Luego de más de una hora de viaje desde Manaure hacia la serranía de Perijá, la señal telefónica se pierde y en la vía empiezan a ser comunes los baches de agua. Más que por el invierno, cuando la ruta se aproxima a los 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, la tierra se hace húmeda y la neblina incomoda la visibilidad por la presencia de una de las fábricas de agua más importante del Cesar.
En el camino destapado e inclinado, el verde tradicional del bosque tropical va cediendo ante el rubio predominante del sector más alto de la serranía de Perijá. En la mayor parte del paisaje, el bosque es bajo y joven. Recién empieza a recuperarse de una de las catástrofes ambientales más largas y extensas que sufrió el Cesar: la devastación casi total de la vegetación de la serranía de Perijá.
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Empezaron los grupos armados ilegales y los campesinos con la siembra de la mata de marihuana en la década de los 50s. Era una combinación de machetes, herbicidas y armas. Se quemaba, talaba, sembraba el cultivo ilícito y con la violencia se bloqueaba la intervención del Estado.
“La devastación que causó el hombre no es de ayer, la problemática ambiental de la serranía de Perijá nació con la violencia interpartidista y los cultivos ilícitos. El daño es grande y no se puede arreglar de la noche a la mañana, pero estamos comprometidos con recuperar las fuentes hídricas del departamento”, argumentó el director de Corpocesar, Julio Suárez.
“MARIHUANA. MARIHUANA, MARIHUANA”
La serranía de Perijá se convirtió en un punto estratégico, no solo por su fertilidad, sino por el paso directo de mercancía, legal o ilegal, hacia La Guajira y Venezuela. Allí llegaron los grupos ilegales a dominar el comercio. El frente 41 de las Farc fue el primero en instalarse y expandir, similar a una plaga, el color verde de la marihuana por todas las montañas del norte del Cesar.
El historiador Tomás Darío Gutiérrez recuerda la impresión del paisaje cuando, como juez, recorrió la serranía. “La marihuana fue arrasadora porque para sembrarla no necesitaban escoger si la tierra era más húmeda o lo más seca, hubiera agua o no, talaban y sembraban marihuana. Luego llegó el Gobierno y regó glifosato para culminar la desgracia. Eso se dio desde La Guajira, el Cesar y los Santanderes. Fue la desgracia total. Solo se veía marihuana, marihuana, marihuana y marihuana. ¡No quedó un espacio para sembrar un árbol de yuca!”, detalla el historiador.
Las quemas y la extinción de la vegetación se extendieron hasta el pequeño territorio considerado como páramo a más de 2.500 metros de altura.
Pero lo peor estaba por llegar. En seis décadas de violencia del conflicto armado colombiano, en el Cesar se han declarado algo más de 399.000 personas como víctimas, principalmente desplazados. Lo que no se ha contabilizado con exactitud es el desplazamiento y los daños, algunos irreparables, sobre el ecosistema de la serranía de Perijá. En casos, la única documentación son los testimonios de quienes pudieron viajar hasta las montañas en la época violenta.
“Década de los 90s hasta los inicios de la década del 2000, los años en que ninguna autoridad, ni las corporaciones, podían entrar, la situación del orden público lo impedía. Estos lugares estuvieron copados, primero de amapola, luego de marihuana. Hacían las quemas sin tener guardarrayas y los que inicialmente eran pequeños incendios, a los días consumían más de 500 hectáreas”, explica Diomar Ortega, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda San Antonio, jurisdicción de Manaure.
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Junto a Diomar Contreras hay 15 personas, contratadas por Corpocesar, instaladas a 3.500 metros de altura sobre el nivel de mar, con temperaturas de menos de seis grados, intentando sembrar 320.000 frailejones.
CLAVE EN LA RECUPERACIÓN
Con el Acuerdo 021 de 2016 se declararon alrededor de 23.208 hectáreas como Parque Natural Regional Serranía de Perijá. El objetivo fue preservar y restaurar la condición natural de los ecosistemas de la región y permitir la protección del recurso hídrico para las comunidades aledañas a la cuenca del río Cesar.
El frailejón es clave en la recuperación y preservación de la zona más alta de la serranía de Perijá donde está el páramo y donde a sus alrededores nacen cuatro ríos: el río Chiriamo, el río Majiraimo, el río Manaure y el río Pereira.
“Con el fin de los cultivos ilícitos y gracias al proceso de paz han cambiado muchas cosas, como la posibilidad de intervenir estos lugares para proyectos como la reforestación con frailejones, que tiene como principal objetivo conservar agua: en tiempo de invierno la absorbe y en tiempo de verano la suelta, lo que permite que exista agua permanente”, sostiene Diomar Ortega.
El crecimiento del frailejón, en promedio, es de un centímetro por año. Entre los recién sembrados, destacan los pocos frailejones que sobrevivieron al paso devastador de la agricultura ilícita. Algunos alcanzan los 30 años de edad y no miden más de metro y medio.
Direccionados por Corpocesar que dispuso más de $4.906 millones para el proyecto, la idea es reforestar alrededor de 600 hectáreas de lo más alto de la serranía de Perijá, que ya fueron aisladas con cercas, sembrando 320.000 frailejones que pasan su juventud en los viveros.
“En total hemos aislado (cercado) casi 1.200 hectáreas del Parque Regional de la serranía de Perijá. En más de 500 hectáreas la recuperación es pasiva: no se realiza siembra, el ecosistema realiza todo el proceso. En las otras la recuperación es activa, con la siembra de frailejones en lo más alto del Perijá”, explica el subdirector de Corpocesar, Antonio Rudas.
NUEVOS ANTAGONISTAS
A la par de la reducción del conflicto, las corporaciones regionales, ministerios, gobernaciones y municipios pudieron acceder a las zonas rurales más densas, como la serranía de Perijá, para restaurar lo que la guerra había destruido.
A pesar de la sospecha sobre la presencia del ELN, los grupos armados no causan mayor preocupación en el trabajo de preservación. Sin embargo, en la última década retornaron ‘nuevos antagonistas’. La frontera agrícola de Manaure es de 5.666 hectáreas divididas principalmente en siembras de café, plátano, cacao, cebollas y en la crianza de animales, sobre todo la ganadería.
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Los enfrentamientos surgieron cuando los agricultores intentaron expandir sus cosechas hasta territorio legalmente excluido, como en la zona más alta del Perijá. La frontera con Venezuela está delineada por los famosos ‘mojones’ de material construidos por los gobiernos de Colombia y Venezuela. Desde allí resalta el antagonismo entre el ecosistema de ambos países: por el lado venezolano la selva, ubicada en el Estado de Zulia, permanece virgen, mientras que del lado colombiano, la mano del hombre se nota en los parches de bosques talados para la siembra de cilantro, papa, frijol y la ganadería.
Por eso, Corpocesar tomó la decisión de aplicar la técnica de aislamiento (construcción de cercas) para impedir el paso de animales de carga y la ocupación de hectáreas de reservas. “Por estos lados trafican mucho animales de pisoteo de Colombia y Venezuela, y sabemos que las personas entran a trabajar y sacan las cosechas de frijoles. Ahora que está cercado utilizan el camino como corredor, pero antes pasaban encima de la vegetación”, narró Carlos Ortega, representante del contratista que ejecuta el proyecto en el Parque Regional de la serranía de Perijá.
Midiendo la importancia del ecosistema, del éxito de la lucha por preservar el páramo de la serranía de Perijá depende el futuro del río Manaure, que abastece al municipio, además de la protección de especies en peligro de extinción como el oso anteojo, el cóndor andino, el puma y toda la fauna y flora que sobrevive a más de 3.000 metros de altura de la serranía de Perijá.
En conclusión: está en juego la vida del ecosistema y el futuro hídrico de varios municipios del Cesar.
POR: DEIVIS CARO DAZA/ EL PILÓN
defancaro1392@gmail.com