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Cultura - 24 noviembre, 2019

La mujer en el vallenato

La mujer es la metáfora más hermosa que ha podido construir nuestro autor/compositor en la música vallenata.

La mujer es la metáfora más hermosa que ha podido construir nuestro autor/compositor en la música vallenata. Ella es la portadora de los encantos físicos, amorosos y el desamor, que la han convertido en la musa permanente, de todos esos versos y melodías que sustentan a nuestra música. Sin ella, no hay creación. La mujer es el todo para nuestra expresión artística.

Ella es el fuego y la paciencia, lo eterno y el olvido, como lo dijera un poeta desconocido, al dejar su visión: “Sentir su aliento, su sola presencia, era sentir el fuego que va quemándote desde el interior. Un fuego que consume, que destruye todas tus razones”.

Lee también: “Y esto va para Consuelo Araujonoguera con todo cariño y afecto”…

FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ

Para el hombre creativo nuestro, la mujer es el motor que transforma la razón de ser de los sentimientos. Sin lugar a dudas, ella es una voz activa que aviva la llama de una música eterna como lo es la nuestra, la cual nos hace bailar siempre.

Así como los vallenatos, en cada uno de sus tiempos, le han dedicado su existencia y a narrar las diversas motivaciones que ellas han producido en su ser, son muchos los escritores, poetas y narradores de historias que han tocado el tema de la llegada o partida de un amor, la tragedia o alegría que produce el sentimiento hacia ellas o simplemente, cuando esos amores contrariados hacen añicos la estabilidad de dos o más seres que se aman, incluida una familia, que en la mayoría de los casos, está parada en la otra orilla.

La figura de la mujer nuestra es el epicentro de los relatos amorosos, que hacen del vallenato una música romántica por naturaleza. En nuestra América libre, siempre ha prevalecido el verso exaltador a la mujer, en donde sus narradores han dicho, el buen o mal accionar de ella, situación mirada en la mayoría de las veces como una muestra del patriarcado arcaico.

Mientras Alejandro Durán Díaz cogía su acordeón para decirle a una mujer de su tierra: “Bella como flor del campo miren que mujer tan linda”. El poeta del amor, Pablo Neruda, se dejó llevar por el llamado de su creación y decirle a otra mujer, que en distinto lugar le movió sus sentimientos: “Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo”.

FOTO/CORTESÍA.

Esa mujer, centro de la atención creativa de esos dos poetas, ha logrado reivindicar su papel a través del tiempo. Ha roto con las muestras más diversas de un feudalismo perverso, cuyos componentes llenos de segregación racial, social, económica y política, que durante generaciones la ha agobiado, el cual perdió la pelea ante su fortaleza y la concentración que el creador ha tenido al verla, al sentirla cerca y revolucionarle sus sentimientos. En cada tiempo vivido, ha habido mujeres transformadoras y evolucionadas frente a ese momento.

En el caso de nuestra provincia, hay que romper con esa recurrente forma de ver que la presentan como la protagonista inútil que solo ha servido para dedicarse a los servicios domésticos, parir hijos y ‘pare de contar’ o el que nuestra música no es más que un machismo consumado.

Nuestra mujer es más que eso: Ha sido luz en medio de la oscuridad masculina. El motor vivo que ha encendido la llama de la inspiración y la gestora de vida de tantos valores que representan a nuestra música. Sumado a que ha interpretado su sentir como acordeonera, compositora, cajera, cantante, gaucharaquera, en tiempos difíciles.

Un caso especial vengo a contarles, en donde junto a un Francisco Moscote Guerra, ‘el hombre de la leyenda’, Tomasita Arregoces, nacida en Manantial cerca de Barrancas, La Guajira, verseó y tocó guacharaca en la década del 30 del siglo pasado, con ese mítico personaje. Luego, aparece lo hecho por Fabriciana Meriño Manjarrés en 1968, quien llegó junto a sus hermanos, al primer Festival de la Leyenda Vallenata y mostró su talante artístico.

FOTO/CORTESÍA.

Esas muestras, son una transparente prueba del feminismo, no como el que se pretende mostrar al abrir una categoría en el Festival o hacer uno solo para ellas. El feminismo no es una lucha de la mujer separada del hombre, ni para ganarle al mismo. Debe ser, una conquista continua en todas sus manifestaciones, no la enfermiza visión de someter, eliminar o imponerse a alguien.

En mi libro ‘Hacedoras de vida artística’ desarrollo tres frentes que procuran hacer más visible, el paso vital de nuestra mujer por la música vallenata: ‘Parinderas de música’, ‘Musas que inspiran’ y ‘Musicalizadoras de sueños’, permiten encontrar en cada una de ellas elementos esenciales que bien vale la pena comentar, que permitirá además erradicar de una vez por todas, el papel de segunda al que la han elevado muchos, en esos análisis ligeros que circulan en nuestro medio.

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Al lado o al frente de todo hombre del arte vallenato emerge la presencia de la mujer rompiendo el esquema de vieja data, que la ponía detrás de él. Muchas de ellas, han logrado ser paradigmas por su protagonismo, no solo por tener unos hijos en el arte vallenato. Los que esgrimen el machismo dentro de la música vallenata; nunca han podido argumentar con claridad dónde es que está presente ese comportamiento con el que hemos caminado siempre como un estigma social.

Cuando nuestros valores, en sus distintos tiempos, llegaban con su regalo musical, eran rechazados y la frase que los bautizó, la cual aún persiste, es “esa música es muy machista”.

A esa valoración que surgió más por rivalidades culturales, que por el contenido mismo de la obra vallenata, fue fortalecida por el descuido que el mismo investigador de ese movimiento artístico ha tenido, al no hacer nada para contrarrestar ese despropósito.

El testimonio más real y que niega esa aseveración, está en la obra vallenata y es, a la que debemos remitirlos cuando nos señalan de ese comportamiento, que va en contravía de la narrativa que la misma contiene. La copla amorosa vallenata, es una de las muestras más exaltadora que a lo largo del tiempo ha podido poner en el sitio indicado, el sentimiento del amor y desamor, a la musa depositaria de todas esas expresiones.

FOTO/CORTESÍA.

Las campesinas hijas de campesinos, construyeron, antes y después de la llegada del acordeón, una música que arranca de nuestras ‘parinderas’, especies de heroínas, quienes con la ayuda de muchas comadronas recibieron a tantos futuros héroes que, con base en su ingenio, hicieron visibles a muchos caseríos, veredas y nacientes pueblos.

Ellas no dudaron en acolitar tantos momentos para que esos creadores lograran ponerle música al dolor, a la alegría, al sobrevivir, a la nostalgia, a la muerte, a la vida y, a cuanto refranero surgía como mecanismo oral, el cual ayudó a construir muchas autonomías pueblerinas, pese a estar en un mismo territorio, ningún pueblo se parecía a otro porque sus andares, decires y saberes les fue creando tantas diferencias que incidieron en su creación musical.

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Y ahí, pese al desarraigo social que vivieron nuestros campesinos, las mujeres de las que nacemos constituyeron una fuerza oral, contestataria por demás, traducidas en los hijos de estas, en la canción que ellas propiciaban como musas y el arranque libertario de querer ser también: intérpretes y creadoras en ese proceso artístico que nacía.

Nuestras mujeres han estado ahí, de pie y con el valor social, conquistado en cada uno de sus tiempos juntas a sus compañeros de lucha con sus diversas músicas e instrumentos al pecho que los convirtió en trashumantes de caminos baldíos, en donde ellas trataron que sus hijos no corrieran la misma suerte de bohemia, insultos, menosprecio social, vividos por esos hombres que produjeron una música sin valor, situación acolitada por una ausencia total del Estado, desarrollado por los centros de poder, en donde “la historia de la historia vallenata” hasta el momento no ha podido reivindicar, pero que posteriores generaciones lograron hacerlo, a través del arte, cuya sabia estructura llena de creadores, música, textos y las distintas voces broncas, lograron sancionar a esa sociedad.

Muchos medios de comunicación e investigadores de nuestra música, corren tras las huellas de muchos creadores hombres, igual pasa con los intérpretes. Todos corren tras Emiliano Zuleta Baquero, en donde agotan al personaje con las preguntas y análisis de siempre, pero se les olvida que si el vientre de Sara María Baquero Salas no lo engendra, ¿qué historia pueden contar? Es una manera de hacer feminismo en el vallenato que bien vale la pena promover.

Antes de, dentro y después del nacimiento del vallenato como música, se crearon muchas categorías, unas con unos presupuestos que resultaron más de ficción y otros que negaban toda posibilidad social de surgir; sin embargo, se ha avanzado mucho, no porque tengan ellas un porcentaje en lo político, sino porque entendieron que ‘romperle el pescuezo’ al analfabetismo, es un grito de independencia para la mujer, frente al sometimiento del hombre.

Este logro debe permitir el crecimiento de las mujeres profesionales y el abordaje del tema vallenato desde ese ascenso. Coincido con la queja de mi querida Imelda Daza, donde hemos visto por parte de los organizadores de los foros y otras actividades en donde tenga presencia el vallenato, en donde solo convocan al hombre, subestiman la feminidad que tiene nuestra música.

FOTO/CORTESÍA.

Creo que la labor crítica de los hombres en torno a la presencia de la mujer en el vallenato ha sido perversa, a veces suavizada, la mayoría de las veces, por la melodía y el texto que hacen en su honor, pero siento que de nada vale exaltarlas musicalmente a través de una genial obra y luego, que se llega a la casa, no la tratamos bien. Hay que cortar la aberrante práctica de asistir a las reuniones sin su compañera. Ellas, hablo de la parranda, se ha convertido en una exaltación del “hombre por el hombre” y hace parte, de las grandes contradicciones que ha desarrollado el hombre vallenato y que poco han podido superar.

Cuando hablé con; Pureza del Carmen Díaz Daza, Consuelo Araujo Noguera y Carmen Wadnipar, ya fallecidas, pude concebir la realidad que les tocó vivir. La musa de Emiliano dijo: “La que llevaba el peso del hogar fui yo, cada vez que se iba, eran varios los meses que salía con su música a caminar y la mayoría de las veces, regresaba sin nada”.

Nuestra escritora comentó: “Eso no fue fácil estar en ese festival que nacía. Siempre los hombres hacían prevalecer su importancia. La voz nuestra empezó a tener presencia al rebelarme y exponer lo que sentía. Ese feudalismo que viví era serio”.

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Por los lados de la compositora, a quien le fue grabada una obra por primera vez en los años 60’, manifestó: “Ese mundo en donde mandaban los hombres en El Paso y Valledupar, era impenetrable. Se tomaban las fotos solo ellos, las mujeres que estábamos en la música vallenata o la poesía, éramos excluidas. Cuando Alberto Fernández con Bovea me grabó “Maldito Vallenatotransformada por “Maldita Vallenata”, a los hombres les pareció imposible que eso ocurriera con una mujer”.

Creo en la defensa de la libertad creativa y las conquistas que logre la mujer en el vallenato. Me gustó lo que hizo Patricia Teherán, quien expuso el vallenato con respeto y una feminidad que se le sentía en todo lo que hacía; contrario a la actual corriente artística en donde hay mucha mujer dedicada a la divulgación de nuestra música.

Unas corren el riesgo de hacerlo calcando todo lo que Patricia construyó, eso no es nuevo ni es malo, hay unos patrones dejados en la música de ella y por quienes le antecedieron, que es bueno seguir, pero sería mejor no ser ‘copietas’ y lanzarse con su estilo. Otras, no saben lo que tienen y desperdician lo que la naturaleza musical les ha dado.

Me gusta cuando las actuales generaciones, se miran con respeto en los espejos del pasado, sin que ello implique dejar de construir su propia historia.

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Es urgente ratificar las reivindicaciones que hicieron en sus distintos tiempos las mujeres en el vallenato. Es bueno eliminar las metáforas llenas de desencantos, sustentadas en las repetidas frases, “que esta música es solo para hombres y que las mujeres no tienen oportunidades”.

Un verso del creador, Rosendo Romero Ospino, a quien se le hará un reconocimiento por su obra en el Festival de la Leyenda Vallenata del próximo año 2020, me sirve de postal para presentar lo femenino que tiene el vallenato. Esa mirada no se puede perder, porque es una fortaleza que tiene nuestra música. Debo advertir que, ello no reivindica el papel de nuestra mujer en el vallenato, ella lo hace por sí sola, pero si despierta los diversos sentidos para entender que sin ella el vallenato no existiría.

Mujer que naciste en mi pueblo/cerquita al río, frente a la sierra/por ti que el mar se me hizo cielo/sobre tu sombra Villanuevera”: Rosendo Romero Ospino

Por: Félix Carrillo Hinojosa*
*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga una Categoría en el Premio Grammy Vallenato.

Cultura
24 noviembre, 2019

La mujer en el vallenato

La mujer es la metáfora más hermosa que ha podido construir nuestro autor/compositor en la música vallenata.


La mujer es la metáfora más hermosa que ha podido construir nuestro autor/compositor en la música vallenata. Ella es la portadora de los encantos físicos, amorosos y el desamor, que la han convertido en la musa permanente, de todos esos versos y melodías que sustentan a nuestra música. Sin ella, no hay creación. La mujer es el todo para nuestra expresión artística.

Ella es el fuego y la paciencia, lo eterno y el olvido, como lo dijera un poeta desconocido, al dejar su visión: “Sentir su aliento, su sola presencia, era sentir el fuego que va quemándote desde el interior. Un fuego que consume, que destruye todas tus razones”.

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FOTO/JOAQUÍN RAMÍREZ

Para el hombre creativo nuestro, la mujer es el motor que transforma la razón de ser de los sentimientos. Sin lugar a dudas, ella es una voz activa que aviva la llama de una música eterna como lo es la nuestra, la cual nos hace bailar siempre.

Así como los vallenatos, en cada uno de sus tiempos, le han dedicado su existencia y a narrar las diversas motivaciones que ellas han producido en su ser, son muchos los escritores, poetas y narradores de historias que han tocado el tema de la llegada o partida de un amor, la tragedia o alegría que produce el sentimiento hacia ellas o simplemente, cuando esos amores contrariados hacen añicos la estabilidad de dos o más seres que se aman, incluida una familia, que en la mayoría de los casos, está parada en la otra orilla.

La figura de la mujer nuestra es el epicentro de los relatos amorosos, que hacen del vallenato una música romántica por naturaleza. En nuestra América libre, siempre ha prevalecido el verso exaltador a la mujer, en donde sus narradores han dicho, el buen o mal accionar de ella, situación mirada en la mayoría de las veces como una muestra del patriarcado arcaico.

Mientras Alejandro Durán Díaz cogía su acordeón para decirle a una mujer de su tierra: “Bella como flor del campo miren que mujer tan linda”. El poeta del amor, Pablo Neruda, se dejó llevar por el llamado de su creación y decirle a otra mujer, que en distinto lugar le movió sus sentimientos: “Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo”.

FOTO/CORTESÍA.

Esa mujer, centro de la atención creativa de esos dos poetas, ha logrado reivindicar su papel a través del tiempo. Ha roto con las muestras más diversas de un feudalismo perverso, cuyos componentes llenos de segregación racial, social, económica y política, que durante generaciones la ha agobiado, el cual perdió la pelea ante su fortaleza y la concentración que el creador ha tenido al verla, al sentirla cerca y revolucionarle sus sentimientos. En cada tiempo vivido, ha habido mujeres transformadoras y evolucionadas frente a ese momento.

En el caso de nuestra provincia, hay que romper con esa recurrente forma de ver que la presentan como la protagonista inútil que solo ha servido para dedicarse a los servicios domésticos, parir hijos y ‘pare de contar’ o el que nuestra música no es más que un machismo consumado.

Nuestra mujer es más que eso: Ha sido luz en medio de la oscuridad masculina. El motor vivo que ha encendido la llama de la inspiración y la gestora de vida de tantos valores que representan a nuestra música. Sumado a que ha interpretado su sentir como acordeonera, compositora, cajera, cantante, gaucharaquera, en tiempos difíciles.

Un caso especial vengo a contarles, en donde junto a un Francisco Moscote Guerra, ‘el hombre de la leyenda’, Tomasita Arregoces, nacida en Manantial cerca de Barrancas, La Guajira, verseó y tocó guacharaca en la década del 30 del siglo pasado, con ese mítico personaje. Luego, aparece lo hecho por Fabriciana Meriño Manjarrés en 1968, quien llegó junto a sus hermanos, al primer Festival de la Leyenda Vallenata y mostró su talante artístico.

FOTO/CORTESÍA.

Esas muestras, son una transparente prueba del feminismo, no como el que se pretende mostrar al abrir una categoría en el Festival o hacer uno solo para ellas. El feminismo no es una lucha de la mujer separada del hombre, ni para ganarle al mismo. Debe ser, una conquista continua en todas sus manifestaciones, no la enfermiza visión de someter, eliminar o imponerse a alguien.

En mi libro ‘Hacedoras de vida artística’ desarrollo tres frentes que procuran hacer más visible, el paso vital de nuestra mujer por la música vallenata: ‘Parinderas de música’, ‘Musas que inspiran’ y ‘Musicalizadoras de sueños’, permiten encontrar en cada una de ellas elementos esenciales que bien vale la pena comentar, que permitirá además erradicar de una vez por todas, el papel de segunda al que la han elevado muchos, en esos análisis ligeros que circulan en nuestro medio.

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Al lado o al frente de todo hombre del arte vallenato emerge la presencia de la mujer rompiendo el esquema de vieja data, que la ponía detrás de él. Muchas de ellas, han logrado ser paradigmas por su protagonismo, no solo por tener unos hijos en el arte vallenato. Los que esgrimen el machismo dentro de la música vallenata; nunca han podido argumentar con claridad dónde es que está presente ese comportamiento con el que hemos caminado siempre como un estigma social.

Cuando nuestros valores, en sus distintos tiempos, llegaban con su regalo musical, eran rechazados y la frase que los bautizó, la cual aún persiste, es “esa música es muy machista”.

A esa valoración que surgió más por rivalidades culturales, que por el contenido mismo de la obra vallenata, fue fortalecida por el descuido que el mismo investigador de ese movimiento artístico ha tenido, al no hacer nada para contrarrestar ese despropósito.

El testimonio más real y que niega esa aseveración, está en la obra vallenata y es, a la que debemos remitirlos cuando nos señalan de ese comportamiento, que va en contravía de la narrativa que la misma contiene. La copla amorosa vallenata, es una de las muestras más exaltadora que a lo largo del tiempo ha podido poner en el sitio indicado, el sentimiento del amor y desamor, a la musa depositaria de todas esas expresiones.

FOTO/CORTESÍA.

Las campesinas hijas de campesinos, construyeron, antes y después de la llegada del acordeón, una música que arranca de nuestras ‘parinderas’, especies de heroínas, quienes con la ayuda de muchas comadronas recibieron a tantos futuros héroes que, con base en su ingenio, hicieron visibles a muchos caseríos, veredas y nacientes pueblos.

Ellas no dudaron en acolitar tantos momentos para que esos creadores lograran ponerle música al dolor, a la alegría, al sobrevivir, a la nostalgia, a la muerte, a la vida y, a cuanto refranero surgía como mecanismo oral, el cual ayudó a construir muchas autonomías pueblerinas, pese a estar en un mismo territorio, ningún pueblo se parecía a otro porque sus andares, decires y saberes les fue creando tantas diferencias que incidieron en su creación musical.

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Y ahí, pese al desarraigo social que vivieron nuestros campesinos, las mujeres de las que nacemos constituyeron una fuerza oral, contestataria por demás, traducidas en los hijos de estas, en la canción que ellas propiciaban como musas y el arranque libertario de querer ser también: intérpretes y creadoras en ese proceso artístico que nacía.

Nuestras mujeres han estado ahí, de pie y con el valor social, conquistado en cada uno de sus tiempos juntas a sus compañeros de lucha con sus diversas músicas e instrumentos al pecho que los convirtió en trashumantes de caminos baldíos, en donde ellas trataron que sus hijos no corrieran la misma suerte de bohemia, insultos, menosprecio social, vividos por esos hombres que produjeron una música sin valor, situación acolitada por una ausencia total del Estado, desarrollado por los centros de poder, en donde “la historia de la historia vallenata” hasta el momento no ha podido reivindicar, pero que posteriores generaciones lograron hacerlo, a través del arte, cuya sabia estructura llena de creadores, música, textos y las distintas voces broncas, lograron sancionar a esa sociedad.

Muchos medios de comunicación e investigadores de nuestra música, corren tras las huellas de muchos creadores hombres, igual pasa con los intérpretes. Todos corren tras Emiliano Zuleta Baquero, en donde agotan al personaje con las preguntas y análisis de siempre, pero se les olvida que si el vientre de Sara María Baquero Salas no lo engendra, ¿qué historia pueden contar? Es una manera de hacer feminismo en el vallenato que bien vale la pena promover.

Antes de, dentro y después del nacimiento del vallenato como música, se crearon muchas categorías, unas con unos presupuestos que resultaron más de ficción y otros que negaban toda posibilidad social de surgir; sin embargo, se ha avanzado mucho, no porque tengan ellas un porcentaje en lo político, sino porque entendieron que ‘romperle el pescuezo’ al analfabetismo, es un grito de independencia para la mujer, frente al sometimiento del hombre.

Este logro debe permitir el crecimiento de las mujeres profesionales y el abordaje del tema vallenato desde ese ascenso. Coincido con la queja de mi querida Imelda Daza, donde hemos visto por parte de los organizadores de los foros y otras actividades en donde tenga presencia el vallenato, en donde solo convocan al hombre, subestiman la feminidad que tiene nuestra música.

FOTO/CORTESÍA.

Creo que la labor crítica de los hombres en torno a la presencia de la mujer en el vallenato ha sido perversa, a veces suavizada, la mayoría de las veces, por la melodía y el texto que hacen en su honor, pero siento que de nada vale exaltarlas musicalmente a través de una genial obra y luego, que se llega a la casa, no la tratamos bien. Hay que cortar la aberrante práctica de asistir a las reuniones sin su compañera. Ellas, hablo de la parranda, se ha convertido en una exaltación del “hombre por el hombre” y hace parte, de las grandes contradicciones que ha desarrollado el hombre vallenato y que poco han podido superar.

Cuando hablé con; Pureza del Carmen Díaz Daza, Consuelo Araujo Noguera y Carmen Wadnipar, ya fallecidas, pude concebir la realidad que les tocó vivir. La musa de Emiliano dijo: “La que llevaba el peso del hogar fui yo, cada vez que se iba, eran varios los meses que salía con su música a caminar y la mayoría de las veces, regresaba sin nada”.

Nuestra escritora comentó: “Eso no fue fácil estar en ese festival que nacía. Siempre los hombres hacían prevalecer su importancia. La voz nuestra empezó a tener presencia al rebelarme y exponer lo que sentía. Ese feudalismo que viví era serio”.

Lee también: Acordeonistas extranjeras exhibieron su folclor en Valledupar

Por los lados de la compositora, a quien le fue grabada una obra por primera vez en los años 60’, manifestó: “Ese mundo en donde mandaban los hombres en El Paso y Valledupar, era impenetrable. Se tomaban las fotos solo ellos, las mujeres que estábamos en la música vallenata o la poesía, éramos excluidas. Cuando Alberto Fernández con Bovea me grabó “Maldito Vallenatotransformada por “Maldita Vallenata”, a los hombres les pareció imposible que eso ocurriera con una mujer”.

Creo en la defensa de la libertad creativa y las conquistas que logre la mujer en el vallenato. Me gustó lo que hizo Patricia Teherán, quien expuso el vallenato con respeto y una feminidad que se le sentía en todo lo que hacía; contrario a la actual corriente artística en donde hay mucha mujer dedicada a la divulgación de nuestra música.

Unas corren el riesgo de hacerlo calcando todo lo que Patricia construyó, eso no es nuevo ni es malo, hay unos patrones dejados en la música de ella y por quienes le antecedieron, que es bueno seguir, pero sería mejor no ser ‘copietas’ y lanzarse con su estilo. Otras, no saben lo que tienen y desperdician lo que la naturaleza musical les ha dado.

Me gusta cuando las actuales generaciones, se miran con respeto en los espejos del pasado, sin que ello implique dejar de construir su propia historia.

También puedes leer: “Soy muy paciente, no tengo afán de ser famosa”: Ule Rumbo

Es urgente ratificar las reivindicaciones que hicieron en sus distintos tiempos las mujeres en el vallenato. Es bueno eliminar las metáforas llenas de desencantos, sustentadas en las repetidas frases, “que esta música es solo para hombres y que las mujeres no tienen oportunidades”.

Un verso del creador, Rosendo Romero Ospino, a quien se le hará un reconocimiento por su obra en el Festival de la Leyenda Vallenata del próximo año 2020, me sirve de postal para presentar lo femenino que tiene el vallenato. Esa mirada no se puede perder, porque es una fortaleza que tiene nuestra música. Debo advertir que, ello no reivindica el papel de nuestra mujer en el vallenato, ella lo hace por sí sola, pero si despierta los diversos sentidos para entender que sin ella el vallenato no existiría.

Mujer que naciste en mi pueblo/cerquita al río, frente a la sierra/por ti que el mar se me hizo cielo/sobre tu sombra Villanuevera”: Rosendo Romero Ospino

Por: Félix Carrillo Hinojosa*
*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga una Categoría en el Premio Grammy Vallenato.