Luis Celedón, nacido en Villanueva, La Guajira, papá de Daniel Celedón Orsini, fue un hombre excéntrico, odiado por las rezanderas santurronas, admirado por algunos materialistas por su visión comunista, y odiado por otros por no creer en la burocracia y en la burguesía, palabras recién entradas por el puente de Villanueva a los corrillos de la plaza vetusta, de aquella pequeña aldea construida sobre un enorme pedregal.
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A mí me daba igual todo aquello, ni siquiera entendía tales embelecos, además, Luis, a los hijos de Escolástico, el músico, los trataba con cierta consideración, así que ese señor panzón, calvo, alto, de carcajada limpia y sin un ápice de complejos, me caía bien. “¿Cómo amaneció, señor Luis?”. “Bien, jovencito, límpiese los mocos”.
Con los años, un día pasando por el lote donde Luis Celedón tuvo su corral, el cual estaba pegado al pueblo y pegado al río, lo único que encontré fue el palo de Javillo, con el que yo fabricaba mis carretillas y no pude evitar quitarme el sombrero ante su memoria. Ya tenía años de muerto y la viuda también, y exclamé: “¡Carajo! Eras un redomado visionario”.
Se venía de su casa caminando, y al bajar el barranco donde quedaba la última calle caminaba cincuenta metros y ya estaba en el corral, no ordeñaba decenas de vacas, pero lo que tenía era suficiente para sostener a su numerosa familia; además les construyó una casa espaciosa con un enorme patio tapiado, que denotan la amplitud de su pensamiento.
Mi mamá mandaba a Israel y a mí a comprar la leche allá al corral de Luis. Algunas veces era ‘Poncho’, hermano de Daniel, quien ordeñaba, entonces, desde que iba por donde Blanca Pinto se escuchaba a ‘Poncho’ cantando una canción que interpretó Pedro Infante: “Han nacido en mi patio dos arbolitos bajo el amparo santo y el azul del cielo“.
Esa sí era una voz microfónica porque parecía tener un micrófono en su garganta; me acordé de todo eso debajo del palo de javillo; me reí porque Poncho ponía a Israel y a mí ‘Chimbitos’, pipones de espuma de la leche recién ordeñada. Esto que cuento lo pensé debajo del javillo, y ocurrió hace muchos años, y aún en esa parcela no se había fundado el barrio que mi tío Monche bautizó ‘Pela el ojo’. También recordé el pozo donde nos bañábamos; fui a ver si aún existía, era llamado ‘El pozo de Luis Celedón’. Pero todo había sido borrado y quise reconstruir el recuerdo.
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Extrañamente se me vino la imagen de una meretriz del prostíbulo ‘El topo Gigio’: era una mujer jovencita espectacular, sus piernas redondas, parecían torneadas por el mejor carpintero del mundo; su mirada era como el licor de parranda en luna menguante, su boca carnosa, mordía un beso cada vez que hablaba; su cintura delgada exageraba más su trasero, era un cisne blanco en medio de una charca; su cabellera hermosa delataban la frescura de un clima andino, sus manos emulaban el mármol.
Yo siempre jugaba boliche con Luis, el de ‘Chepa’, y su casa quedaba al frente del ‘Topo Gigio’, que era un burdel. Esa tarde Daniel Celedón estaba en el corral de su papá, y cantaba: “Va el pastor con su rebaño“, etc.
La ‘Flor de fango’ escuchó aquella voz y dijo: “¡Quiero verlo!”. Y lo vio. Esto ocurrió en un corral que tenía Luis Celedón cerca de la casa del señor Víctor Manuel Dangond, en el barrio El Cafetal. Dicen que quedó perdidamente enamorada de aquel joven cejijunto. Hasta ahí supe de aquella dama.
Celedón escaló a la cima de la fama y vino aquella pieza magistral, que hoy por hoy es un clásico de clásico del vallenato: ‘Mujer Marchita’. Al escribir todo lo que acabo de relatar lo relacioné con la bella mujer del ‘Topo Gigio’.
Esto me ocurrió porque escribí de un solo jalón convencido que todo era así, de pronto recordé que la mujer del ‘Topo Gigio’ no murió, entonces empecé a retirar este escrito que había compartido a los grupos de amigos de WhatsApp, con el compromiso de hablar directamente con Daniel Celedón, y hacer las respectivas correcciones, y así fue: Celedón me aclaró todo, y lo del ‘Topo Gigio’ fue un incidente que solo yo le di la importancia por lo bella que era aquella mujer.
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Hechos los ajustes vuelvo a compartir el tema, solo lamento que algunos paisanos míos, de esos que nunca me felicitan por una buena columna, pero sí están atentos a cualquier error para pronunciarse contundentemente en mi contra, no me la perdonaron. Hay un dicho que dice: “Amigo que no perdona a un amigo, no es amigo”. Señores, con la mayor sinceridad del mundo, la equivocación mía no fue de mala intención.
Esta es la verdadera historia de la canción ‘Mujer Marchita’ contada por Daniel Celedón y escrita bellamente por Mary Ruth Mosquera. Aquí la resumo: En el punto justo donde el día besa la noche, ella hacía su aparición envuelta en colores refulgentes, cuyos destellos dejan ver su alma virgen de afectos colmada de amores sin nombres; él, un ser impúber, se moría de ganas de descifrar ese gesto sugerente que le hacía la mujer al verlo con destino hacia la finca de su padre.
Era cachaca y me hacía señas desde lejos cuando yo pasaba. Eso lo animó a contarle a un par de amigos y aventurarse a explorar. Al llegar vieron una multitud, había policías, también muerte. El asesinato de un hombre reconocido del pueblo, pero él no centró su curiosidad en el difunto, la vio a ella, la cachaca. La sacaron en pantaletas, cuatro proyectiles habían acabado con todo lo que ella había construido frente a un espejo. Sintió pesar, no por ella, sino por todas las prostitutas del mundo. Esto ocurrió en el prostíbulo llamado Pénjamo, a la orilla del río Villanueva, cerca a otra finca del padre de Daniel.
Por: Rosendo Romero/ EL PILÓN.