“Las sabanas del diluvio” es uno de los clásicos más perdurables y transcendentales del compositor vallenato Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Don Toba.
Este pegajoso tema fue creado en noviembre de 1939, con la única pretensión de conquistar a una trigueña de ojos ensoñadores de color miel, que, por su entornado cuerpo y atractivas facciones, se convirtió, con el paso de los años, en la mujer más pretendida y deseada de las sabanas del Diluvio y Camperucho, hoy Cesar.
Y precisamente, en el sector, denominado Camperucho Arriba, era donde se encontraba ubicada la finca ‘Santa Elena’, propiedad de los herederos de Elena, la madre de los hermanos Pumarejo Gutiérrez, José Antonio, Tito Modesto, María Francisca y Tobías Enrique, una prospera finca, que, por ese entonces, y con mucho tino, Tobías administraba.
A diario, a ‘Santa Elena’, y en plena flor de su vida, llegaba Paulina Maestre Martínez a comprar la leche recién ordeñada. Labor diaria que terminó enloqueciendo de amor a Pumarejo, que para llamar su atención y rendirla a sus pies, lo llevó a crear esta hermosa canción que no ha dejado de escucharse desde que, con el nombre “Las sabanas”, Guillermo Buitrago, “El Ruiseñor de la Sierra Nevada de Santa Marta”, en 1948 la grabó en la casa disquera Fuentes, formato 78 RPM, serial 80132 cara B. Un éxito rotundo, no solo en la región del Caribe colombiano y en el interior del país, sino en los países vecinos al nuestro.
Pero ¿cómo fue posible llegar a una fecha tan próxima, en lo que corresponde a la creación de este tema que no ha dejado de sonar desde su primera grabación? Porque el fruto de “Las sabanas del Diluvio”, Ana Cristina Pumarejo Maestre, el 26 de julio de 2024, cumplió 84 años. Ahora, si con base a esta fecha de nacimiento, partiendo del relato de Ana Cristina, quien me contó que su madre de inmediato salió embarazada de su padre Tobías, si tenemos en cuenta los nueve meses de gestación, estaríamos hablando que este hermoso y llamativo tema, es de finales de octubre o comienzos de noviembre de 1939. Suponiendo, eso sí, que Paulina maravillada con esta dedicatoria, se rindió a las pretensiones de su amado. De ahí que nos encontremos próximos de festejar los 85 años de este clásico de la música vallenata.
Entre las posteriores grabaciones que le siguieron al antiguo formato de 78 RPM, encontramos el LP titulado “Regalito de Navidad”, además de otras recopilaciones de los temas más relevantes que interpretó “El Jilguero de la Sierra”, como “Guillermo Buitrago Vol. 2” y las “Memorias de Buitrago”. Igualmente, “Las sabanas del Diluvio” fue grabado en LP por Colacho Mendoza “Concierto Vallenato Vol. 2-La Niña Esquiva”, “El Amor de Claudia” con el Conjunto Caribe, “Excelencia Vallenata”, con Andrés Turco Gil y Andrés Chamorro, y en LP y CD, por Los Hermanos Zuleta en el álbum “Tarde de verano”. Por supuesto que han de existir más interpretaciones de esta melodiosa y pegajosa canción, que no cesa de sonar en emisoras, fiestas, celebraciones y serenatas. Al igual que se encuentra a disposición de los internautas en un buen número de plataformas digitales.
Sobre su madre, me comentó Ana Cristina, que siempre se sintió orgullosa de esta efusiva composición, la que no dejaba de tararear mientras desarrollaba sus quehaceres domésticos o en sus momentos de relax. Y cuando le pregunté, sobre cuál de las estrofas de esta bella obra maestra del vallenato clásico, cree que le gustaba más a su madre, me respondió sin titubear, que, según su apreciación, su mamá les tenía igual cariño a todas ellas, ya que la calidad poética de cada una no daba margen para que, en particular, pudiese preferir una u otra dentro de tan florida gama de halagos. Otro motivo de orgullo y de gratos recuerdos de los que vivió su madre se dieron en las fiestas y en las celebraciones a las que asistía. Cuando la agrupación de turno se enteraba de su presencia de inmediato entonaban los acordes de esta bella melodía a la que le seguían muchos aplausos llenos de cariño y de mucha admiración.
Ana Cristina, por su parte, todos los días cuando sale a caminar, dentro su rutina diaria de ejercicios, una vez termina de rezar el rosario, le brinda un pequeño pero sentido homenaje a su padre: “papi estoy recordándote”, suele decir, y uno tras otro empieza a entonar los versos que se le vienen a la memoria de sus más emblemáticas composiciones: “Las sabanas del Diluvio”, por supuesto, “La víspera de año nuevo”, “Callate corazón”, “Mírame fijamente”, “La cita” y “Los tres hermanos”, entre otras. Y mientras se ducha, igualmente se le oye tararear buena parte de este repertorio.
Don Toba y Paulina, con quien tuvo dos hijos, Ana Cristina y Jorge Eliécer, convivieron unos seis años, y su separación se originó por razones obvias, su padre, aunque quería mucho a su madre, sus continuos deslices amorosos y los desmedidos celos por parte de su mamá, rebosaron la copa, muy a pesar de que Don Toba siempre lograba salirse con la suya, obteniendo de manera reiterativa y temporal su perdón con solo entonarle a capela los primeros versos de “Las sabanas del Diluvio”. Sus primeros compases siempre la desarmaban, pero llegó un día en el que su madre no fue capaz de soportar una más de sus infidelidades, y en ese momento todo terminó. Con sus dos hijos partió hacía Valledupar en donde estableció su residencia definitiva.
Don Toba siempre estuvo pendiente de sus hijos a quienes nunca desamparó. Con Arcadio Martínez, “El cónsul vallenato de Barranquilla”, esposo de Ana Cristina, al igual que con sus hijos, mantuvo a lo largo de su vida una estrecha relación de amistad y familiaridad. De sus nietos, hijos de Arcadio y Ana, con el que más se encariñó, fue con Efraín, quien por su pelo mono le decía “El gringuito”.
Por parte de Ana Cristina, muchos son los recuerdos y anécdotas cariñosos que aún conserva de su padre, y que con el paso del tiempo no le ha hecho la más mínima mella. Uno de los más bellos de estos episodios lo vivió cuando ella contaba con unos tres años y su hermano con uno, matices que en sus pormenores solía recordarle su nana, María Almenares. Por ese entonces, su padre desde la hacienda “Santa Elena”, los llevó a Los Venados, ahora Cesar, donde los bautizó el 3 de febrero de 1943. Este viaje que lo realizaron en unas ocho horas cuenta Ana, embargada de mucha nostalgia, que ellos iban montados en un burro, metidos a lado y lado en sendos cajones de madera, con la nana por delante en otro, y con su padre a caballo, proveyéndolos de sombra con unas ramas de matarratón.
Tras la separación de sus padres, Paulina con sus dos hijos se instalaron en Valledupar en una casa vecina a la de Don Tito, el segundo de los cuatro hermanos de Don Toba, ubicada en la calle 14 # 46-60, calle de La Estrella, barrio Cañahuate. Como los patios colindaban, además que en la parte posterior varias de las casas circundantes contaban con un acceso común, especie de parqueadero, lo que les facilitaba el acceso a las casas vecinas. Así que cuando Don Tobías de El Copey llegaba de visita donde su hermano Tito, una vez instalado, enviaba a doña Epitafia, una de las criadas de la casa, para que les trajera a Ana Cristina y a Jorge Eliécer, con quienes compartía muchas horas durante su estadía en la ciudad de los Santos Reyes.
Hacia comienzos de los años 80, en una visita que le hizo a Ana Cristina cuando vivían en Barranquilla, de manera inesperada Tobías Enrique fue llevado de urgencia a la Clínica del Caribe donde lo operaron debido a una afectación que sufrió en la próstata. Como esta cirugía lo tomó de sorpresa, y como en ese momento no contaba a la mano, con los recursos económicos que la cirugía exigía, Arcadio le prestó el dinero faltante, y cuando le fue a pagar la deuda a su yerno, incluidos los intereses, Arcadio solo le recibió el capital. Por agradecimiento, agradecimiento eterno, su suegro le compuso una canción de mucha significación y aprecio debido a este gentil gesto. He aquí dos de sus estrofas:
“Operado en Barranquilla/ me vi obligado a prestar/ el esposo de Ana Cristina/ sincero y buen familiar// Ana Cristina merece/ que Dios bendiga su hogar/ un cheque con intereses/ solo recibió el capital”.
Paulina murió en Valledupar a las cuatro de la mañana el 29 de abril de 1997, debido a una trombosis que la dejó en estado vegetativo por tres días. Muchas fueron las satisfacciones que Paulina se llevó a su tumba, en su mayoría derivadas del bello tema del que fue su musa, “Las sabanas del Diluvio”.
“Las sabanas del Diluvio/ tienen una cosa buena/ pues parecen dos cocuyos los ojos de mi morena// Si las sabanas hablaran/ ellas lo dirían mejor/ lo que se quiere con el alma/ sí es todo corazón// Coro/ Mi morena parece un diamante/ yo por eso la quiero bastante/ mi morena parece un tesoro/ yo por eso la quiero y la adoro/ mi morena parece un rubí/ yo por eso la quiero pa mí/ mi morena parece una estrella/ yo por eso me muero por ella/ mi morena parece un capullo/ por eso la quiero y la arrullo// Las sabanas del Diluvio/ no tienen comparación/ tienen mujeres bonitas
y ganado cimarrón// Sin saber ni cómo ni cuándo/ todo mi amor consagré/ y a Dios le vivo rogando/ que me cuide a quien yo sé/ De los pájaros del monte/ quisiera ser chupaflor/ pa pasar toda la noche/ dándole besos de amor// Tate quieto, tate quieto/ tate quieto vaya pues/ que lo dice la morena/ siempre nos vamos a cogé//”.
Y volviéndome reiterativo, no deja de ser una pena, que una figura de esta relevancia, de momento, en Valledupar, su tierra natal, los entes culturales y gubernamentales lo hayan olvidado para cualquier tipo de reconocimiento, y que, en el Valle, su tierra natal, no cuente con una escultura o un lugar de privilegio en “El salón de la fama de la música del acordeón”.
Es imperdonable este olvido, no solo por Pumarejo, sino para otras tantas figuras de antaño, que, con tesón, forjaron nuestro querido folclor.
Por: Ricardo López Solano
“Las sabanas del diluvio” es uno de los clásicos más perdurables y transcendentales del compositor vallenato Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Don Toba.
Este pegajoso tema fue creado en noviembre de 1939, con la única pretensión de conquistar a una trigueña de ojos ensoñadores de color miel, que, por su entornado cuerpo y atractivas facciones, se convirtió, con el paso de los años, en la mujer más pretendida y deseada de las sabanas del Diluvio y Camperucho, hoy Cesar.
Y precisamente, en el sector, denominado Camperucho Arriba, era donde se encontraba ubicada la finca ‘Santa Elena’, propiedad de los herederos de Elena, la madre de los hermanos Pumarejo Gutiérrez, José Antonio, Tito Modesto, María Francisca y Tobías Enrique, una prospera finca, que, por ese entonces, y con mucho tino, Tobías administraba.
A diario, a ‘Santa Elena’, y en plena flor de su vida, llegaba Paulina Maestre Martínez a comprar la leche recién ordeñada. Labor diaria que terminó enloqueciendo de amor a Pumarejo, que para llamar su atención y rendirla a sus pies, lo llevó a crear esta hermosa canción que no ha dejado de escucharse desde que, con el nombre “Las sabanas”, Guillermo Buitrago, “El Ruiseñor de la Sierra Nevada de Santa Marta”, en 1948 la grabó en la casa disquera Fuentes, formato 78 RPM, serial 80132 cara B. Un éxito rotundo, no solo en la región del Caribe colombiano y en el interior del país, sino en los países vecinos al nuestro.
Pero ¿cómo fue posible llegar a una fecha tan próxima, en lo que corresponde a la creación de este tema que no ha dejado de sonar desde su primera grabación? Porque el fruto de “Las sabanas del Diluvio”, Ana Cristina Pumarejo Maestre, el 26 de julio de 2024, cumplió 84 años. Ahora, si con base a esta fecha de nacimiento, partiendo del relato de Ana Cristina, quien me contó que su madre de inmediato salió embarazada de su padre Tobías, si tenemos en cuenta los nueve meses de gestación, estaríamos hablando que este hermoso y llamativo tema, es de finales de octubre o comienzos de noviembre de 1939. Suponiendo, eso sí, que Paulina maravillada con esta dedicatoria, se rindió a las pretensiones de su amado. De ahí que nos encontremos próximos de festejar los 85 años de este clásico de la música vallenata.
Entre las posteriores grabaciones que le siguieron al antiguo formato de 78 RPM, encontramos el LP titulado “Regalito de Navidad”, además de otras recopilaciones de los temas más relevantes que interpretó “El Jilguero de la Sierra”, como “Guillermo Buitrago Vol. 2” y las “Memorias de Buitrago”. Igualmente, “Las sabanas del Diluvio” fue grabado en LP por Colacho Mendoza “Concierto Vallenato Vol. 2-La Niña Esquiva”, “El Amor de Claudia” con el Conjunto Caribe, “Excelencia Vallenata”, con Andrés Turco Gil y Andrés Chamorro, y en LP y CD, por Los Hermanos Zuleta en el álbum “Tarde de verano”. Por supuesto que han de existir más interpretaciones de esta melodiosa y pegajosa canción, que no cesa de sonar en emisoras, fiestas, celebraciones y serenatas. Al igual que se encuentra a disposición de los internautas en un buen número de plataformas digitales.
Sobre su madre, me comentó Ana Cristina, que siempre se sintió orgullosa de esta efusiva composición, la que no dejaba de tararear mientras desarrollaba sus quehaceres domésticos o en sus momentos de relax. Y cuando le pregunté, sobre cuál de las estrofas de esta bella obra maestra del vallenato clásico, cree que le gustaba más a su madre, me respondió sin titubear, que, según su apreciación, su mamá les tenía igual cariño a todas ellas, ya que la calidad poética de cada una no daba margen para que, en particular, pudiese preferir una u otra dentro de tan florida gama de halagos. Otro motivo de orgullo y de gratos recuerdos de los que vivió su madre se dieron en las fiestas y en las celebraciones a las que asistía. Cuando la agrupación de turno se enteraba de su presencia de inmediato entonaban los acordes de esta bella melodía a la que le seguían muchos aplausos llenos de cariño y de mucha admiración.
Ana Cristina, por su parte, todos los días cuando sale a caminar, dentro su rutina diaria de ejercicios, una vez termina de rezar el rosario, le brinda un pequeño pero sentido homenaje a su padre: “papi estoy recordándote”, suele decir, y uno tras otro empieza a entonar los versos que se le vienen a la memoria de sus más emblemáticas composiciones: “Las sabanas del Diluvio”, por supuesto, “La víspera de año nuevo”, “Callate corazón”, “Mírame fijamente”, “La cita” y “Los tres hermanos”, entre otras. Y mientras se ducha, igualmente se le oye tararear buena parte de este repertorio.
Don Toba y Paulina, con quien tuvo dos hijos, Ana Cristina y Jorge Eliécer, convivieron unos seis años, y su separación se originó por razones obvias, su padre, aunque quería mucho a su madre, sus continuos deslices amorosos y los desmedidos celos por parte de su mamá, rebosaron la copa, muy a pesar de que Don Toba siempre lograba salirse con la suya, obteniendo de manera reiterativa y temporal su perdón con solo entonarle a capela los primeros versos de “Las sabanas del Diluvio”. Sus primeros compases siempre la desarmaban, pero llegó un día en el que su madre no fue capaz de soportar una más de sus infidelidades, y en ese momento todo terminó. Con sus dos hijos partió hacía Valledupar en donde estableció su residencia definitiva.
Don Toba siempre estuvo pendiente de sus hijos a quienes nunca desamparó. Con Arcadio Martínez, “El cónsul vallenato de Barranquilla”, esposo de Ana Cristina, al igual que con sus hijos, mantuvo a lo largo de su vida una estrecha relación de amistad y familiaridad. De sus nietos, hijos de Arcadio y Ana, con el que más se encariñó, fue con Efraín, quien por su pelo mono le decía “El gringuito”.
Por parte de Ana Cristina, muchos son los recuerdos y anécdotas cariñosos que aún conserva de su padre, y que con el paso del tiempo no le ha hecho la más mínima mella. Uno de los más bellos de estos episodios lo vivió cuando ella contaba con unos tres años y su hermano con uno, matices que en sus pormenores solía recordarle su nana, María Almenares. Por ese entonces, su padre desde la hacienda “Santa Elena”, los llevó a Los Venados, ahora Cesar, donde los bautizó el 3 de febrero de 1943. Este viaje que lo realizaron en unas ocho horas cuenta Ana, embargada de mucha nostalgia, que ellos iban montados en un burro, metidos a lado y lado en sendos cajones de madera, con la nana por delante en otro, y con su padre a caballo, proveyéndolos de sombra con unas ramas de matarratón.
Tras la separación de sus padres, Paulina con sus dos hijos se instalaron en Valledupar en una casa vecina a la de Don Tito, el segundo de los cuatro hermanos de Don Toba, ubicada en la calle 14 # 46-60, calle de La Estrella, barrio Cañahuate. Como los patios colindaban, además que en la parte posterior varias de las casas circundantes contaban con un acceso común, especie de parqueadero, lo que les facilitaba el acceso a las casas vecinas. Así que cuando Don Tobías de El Copey llegaba de visita donde su hermano Tito, una vez instalado, enviaba a doña Epitafia, una de las criadas de la casa, para que les trajera a Ana Cristina y a Jorge Eliécer, con quienes compartía muchas horas durante su estadía en la ciudad de los Santos Reyes.
Hacia comienzos de los años 80, en una visita que le hizo a Ana Cristina cuando vivían en Barranquilla, de manera inesperada Tobías Enrique fue llevado de urgencia a la Clínica del Caribe donde lo operaron debido a una afectación que sufrió en la próstata. Como esta cirugía lo tomó de sorpresa, y como en ese momento no contaba a la mano, con los recursos económicos que la cirugía exigía, Arcadio le prestó el dinero faltante, y cuando le fue a pagar la deuda a su yerno, incluidos los intereses, Arcadio solo le recibió el capital. Por agradecimiento, agradecimiento eterno, su suegro le compuso una canción de mucha significación y aprecio debido a este gentil gesto. He aquí dos de sus estrofas:
“Operado en Barranquilla/ me vi obligado a prestar/ el esposo de Ana Cristina/ sincero y buen familiar// Ana Cristina merece/ que Dios bendiga su hogar/ un cheque con intereses/ solo recibió el capital”.
Paulina murió en Valledupar a las cuatro de la mañana el 29 de abril de 1997, debido a una trombosis que la dejó en estado vegetativo por tres días. Muchas fueron las satisfacciones que Paulina se llevó a su tumba, en su mayoría derivadas del bello tema del que fue su musa, “Las sabanas del Diluvio”.
“Las sabanas del Diluvio/ tienen una cosa buena/ pues parecen dos cocuyos los ojos de mi morena// Si las sabanas hablaran/ ellas lo dirían mejor/ lo que se quiere con el alma/ sí es todo corazón// Coro/ Mi morena parece un diamante/ yo por eso la quiero bastante/ mi morena parece un tesoro/ yo por eso la quiero y la adoro/ mi morena parece un rubí/ yo por eso la quiero pa mí/ mi morena parece una estrella/ yo por eso me muero por ella/ mi morena parece un capullo/ por eso la quiero y la arrullo// Las sabanas del Diluvio/ no tienen comparación/ tienen mujeres bonitas
y ganado cimarrón// Sin saber ni cómo ni cuándo/ todo mi amor consagré/ y a Dios le vivo rogando/ que me cuide a quien yo sé/ De los pájaros del monte/ quisiera ser chupaflor/ pa pasar toda la noche/ dándole besos de amor// Tate quieto, tate quieto/ tate quieto vaya pues/ que lo dice la morena/ siempre nos vamos a cogé//”.
Y volviéndome reiterativo, no deja de ser una pena, que una figura de esta relevancia, de momento, en Valledupar, su tierra natal, los entes culturales y gubernamentales lo hayan olvidado para cualquier tipo de reconocimiento, y que, en el Valle, su tierra natal, no cuente con una escultura o un lugar de privilegio en “El salón de la fama de la música del acordeón”.
Es imperdonable este olvido, no solo por Pumarejo, sino para otras tantas figuras de antaño, que, con tesón, forjaron nuestro querido folclor.
Por: Ricardo López Solano