Teodolinda Gastelbondo Pertuz, ‘La Cacica Chimila’, es una indígena noble, valiente y con un corazón más grande que la Sierra Nevada de Santa Marta. En el boscoso paisaje donde vive, la diversidad cantarina de los pájaros embellece los amaneceres mientras el viento fresco se desliza desde la cumbre de los cerros.
Allí, esta gran mujer de baja estatura mide su grandeza por acciones, y no precisamente de los pies a la cabeza. Esta dinámica líder logró reunir, hace diez años, en 200 hectáreas a 26 familias pertenecientes al pueblo indígena chimila, o ‘Ette Ennaka’, vocablo que traduce ‘Gente propia’.
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La hazaña silenciosa, pero efectiva de Teodolinda, nacida hace 76 años en Ariguaní, Magdalena, le ha merecido el mayor de los reconocimientos por tener en un solo territorio, conocido como ‘Itti Takke’ (Nueva tierra), a más de 150 indígenas del pueblo chimila, por conservar su lengua, continuar con su cultura tradicional y el verdadero amor por la madre tierra.
La llamada ‘Cacica Chimila’ cuenta con todo el respeto por parte de su comunidad. Es la voz mayor y quien se encarga de gestionar, ante las autoridades, la solución para algunas necesidades, siendo la primordial la declaratoria oficial del espacio que ocupan en el Resguardo Chimila, petición que está en el proceso de convertirse en realidad.
También gestiona la construcción de una escuela en su territorio, porque la más cercana les queda demasiado lejos a los niños; además, lucha por el arreglo de la inhóspita vía de acceso, solamente transitable un poco adelante del corregimiento de Chimila, municipio de El Copey, Cesar; de allí en adelante solo se avanza a pie o en lomo de mula.
El ascenso por más de dos horas es difícil, porque el territorio está ubicado a más 3.500 metros de altura sobre el nivel del mar. En ese gran espacio se siente la paz de la naturaleza, el sol que se asoma lentamente y no desempeña bien su oficio de calentar el ambiente, el canto de los pájaros y las actividades propias de los indígenas que no cambian mucho de un día para otro.
El clamor general en esa zona es acabar con la indiferencia, ante la discriminación y el trato desigual que se observa en muchas ocasiones contra los hermanos mayores pertenecientes a esa etnia ancestral.
Ellos han pasado muchos años de vicisitudes observando pocas acciones positivas tendientes a remediar sus precarias condiciones de vida.
MUJER CON FORTALEZA
Teodolinda, ‘La Cacica Chimila’, aparece llena de amabilidad, pero con la fortaleza necesaria para ser la principal vocera de su pueblo. Ella, al momento de hablar cierra los ojos para que su mente no se distraiga con ningún movimiento. Pone la mano derecha en su cabeza y comienza a dar explicaciones sobre esa inédita proeza.
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“No fue fácil, no había lugar donde establecernos con nuestras familias y las necesidades no daban espera. Anduvimos por muchos pueblos, tocábamos puertas, hasta que después de cinco años se concretó el anhelado sueño. Ya tenemos una década de aquel acontecimiento y seguimos tocando puertas porque todavía tenemos necesidades”, expresa muy convencida.
Enseguida recalca: “Esa fue una promesa que le había hecho a mi fallecida madre, de nombre Juana Francisca Pertuz, quien quería que no anduviéramos dispersos como a ella le tocó vivir, pasando cientos de necesidades”.
Medio abre los ojos y continúa: “En este territorio nos establecimos una cantidad de chimilas, como yo, y todavía siento alegría por el deber cumplido”. Suelta enseguida una sonrisa para ponerle el sello a sus palabras.
De repente, hace una parada y dice: “Mi familia jugó un papel importante”. Cita a su compañero Pedro Manuel Macías, con quien vive hace 30 años y es el padre de dos de sus diez hijos. También a diversas entidades que conocieron de cerca el caso de su etnia.
El viejo Pedro Manuel, su compañero y gran guardián, interviene en la conversación y manifiesta: “Esa fue mucha lucha para sacar adelante el proyecto indígena. Gracias a Teodolinda, una mujer buena y decidida que nunca se dejó vencer por las dificultades que iban apareciendo. Aunque todavía, como ella lo manifestó, hacen falta muchas cosas”.
Sin parar, cuenta un secreto, como él mismo señala. “Mientras ella se iba por varios días a estar en esas largas diligencias en distintas ciudades, yo cuidaba la casa”. Observa a su mujer, y ambos se ríen al recordar el episodio que se repitió infinidad de veces.
El hombre cambia de tema tan rápido como los pájaros pasan alrededor del entorno. “Cuando decidí vivir con ella tenía varios hijos, pero se había separado”. Se queda callado un instante para darle más oficio a su memoria y señala: “Desde siempre la amé y amar es un mandato que se debe cumplir para ser feliz en la vida”.
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Enseguida dirige su mirada al infinito, donde las montañas recrean la vista, y anota: “A una mujer como Teodolinda nunca se le puede olvidar. La amaré hasta la muerte porque ella es lo más grande que tengo. Es toda una Cacica chimila”.
Ella sonríe al escuchar esos halagos que venían del hombre que ha sido su soporte en medio de la lucha por convivir como lo mandan las reglas tradicionales del pueblo indígena.
De repente, llegan al humilde rancho dos de sus hijos, acompañados de cinco de sus nietos, y salta a la vista la mujer tierna y bella de corazón. Se para, besa y se pone a atender a su familia, la verdadera prolongación de su existir.
Precisamente, su hijo José del Carmen Macías Gastelbondo, hace una larga explicación del proceso que les permitió asentarse en la zona y no seguir errantes. “Ese es el valor de lo conseguido por ‘La Cacica’, que consiste en la reivindicación de nuestros derechos. Nosotros como indígenas, como hijos de un pueblo, le agradecemos muchísimo por este territorio que fue luchado por ella, y que además sigue firme en la tarea de conservar la cultura ancestral”.
En ese sentido, varios de los indígenas que hacen parte del agradable territorio de ‘Itti Takke’ resaltan la iniciativa de Teodolinda Gastelbondo, quien humildemente está al frente del proyecto sin salir a vanagloriarse, sino pensando en sus congéneres, la gran familia del pueblo chimila.
CANTO CHIMILA
Teodolinda, sentada en una piedra, recuerda esas épocas difíciles que se remontan a muchos años atrás, las que le han contado o ha vivido, destacando el sufrimiento por el abandono, despojo de tierras y desplazamiento forzoso desde los tiempos de la conquista española.
De un momento a otro, deja de rememorar aquella época donde pusieron resistencia, y se remite a los cultos sagrados que le hicieron sentir su encuentro directo con el pasado. En su lengua nativa traza los cantos que su mamá le enseñó desde muy niña.
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Cierra los ojos, y como inspirada canta. Se siente en su voz esa cadencia natural que se eternizó proyectándose al infinito. Era como estar en contacto directo con sus antepasados. Al abrir los ojos cuenta que estaba exaltando a sus dioses y a la madre tierra.
Cuando la tarde amenazaba con huir se produce el regreso desde ese lugar enmarcado en belleza natural. En ese preciso instante, Teodolinda sonríe y bate sus brazos lentamente en señal de agradecimiento.
Mientras eso sucedía, el sol acompañaba una leve llovizna pintándose en el firmamento ese fenómeno perceptible, y siendo testigo de las sabias palabras de la mujer intrépida que se la jugó por tener un territorio propio, donde han podido cuidar y labrar la tierra, pero por encima de todo, tener unida a esas familias que no se cansan de darle las gracias.
VALLENATO NATURAL
Atrás quedó la inigualable historia de una mujer sencilla que ha sufrido con paciencia y calma, pero también ha tenido la satisfacción de servir a sus semejantes con todas las fuerzas de su alma.
También se calcó el reflejo de su alegría por hablar de lo que más le gustaba, y hasta interpretó apartes de un vallenato, lo que se escucha por todas partes, acorde al paisaje que tenía a su alrededor. Su pensamiento llamó al compositor Diomedes Díaz, y llena de sentimiento fue diciendo con la mayor calma…
En tiempos de invierno a las montañas
las cubren las nubes en la cima,
y se reverdecen las sabanas
se colma la fauna de alegría.
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Después se recordó esa tarea que se puso. No podía ser de otra manera llevar prendido en el arco del corazón a la mujer que supo librar esa batalla sin llevar flechas envenenadas, sino pidiéndole fuerzas a Yao, su dios, haciéndose el milagro que los indígenas chimilas no se cansan de valorar porque ella nunca quiso dejarse amarrar del olvido.
Por: Juan Rincón Vanegas