sobre la lección que da el mundo a los seres marginales, cualquiera que sea su condición,  también como un asunto sobre la complejidad en la que esos seres marginales se debaten a diario, como si fueran otra cosa y no la misma de los que se dicen normales. Tal vez a los normales corresponde el miedo, para ellos van los relatos que como capas de cebolla se envuelven en el libro. Tal vez el limbo es la mejor puerta de salida al mundo, tal vez es la mejor manera de salir a poner los pies sobre la tierra.

Por María Angélica Pumarejo