Se dice que, desde los orígenes de la humanidad, las obras no tuvieron prohibiciones de copia, reproducción ni de edición. Es posible mencionar casos tan antiguos como el arte rupestre, creado hace 40 milenios en la Cueva de El Castillo en España, o el Poema de Gilgamesh, desarrollado desde hace cuatro milenios por los sumerios, escrito y preservado hace 2.650 años gracias al rey asirio Asurbanipal.
Luego de la aparición de la imprenta, se facilitó la distribución y copia masiva de las obras, y posteriormente surgió la necesidad de protegerlas no como objetos materiales, sino como fuentes de propiedad intelectual.
Los primeros casos que se recogen en leyes sobre el derecho de copia provienen de la antigua Irlanda. El Cathach es el manuscrito irlandés más antiguo existente de los Salmos (principios del siglo VII) y el ejemplo más antiguo de la literatura irlandesa. Contiene una Vulgata de los Salmos XXX (10) al CV (13), y es una versión con una indicación de interpretación o de partida antes de cada salmo.
Lee también: Adolfo Pacheco será exaltado en el ‘Cuna de Acordeones’
Tradicionalmente se atribuye su creación a San Columba como el copista, y dicha copia se hizo de forma extraordinaria en una sola noche a toda prisa gracias a una luz milagrosa, de un salterio prestado a San Columba por San Finnian. Surgió una controversia sobre la propiedad de la copia, y el rey Diarmait Mac Cerbhaill dictó la siguiente frase: “A cada vaca le pertenece su cría; por lo tanto, a cada libro le pertenece su copia”.
Aunque formalmente suele datarse el nacimiento del derecho de autor del copyright durante el siglo XVIII, en realidad se puede considerar que el primero en reclamar derechos de autor en el mundo occidental, mucho antes que el Estatuto de la Reina Ana de 1710 del Reino Unido o las disputas de 1662 en las que interfirió la Unión de las Coronas, fue Antonio de Nebrija, creador de la célebre Gramática castellana e impulsor de la imprenta en la Universidad de Salamanca a fines de la imprenta del siglo XV.
Más tarde, en la Inglaterra del siglo XVIII los editores de obras (los libreros) argumentaban la existencia de un derecho a perpetuidad a controlar la copia de los libros que habían adquirido de los autores. Dicho derecho implicaba que nadie más podía imprimir copias de las obras sobre las cuales tuvieran el copyright.
Hoy por hoy, se desaconseja de forma expresa la cesión de derechos editoriales más allá de la vida del autor, tras el fallecimiento del mismo, los derechos de sus obras debieran de volver a ser patrimonio de sus herederos o en todo caso, renegociables.
La cesión del 50 % de los derechos de autor en los contratos editoriales se torna también abusiva y se recomienda una negociación de esos porcentajes, una cesión máxima del 30 %, y un contrato editorial con unas claras contraprestaciones al autor, que en la mayoría de los casos no se producen.
El panorama de los Derechos de Propiedad Intelectual está cambiando y la legislación va muchos pasos por detrás de la propia evolución y cambios de la industria. Urge una profunda revisión del reparto de derechos en todos los ámbitos comerciales de la industria musical pero, especialmente en el mercado Online, en donde se adoptó un modelo basado en la venta física, y que hoy no sirve, que es tremendamente injusto con los creadores, con los artistas, ejecutantes y también con los propios consumidores.
Lee también: Murió Celso Piña, ‘El rebelde del acordeón’
Todo este conjunto de leyes, normas, reglamentaciones y disposiciones le permiten al creador defender su obra ante posibles usos indebidos, igual rescatar la titularidad de la misma al ser esta usada por alguien, que nunca debió hacerlo. En el medio vallenato es de común uso escuchar: “Fulano le regaló la obra al interprete o creador”, “el intérprete fue y grabó varias obras que no son de él y las puso bajo su titularidad”, “la melodía de tal obra pertenece a una música española, brasilera, portuguesa o mejicana”, “la letra de tal obra es de un poema o aparece en una cartilla” y lo más grave, “no había leyes de autor y luego de creadas no se sabía de su existencia”, “fulano le mejoró la letra original”.
Ninguno de esos argumentos son válidos y lo único que hicieron fue construir una leyenda oscura en nuestra música, a la que la mayoría de los investigadores de nuestrp folclor le hacen el quite, con la que ayudaron a construir una complicidad que ha viajado por muchos años, que debe ser desnudada para bien del real creador de una melodía o letra y que no tiene otro objetivo que volver visible, al que en su momento desaparecieron.
Bajo esa reiterada manera de ver el mundo, “en donde todo pasa pero no pasa nada”, he logrado recopilar más de 120 obras, cuyos autores (textos) o compositores (melodías) no corresponden con el creador real, situación que debe servir a sus herederos para que recuperen la titularidad o parte de la obra que le fue tomado, sin haber suscrito con el dueño acuerdo alguno. Muchos de los afectados murieron esperando que quien tomó su obra prestada y nunca la devolvió tuviera el gesto mínimo de reconocer ese hecho y brindarle a ese creador la oportunidad de vivir de su obra creada.
Hicieron todo lo contrario, se enconcharon en su ego y se volvieron maestros, quienes con el rotulo de ser “los más grandes”, lograron despojar a tanto creador humilde de varias obras, que son clásicas de la música colombiana. No faltará quien dice: “Si no la coge ese creador esa obra se hubiera perdido”. Es la postura más facilista que he podido escuchar, a la que debemos romperle el pescuezo, no para hacer a unos buenos y a otros malos, sino para poner los hechos en su real sitio.
Lee también: El Vallenato y la Unesco
Como en nuestra tierra, novelera por naturaleza, que la ha llevado a decir SÍ y a los pocos segundos NO, rara vez se asume con criterio crítico los hechos que nuestra cultura genera, en donde la mayoría de ellos terminan siendo temas de farándula criolla, que sin lugar a dudar ha cercenado la posibilidad de tener artistas solidos, cuyas responsabilidades sociales no aparecen en ninguno de sus actos, por eso, cuando se tocan estos temas de derechos de autor y conexos, la gente le da la espalda y prefieren irse a la parranda eterna que rodea a nuestra música.
Es tan cierto lo planteado que una vez en un foro sobre el vallenato me atreví a decir “que muchas de las melodías usadas por un reconocido autor no eran de él, sino de varias personas humildes que fueron despojadas”, no había terminado de exponer las razones que me llevaron a decirlo, cuando uno de esos personajes hacedores de mandados que pululan en el medio vallenato se fue a donde los familiares del creador citado, para incitarlos a que me hicieran daño. A ellos y a quienes estén en esa situación quiero plantearles que en vez de murmurar contra mi o planear hacerme un mal, qué bueno sería aterrizar sobre ese tema y empezar a reconocer derechos, que al hacerlo en nada le quita la grandeza a esos creadores que tomaron textos y melodías de otros valores del vallenato.
Muchos se atrevieron a decir que era una manera de hacerle daño a ese reconocido creador. Para una claridad, esa investigación, de varios años que llevo, involucra a muchos personajes del vallenato, que no está destinada a masacrar la imagen de un creador en particular.
En ese recorrido, en procura de encontrar el hilo conductor de esa “leyenda oscura vallenata”, pude constatar que sí se puede devolver una obra y prueba de ello, la brindó el creador Luciano Gullo Fragoso, ya fallecido, quien en una entrevista me dijo: “Luis Enrique Martínez me grabó ocho obras, las cuales fueron firmadas por él, pero ante mi reclamo fuimos a la disquera y le dijo a los dueños que yo era el verdadero creador. Así las recuperé”.
Lee también: Leandro Díaz, ejemplo de valentía y esfuerzo
Así pueden hacer los supuestos herederos de una música o melodía, que por tantas décadas han generado derechos de autor, que han ido a parar a manos de quienes no lo merecen, en detrimento de sus verdaderos autores o compositores. Ante todo le temen a compartir lo económico que esas obras han generado y lo que a futuro puede ocurrir.
Son muchas las personas que me han llamado, para que no siga con esa investigación, porque eso le hace daño al vallenato. Les he dicho: “No le hace daño. Pone en el lugar correcto, donde deben estar los hechos. Vuelve visible a tantos valores que muchos volvieron creadores sin rostro”.
Voy a citar varios casos, para que miremos con claridad hacia dónde apunta la investigación, que no está sustentada en despropositos o para mutilar derechos, sino para recuperar los mismos, situación que en una sociedad como la nuestra, llena de inequidad y desigualdad social, debe empezar a construir en colectivo, hechos que contribuyan a un mejor vivir.
El creador guajiro Leandro Díaz le dio vida al merengue “Corina”, que relata su constante solicitud y queja amorosa, la cual era expuesta en sus repetidas parrandas en los pueblos cercanos a Valledupar. En una de ellas, Rafael Escalona estuvo y para sorpresa de su creador original, su melodía apareció como vestido melódico del merengue “La brasilera”. En una entrevista le pregunté a Leandro Díaz, ¿por qué dejó que eso se diera? Me respondió: “Me cansé de decirle a Rafael que me devolviera mi melodía. Siempre decía que lo iba a hacer y nunca lo hizo. Él tenía poder y yo no. Me conformé con decirme que era mía y no de él. Por eso dejé de cantar cuando estaba él”.
Para hablar claro, en temas relacionados con el derecho de autor, en el caso específico que plantea Leandro Díaz, del uso de su melodía por parte de un creador que no es su compositor, terminaría la obra “La brasilera” de la siguiente manera: Letra: Rafael Escalona Martínez y Música: Leandro Díaz Duarte.
En igual sentido, le corresponderá a los herederos de José Antonio Serna, Leandro Díaz, Sebastián Guerra y Ramón Villazón, tramitar ante la Dirección Nacional de Derecho de Autor la queja formal para recuperar el cien por ciento de sus obras “El ramillete”, “La loba ceniza” o “La camaleona”, “El pleito”, “El caballo pechichón” y “El saludo”, que fueron tomadas por Abel Antonio Villa Villa, Julio Erazo y Lisandro Mesa. A eso es a lo que le temen muchos herederos, en donde deben compartir o perder la obra que fue usurpada.
A los herederos de aquellos creadores que le fueron tomadas sus obras tienen grandes posibilidades de recuperar al menos el 50 % de la misma, porque el derecho de autor así lo permite. Falta es llenarse de coraje y valentía, para reivindicar lo que el creador original hizo.
Por: Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN