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Las corredurías de Calixto Ochoa y Liborio reyes en el Bolívar grande

Calixto Ochoa.

A Liborio Reyes lo visité en El Carmen de Bolívar. Fue una tarde de sol anaranjado de mayo. Lo abordé, sin previo aviso, en su vivienda ubicada en el barrio Buenos Aires. Lo hice porque me hablaron de su mansedumbre, de su facilidad para hacer amigos y de su buena conversación. Liborio es acordeonista, compositor y técnico de acordeones.

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El año pasado estuvo en varias ciudades de México, disfrutando del éxito que algunas canciones de su autoría han tenido en ese país, las que grabó en ritmo de cumbia. Este año debía regresar a ese país a cumplir una gira, la que debido a la pandemia del covid-19 fue aplazada.

Afincado en la confianza que me había dado busqué la manera de adentrarnos por los caminos de su vida. Esa era la información que me había llevado a su casa. Lo primero que me dijo fue que había sido guacharaquero del acordeonista Eliseo Eláguila Diaz. Lo hizo desplazándose de Bajo Grande, donde vivía con su mamá y su padrastro, para Macajan.

Se fue con el acordeonista impulsado por el interés de que le enseñara a tocar acordeón. Meses después de estar al lado de quien creía sería su maestro de música, se dio cuenta que por lo único que se interesó fue por enseñarlo a cortar arroz.

Con esa frustración regresó a Bajo Grande, donde le dijeron que por ahí andaba un acordeonista del Valle que se llamaba Calixto Ochoa. También se enteró que estaba alojado en la casa de Isabel Díaz, con la que Liborio estaba ligado por lazos familiares. Ligamento que la motivó a presentarlo como guacharaquero ante el acordeonista.

Liborio aún recuerda la imagen que tuvo de Calixto al conocerlo: el de un pelado largo, flaco, negro y cabeza de fosforo. Este creía que para cuando se conocieron tenía quince años, pero se sorprendió cuando le dije que apenas había cumplido once, entonces me preguntó cuántos tenía Calixto.

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No bastó que Isabel Díaz los presentara para que Liborio se uniera al conjunto de Calixto, del que ya formaba parte Rafael ‘El Mocho’ Díaz, quien tocaba la caja. Debió mejorar la forma de ejecutar la guacharaca siguiendo las indicaciones que le dio el acordeonista. Pero hacerlo como le indicó le resultó difícil, entonces ideó una manera de superar sus limitaciones. Se aferró al presentimiento de que uniéndose al conjunto de este tendría la oportunidad que Rafael Eláguila, con su comportamiento hostil y la manera celosa de cuidar su acordeón, le había negado.

Entonces le pregunté cómo había nacido el interés por tocar acordeón y de quién heredaba su vocación musical. Me contó que comenzó a interesarse por el instrumento un día que vio su padrastro, Agapito Montes, interpretarlo. Fue tanta la sorpresa que le produjo que me aseguró que nunca se le ha olvidado la imagen de aquel hombre montaraz y callado tocando ese instrumento con tanta destreza. Lo de la vocación musical se lo acredita a su padre, Elisio Joaquín Reyes, a quien conoció ya siendo un adulto, de quien asegura que era poeta, gaitero, decimero y bailador.

Calixto fue paciente con él y estuvo atento a la forma cómo avanzaba en el aprendizaje de los secretos de la guachacaraca. Cuando lo creyó apto para hacerlo su compañero de conjunto musical, le avisó que era tiempo de que lo acompañara en las corredurías que hacía por lo que se denomina la montaña, es decir, el área rural del municipio de El Carmen de Bolívar.

EL REGRESO A SAN JACINTO

Calixto, después de estar dos años en Bajo Grande, tomó la decisión de abandonar este lugar y de mudarse para San Jacinto, por donde había ingresado, en 1953, a la región montemariana. Lo hizo, entonces, acompañado del guitarrista llamado ‘El Nola’ Maestre y del guacharaquero ‘El Chú’ Castrillón. Al llegar, esa vez, contó con el apoyo del también acordeonista Buenaventura Maestre, quien residía en esa localidad.

Fue después que los compañeros se regresaran para el Valle cuando tomó la decisión de empacar sus pocas pertenencias, agarrar el acordeón de dos hileras e irse para Caracolí, ubicado en la zona rural de El Carmen de Bolívar. En ese lugar conoció a Rafael Díaz, a quien le decían ‘El Mocho’, por haberse cortado un dedo de unas de sus manos, y quien sería su acompañante musical por un largo periodo.

Cuando le indagué a Liborio sobre el tiempo que permanecieron en San Jacinto, me dio como respuesta que no lograba precisarlo, porque para entonces este tema no estaba entre sus preocupaciones. Fueron cuatro años. La respuesta la obtuve en un texto publicado por el cronista Alfonso Hamburger. Tiempo en el que, según Adolfo Pacheco, a Calixto casi no lo conocieron en esa población debido a que permanecía en Las Charquitas, San Cristóbal, Arena, Las Palmas, Bajo Grande, Jesús del Monte, y en los corregimientos de El Carmen de Bolívar.

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Liborio no abandona el hilo de sus recuerdos asociados con su interés por aprender a interpretar el acordeón. Dice que en San Jacinto lo invadían las ganas de agarrar el de Calixto, pero no se atrevía, le daba pena. Entonces, se dedicó fue a analizar la manera cómo este lo tocaba, cómo ponía los dedos en los pitos y los bajos para teclearlo, y cómo ubicaba las manos al ejecutarlo, estilo que aún conserva.

A Calixto el abandono de sus primeros compañeros musicales debió convencerlo de que entre mayor fuera el número de los componentes de su conjunto, menor posibilidades tenía de quedar solo. Es una de las dos razones que da Liborio para entender el ingreso, en San Jacinto, de Ramón ‘Monche’ Vargas al conjunto de acordeón al que pertenecía. La otra es que este era un buen cantante y un excelente acordeonero.

Pero Ramón ‘Monche’ Vargas le dijo a Numas Armando Gil que sus relaciones con Calixto iniciaron después de haberlo acompañado en una canción, tocando la guacharaca. Tras hacerlo este le pidió que hiciera parte de su conjunto musical.

El trasegar de Calixto, de Liborio, de ‘El Mocho’ y de Ramón Vargas, por pueblos, caminos y fincas de los Montes de María fue edificando en la mente de cada quien la convicción de que su presencia en los lugares donde llegaban era transitoria. Incluso, la transitoriedad fue tema de algunas canciones compuestas por el acordeonero Ochoa en su andar por los esos lares.

Liborio, para quien su mente es su museo, recuerda cuando Calixto, a quien llama perro mocho con las mujeres, le compuso una canción a Ramona Berrío, quien habitaba en un caserío llamado Santo Domingo de Meza. En unos de sus versos hace mención de lo que significaba el paso, sin ánimo de residenciarse, por un lugar.

Este es un recuerdo grato

Que le dejo a Ramona

No olvide que el vallenato

Vuelve a regresar.

De ese mismo tiempo de trashumancias fue la canción ‘Crucita’, mujer a quien conoció en una localidad llamada Bonguito. Ella era una morena que tenía el cabello ondulado, no era mayor de 17 años cuando fue su novia. A esta y a su condición de pasajero por aquellos lugares les cantó en esta inmortal obra:

Ya me ausento de tú vista,

pero yo no sé si vuelvo

Pero dejo de recuerdo

un paseo para Crucita

Preciosa prenda bonita

Mi alma queda sin consuelo.

Ya se despide Calixto

con su acordeón que enguayaba

Sus notas bien acompasadas

Me despido del Bonguito

Llevo a Crucita en el alma.

Cualquier día Calixto notificó a sus compañeros que había un nuevo destino en sus corredurías, Cartagena. Entonces cada quien recogió sus pocas cosas, las escasas prendas de vestir, a la que llamaban quita y pon, las hamacas y los cantos de cabuya para guindarlas, y las metieron en una sola maleta de cuero. Era sábado el día que se montaron en un bus de madera que iba a esa ciudad. A San Jacinto, nunca regresaron de manera conjunta.

LIBORIO Y CALIXTO EN CARTAGENA

La vida le ha dado oportunidad al acordeonista de El Carmen de Bolívar de poder disfrutar de los recuerdos de la vida. Es decir que la ha vivido dos veces, como lo dijo el poeta latino Marco Valerio Marcial. Es el único que sobrevive entre quienes participaron en esa conquista musical que partió de Valencia de Jesús, de donde era Calixto, y que, en su caso, aún no termina.

Entonces echo mano de su buena memoria, la que tal y como lo dijo Jorge Luis Borges, constituye su propio edén interior, para indagarle si conoció las razones por las que Calixto se mudó para el antiguo departamento de Bolívar grande.

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Me contó lo que yo conocía, que este en oportunidades admitía que las ganas de aventurar lo llevaron hasta los Montes de María y en otras, que el impulso para hacerlo fue una decepción amorosa. Le hice saber una versión que de este viaje me comentó el investigador de música vallenata, Julio Oñate Martinez, quien dice que fue ‘El Nola’ Maestre el que lo convenció de que se fueran para esa región, debido que en esos lares no había muchos acordeonistas.

Liborio también me dijo que Calixto había entendido que para ser un reconocido acordeonero tenía que imitar a Abel Antonio Villa y al resto de juglares de la música vallenata, abriéndose paso, en burro, a pie, a caballo y otros medios de locomoción, por caminos que los conducían a pueblos, ciudades y el área rural del Caribe nuestro. Para de esa forma, llevar su música y sus composiciones a esos lugares como producto de venta. Según este, esa fue la razón que llevó Calixto a tomar la decisión de irse en compañía de sus músicos para Cartagena.

Fue yendo a Cartagena cuando Calixto creyó oportuno detenerse en Sincerín para aprovechar que era sábado y podrían encontrar alguna parranda que amenizar. En ese lugar, además de la parranda, encontraron un nuevo compañero para interpretar música y para andar en corredurías, Rafael Herrera. Desde entonces el conjunto estuvo compuestos por tres acordeoneros: Calixto, Ramón, Rafael, el cajero y el guacharaquero.

Rafel sería fundamental en la decisión de Liborio de tomar prestado uno de los acordeones de Calixto, para aprender a tocar. Él fue quien le insistió para que lo hiciera. Eran dos acordeones los que tocaban, ambos de propiedad de Calixto. El que llevó a los Montes de María, que negoció con un indígena y le pagó con cuatro mochilas de iguana que llevó en dos burros hasta donde este vivía. El otro lo negoció tras arreglarlo y encontrar en él notas musicales distintas, como sí y mí, que no emitía el otro.

El número de componentes del conjunto siguió incrementándose tras la vinculación de Julio Villa, cuya función fue la de recoger, con el sombrero blanco que usaba, la plata que daban algunas de las personas que se detenían a escucharlos interpretar canciones vallenatas y cumbias. Para hacerlo se ubicaban en cualquier esquina, en el parque del Centenario o La Boquilla.

Un día cualquiera Calixto reunió a sus compañeros de andanzas y de música, les dijo que era tiempo de partir hacia otros lares. De su estadía en esa ciudad recogían experiencias y dos hechos históricos. Uno, que este y su conjunto se presentaron en el radio teatro de Radio Miramar. El otro, la grabación en acetato de dos canciones de la autoría del acordeonista vallenato, que hicieron en la misma emisora.

“Todo comenzó en Villanueva, Bolívar, para donde nos había traslado en correduría”, señala Liborio: “Un día cualquiera me dijo que iba para el caserío de Arena, corregimiento de San Jacinto para proponerle a Francisco Anillo, conocido como ‘Pacho’, que financiara la grabación de dos canciones dedicadas a él y a una hija, en el formato de acetato. Este aceptó y le dio cincuenta pesos para que lo hiciera, de los cuales solo pagó diez en Radio Miramar. Después que las grabamos, él, ‘El Mocho’ y yo, nos fuimos para ese pueblo donde nos trataron como artistas, especialmente, después que ‘Pacho’ puso las canciones en un picot de bocina que tenía. Recuerdo que del lado A del acetato estaba la canción llamada ‘Pacho Anillo’, mientras que del otro lado el tema ‘Fanny’”.

Vengo a cantarle este merenguito bonito
Para Pacho y su amigo Armando
Bien ejecutado para que se oiga bonito
Pa’ que gocen cuando estén tomando.

CALIXTO Y SUS MUCHACHOS EN SAN ONOFRE

Liborio admite que cuando va a la zona rural de El Carmen de Bolívar, en compañía de los músicos de su conjunto, se llena de nostalgias al recordar lo que vivió en las corredurías, junto a Calixto. Así mismo reconoce que, para entonces, era un hombre feliz. Me dio la fórmula para serlo: no sentía tristeza por los hechos del pasado.

Su vida se limitaba al presente, más aun, cuando el suyo era tomar cualquiera de los dos acordeones de Calixto para aprender a interpretarlo. Del tiempo cuando lo hacía recuerda que el único reproche que este le hizo fue que se hiciera a un lado porque le molestaba el sonido que le daban los principiantes al instrumento.

Irse para San Onofre implicó hacer de la finca ‘La Negra’ su residencia y volver al campo. Entonces, anduvieron por caminos que no conocían. Debieron aprender a sortear los arroyos, a estar atentos al canto de los pájaros charan y ‘chupa huevo’, quienes le avisan al caminante la existencia de peligros.

Caminaban dos o tres leguas, a veces, sin pronunciar palabras. Iban al paso que les imponía el burro que contrataba Calixto para que trasportara la maleta con los dos acordeones y las poquitas pertenecías de los miembros del conjunto. Lo hacían buscando en fincas y pueblos, en los que ya nadie los recuerda, que los contrataran para amenizar un baile o una parranda.

En esa zona el dinero, como forma de pago al conjunto de acordeón, fue remplazado por el arroz. Calixto era quien daba el valor de la animación de una fiesta, lo hacía en pesos y los contratantes pagaban con este producto. Grano que almacenaban en una pieza que para tal fin arrendaron en San Onofre. Fiestas que parecían interminables, pues, eran de seis de la tarde hasta la seis de la mañana, sin tener derecho a descansar. Lo hacían cuando se armaba una trifulca. Entonces los músicos se ubicaban en un sitio seguro y pedían, a manera de deseo, que continuara para seguir reposando.

Fue en una de esas corredurías donde Liborio vivió una experiencia que lo llevó a componer una cumbia que hoy le permite ser un acordeonista con seguidores en Monterrey, Saltillo, Santiago de Querétano, México. Lo inspiró el ver bailar a un hombre con los pantalones al hombro y luciendo un pantaloncillo largo y con botones, de ahí que la canción se llame: ‘Borracho y sin calzón’.

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El repertorio musical que interpretaban en fiestas y parranda era el de Calixto y una de las canciones de su autoría que, para entonces, tenía más aceptación era Lirio Rojo, y algunas de Luis Enrique Martínez. Tanto Calixto como Liborio tuvieron en el acordeonero guajiro su referente musical. Este último, incluso, dice cantar como él, sin desconocer que Calixto fue decisivo en su vida musical.

Por un tiempo abandonaron el campo y se fueron a tocar en torno y debajo de las corralejas, en lugares como Sincelejo, Planeta Rica, Sahagún, Corozal, pero, después, volvieron a la finca ‘La Negra’. Fue en ese lugar cuando Liborio tomó la decisión de abandonar a Calixto. Lo hizo cansado de escuchar al amanecer y al atardecer el canto de la pava congona. De ver cómo la noche llegaba como una sombra nostálgica que los hacía acostar a las siete de la noche de casi todos los días. Pero, sobre todo, el saber que había logrado la meta que lo llevó a hacerse músico, aprendió a ejecutar el acordeón y, además, a arreglarlo viendo a Calixto hacerlo.

Para entonces tenía un nuevo reto, comprar un acordeón, los que costaban un dineral, cincuenta pesos. Propósito que lo inducía a buscar nuevas fuentes de ingreso económico.

La decisión no se la comunicó de inmediato, se propuso hacérsela antes de que llegara el mes de agosto con sus lluvias incesantes y sus tardes grises. Cuando le dijo a Calixto que se iba, este le rogó para que no lo hiciera. El argumento para detenerlo fue decirle que esperara la venta del arroz que tenían almacenado en San Onofre. Pero aquella era una decisión inapelable y así se lo hizo saber.

Calixto le dio cinco pesos y le dio que se llevara un acordeón de dos teclados. Liborio recuerda que cuando estaban despidiéndose este le dijo que con el regalo que le hacía no fuera a continuar con la vida que por años habían tenido. Su respuesta fue asegurarle que no lo haría, lo que no era cierto, pues una vez supo de la donación tomó la decisión de organizar un conjunto y salir a tocar en pueblos y fincas, como aún lo hace.

Por Álvaro Rojano

Categories: Crónica
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