Ahora quieren usar la curul de las víctimas para extender los hilos del poder, como el caso del grupo de William Romero y otros actores que se ocultan detrás del hijo de 40, algunos vestidos de azul que recorren el departamento con su equipo.
Estamos jodidos, la semana anterior la jornada de inscripción de candidatos a las elecciones del Congreso finalizó con dos hechos espeluznantes: la inscripción, por un lado, del hijo del temido Jorge 40, exparamilitar que azotó gran parte de la región Caribe, dejando a su paso muerte, despojo y temores que aún subsisten.
Por otro lado, la sorpresiva y no menos peligrosa inscripción de William Romero, siniestro personaje que nada con agilidad en las turbulentas aguas del gobierno departamental del Cesar. Un pasado tan oscuro como el gobierno al que pertenece revelaría que no es la inocente víctima que aparenta.
En el primer caso, Jorge Rodrigo Tovar no eligió ser hijo de quien es, eso está claro, pero las curules para las víctimas tampoco se diseñaron para él.
También hay que decirlo y no porque se quiera estratificar entre víctimas de primera y víctimas de segunda, el punto es que esos espacios fueron creados para víctimas reales y no falsas, son escenarios de representación para aquellos que padecieron la persecución, despojo, asesinato y masacres provocadas por grupos al margen de la ley y agentes del Estado en medio del conflicto.
Por otro lado resulta contradictorio que el hijo de 40 aspire a esta curul cuando hizo parte del Gobierno de Iván Duque, que en todo momento se esforzó por aniquilar las curules de las víctimas: la fuerza parlamentaria del Gobierno las había eliminado y gracias a la Corte Constitucional revivieron.
En el segundo caso, la candidatura de William Romero es una mueca a una institución que pretende contribuir a solucionar problemas históricos de representación de las víctimas y no para consolidar el asfixiante poder que domina su grupo político, que ya tiene una fuerza de tres congresistas y dos senadores, quienes contribuyeron con esmero a empobrecer al Cesar, acabar con el Hospital Rosario Pumarejo de Lopez, con el Idreec y despilfarrar los recursos de regalías en proyectos que no atacan la pobreza ni la desigualdad en el departamento.
No les basta tener a Eliecer Salazar en el Congreso, representante sin méritos y de nula actividad legislativa, símbolo de imposición de la maquinaria y el aprovechamiento del poder para lograr apoyos a figuras pesadas y poco carismáticas.
Ahora darían un golpe a las víctimas con otro servil del poder, quien disfruta de los privilegios que le concede su matrona para reírse de la contratación pública; ahora buscan pervertir la curul de las víctimas con el juego que siempre practican, usar títeres para satisfacer sus ambiciones.
No se puede permitir que la figura de víctima sea distorsionada por juego de palabras y por perversos intereses auspiciados desde el mismo establecimiento, ese establecimiento que también contribuyó al sufrimiento de esas personas, como lo relata Germán Castro Caycedo en su libro ‘Sin Tregua’.
Ahora quieren usar la curul de las víctimas para extender los hilos del poder, como el caso del grupo de William Romero y otros actores que se ocultan detrás del hijo de 40, algunos vestidos de azul que recorren el departamento con su equipo.
Por Carlos Andrés Añez
Ahora quieren usar la curul de las víctimas para extender los hilos del poder, como el caso del grupo de William Romero y otros actores que se ocultan detrás del hijo de 40, algunos vestidos de azul que recorren el departamento con su equipo.
Estamos jodidos, la semana anterior la jornada de inscripción de candidatos a las elecciones del Congreso finalizó con dos hechos espeluznantes: la inscripción, por un lado, del hijo del temido Jorge 40, exparamilitar que azotó gran parte de la región Caribe, dejando a su paso muerte, despojo y temores que aún subsisten.
Por otro lado, la sorpresiva y no menos peligrosa inscripción de William Romero, siniestro personaje que nada con agilidad en las turbulentas aguas del gobierno departamental del Cesar. Un pasado tan oscuro como el gobierno al que pertenece revelaría que no es la inocente víctima que aparenta.
En el primer caso, Jorge Rodrigo Tovar no eligió ser hijo de quien es, eso está claro, pero las curules para las víctimas tampoco se diseñaron para él.
También hay que decirlo y no porque se quiera estratificar entre víctimas de primera y víctimas de segunda, el punto es que esos espacios fueron creados para víctimas reales y no falsas, son escenarios de representación para aquellos que padecieron la persecución, despojo, asesinato y masacres provocadas por grupos al margen de la ley y agentes del Estado en medio del conflicto.
Por otro lado resulta contradictorio que el hijo de 40 aspire a esta curul cuando hizo parte del Gobierno de Iván Duque, que en todo momento se esforzó por aniquilar las curules de las víctimas: la fuerza parlamentaria del Gobierno las había eliminado y gracias a la Corte Constitucional revivieron.
En el segundo caso, la candidatura de William Romero es una mueca a una institución que pretende contribuir a solucionar problemas históricos de representación de las víctimas y no para consolidar el asfixiante poder que domina su grupo político, que ya tiene una fuerza de tres congresistas y dos senadores, quienes contribuyeron con esmero a empobrecer al Cesar, acabar con el Hospital Rosario Pumarejo de Lopez, con el Idreec y despilfarrar los recursos de regalías en proyectos que no atacan la pobreza ni la desigualdad en el departamento.
No les basta tener a Eliecer Salazar en el Congreso, representante sin méritos y de nula actividad legislativa, símbolo de imposición de la maquinaria y el aprovechamiento del poder para lograr apoyos a figuras pesadas y poco carismáticas.
Ahora darían un golpe a las víctimas con otro servil del poder, quien disfruta de los privilegios que le concede su matrona para reírse de la contratación pública; ahora buscan pervertir la curul de las víctimas con el juego que siempre practican, usar títeres para satisfacer sus ambiciones.
No se puede permitir que la figura de víctima sea distorsionada por juego de palabras y por perversos intereses auspiciados desde el mismo establecimiento, ese establecimiento que también contribuyó al sufrimiento de esas personas, como lo relata Germán Castro Caycedo en su libro ‘Sin Tregua’.
Ahora quieren usar la curul de las víctimas para extender los hilos del poder, como el caso del grupo de William Romero y otros actores que se ocultan detrás del hijo de 40, algunos vestidos de azul que recorren el departamento con su equipo.
Por Carlos Andrés Añez