“Para hacer una canción se necesita, ser de buenos sentimientos y tener, el talento literario que origina, la grandeza y la virtud de componer”: Nicolás Bolaños Calderón.
El primer cantor que tiene la música vallenata es el compositor, porque al exponer su obra va con ella sus cualidades cantoriles a disposición de una audiencia. La cadena productiva de la música vallenata se inició, con los versos expuestos en distintos lugares y tiempos de la provincia, por un hombre desconocido, que hoy todavía no se sabe quién es. A él le debemos que todo ese mundo primitivo de versos mestizos hayan sido reivindicados a lo largo del tiempo, por la misma acción de ponerle melodía a unos textos, que se extendieron por la fuerza natural de su narrativa, para hacer y cubrir pueblos, y dejar la impronta de un movimiento campesino, que decidió llenar de música todos los momentos que su vida producía.
Él le cantó a todo. Musicalizó su alegría y la tristeza, avizoró lo que habría de venir y sentenció muchos de los peligros que vivimos. Esa canción, desde su estado más primitivo, tocó mucho de los temas, que hoy de manera recurrente se siguen exponiendo con otros sonidos, nuevos lenguajes y ante todo, sin que la magia se aleje, ha logrado que sus propuestas en lo rítmico y textual hayan creado como siempre sus rupturas, comentarios encontrados y los choques que va de lo ortodoxo enfrentado a los nuevos tiempos.
“El vallenato como hombre creador ha logrado que su obra vaya acorde con su tiempo”, situación que le ha permitido mantenerse como un agente activo del acontecer social de los pueblos. En el ayer lo hizo, en el presente, a través de un relevo generacional, plantea diversas maneras que hacen de ese instrumento, “la canción”, una música fuerte que puede enfrentarse como en efecto lo ha logrado y encontrarse en permanente dialogo, con otras músicas de Colombia y el mundo.
La obra vallenata inicia la mayor convocatoria que pueda comentarse, en una música local como la nuestra. Su creador invita a que innumerables agentes la canten, entre ellas, el intérprete y el oyente, que reproducen a su manera, esa creación que nació natural y espontánea, la cual termina masificada en tantos frentes, afectada por el sentir de tantas voces, más allá de lo que pudo experimentar su creador.
La canción vallenata es el “El periódico de la provincia” y se convirtió en el mejor discurso que construyó nuestro campesino analfabeto y ágrafo en todo su imaginario. Sus versos musicalizados iban libres, abriendo trochas y caminos, sin importar a qué público estaba destinado. Ni la fama y el prestigio, las ventas o los listados de los más exitosos, era el fin. La misma nace espontánea y como elemento contestatario, ante tanta represión social. Antes de la llegada del acordeón, instrumento simbólico menor, que arrasó con sus antecesores, el hombre nuestro silbaba melodías, tocaba con hojas, ocarinas, carrizos y golpeaba sobre un madero, siempre en busca de sonidos libertarios. Su memoria a manera de grabadora, recitaba y repetía versos que iban dejando en los caseríos como un sello personal.
Ese aprendizaje de memoria logró posicionar el canto silvestre, que se mantuvo frente a las primeras penetraciones contaminantes que vivió nuestra música vallenata. Por eso su ritmo, tiempo, color, forma y contenido era directo, con un lenguaje y melodía sin laboratorio. Nuestro juglar siempre cantó lo que sentía. Pese a sus diferencias sociales, se expresó como quiso hacerlo. Le cantó a todos los temas sin cercenar sus sueños, con el único propósito de convertirse en un canal directo para representar a aquellos que no tenían voz. Ahí emerge la figura del agente cultural que nació bajo la influencia feudal y que con su música hizo el tránsito a lo urbano. Todos esos saltos generacionales con sus implicaciones sociales, económicas y políticas las ha vivido la canción vallenata, que ha tenido como protagonista al hombre que siempre cantó su sentir libre o en busca de la libertad.
El estado social, económico y político siempre ha estado inmerso en nuestro hombre, posturas que fue perfeccionando y que hizo de esa canción vallenata primitiva una versión mucho más elaborada. Por eso su papel comunicante es evidente y destacado. Sus versos empezaron a construir las más excelsas crónicas y reportajes del diario acontecer de una tierra sin vías, que elaboró su fuerza narrativa sustentada en su música.
El periódico impreso y la radio eran nuestros juglares y trovadores, quienes sin conocer la construcción y los efectos del medioevo en el mundo europeo, cantaban con la fuerza del pensador y hacedor de huellas tan visibles, que su música es la base de un folclor, cuyas connotaciones hacen que propios y visitantes, quieran conocer el porqué de su núcleo narrativo y quiénes son los responsables del ayer y hoy de este movimiento musical
Los diferentes temas y enfoques con que los mismos fueron tratados nos brindan ricas variables, tanto en su forma como en el contenido. Es por eso que el hombre nuestro se convirtió en un exaltador del amor y puso a la mujer como el primer símbolo de su copla amorosa. Esa musa no estaba sujeta a los últimos tratados de la moda con anorexia incluida. No, ella era una campesina, en la mayoría de los casos, igual a quien le cortejaba.
De esa etapa primaria existen muchos ejemplos, al igual que en la actualidad, con sus marcadas diferencias. Porque no es igual cuando Alejo Durán le dijo a Fidelina en un son: “Bella como flor del campo miren que mujer tan linda” frente a lo planteado por Leonardy Vega Gutiérrez, al manifestarle a su musa: “Qué tienes que cuando me miras mi vida se queda en tus ojos”. O en la desaforada expresión de amor, cuando Escalona le manifiesta a Dina Luz: “Yo que te quiero hacerme nada como será si me das brujería”, que contrasta con la poesía del compositor Fernando Meneses Romero, que sin dar el nombre de su fuente inspiradora nos dice: “Fui descubriendo en caricias la inocencia de tus años”.
Pero si nuestro creador ha sido rico, al abordar el tema del amor, lo contrario a ésta fuerza afectiva alcanzó un importante protagonismo, sino miremos cuando el juglar Lorenzo Morales Herrera, de manera concluyente expresa: “El amor es un collar que más bien sirve de pena”, para que Rita Fernández Padilla comente lo experimentado frente a un amor escondido, al que eleva a una mínima expresión al decir: “Hoy solo eres sombra de mi vida y las sombras pasan y se olvidan”, que se unen a la sentencia que manifiesta Escalona, al considerar que ese amor lo llevó a narrar: “Yo había quedado ni paloma errante cuando un muchacho va y le rompe el nido”, para concluir, en la crónica de un amor que se extravió en el tiempo y que es comentado por José Alfonso Maestre Molina al plantear: “Todo acabó, ella se va, ella va, nada es eterno”.
Pero si estos dos temas fluyen copiosamente en el almanaque de canciones de nuestros autores y compositores, la vida y la muerte libran su batalla personal. Cada tema ocupa su espacio, tiempo y un protagonismo que vale la pena referenciar. Partamos desde lo que nos plantea Leandro Díaz Duarte, cuando relata: “Cuando siento flaquear siento que Dios no me deja”, o Gustavo Gutiérrez Cabello, al dejarse arrastrar por los juegos infantiles con su hijo, que deja como resultado un toque humano cuando refiere: “Cuando jugamos me hace sentir niño”, o la expresión a manera de dialogo de los creadores Nicolás Maestre Martínez y Rosendo Romero Ospino, cuando logran citar: “La vieja comprende que más y más se acerca la muerte”, y “Algo en mí se está muriendo sin sentir dolor, van cayendo mis palabras como flor al río”, respectivamente. Pero si estos aspectos marcan una fortaleza en la construcción de la música vallenata, no lo es menos el desarrollo del canto social, donde se plantean problemas y sus posibles soluciones. Su función directa es refrendada por Escalona cuando plantea: “Es el gallo panameño, pa echárselo a los gringos”, que unido a lo referenciado por Leandro Díaz Duarte, quien argumenta: “Aquí en Colombia todo lo bueno está planeado para los de arriba y los de abajo, siguen sin pan, sin techo y sin medicina”.
Esta función narrativa de lo social es cumplida a cabalidad hasta cierto tiempo, porque posteriormente ha sufrido un corto circuito producto de varios factores entre ellos: la industrialización de la música vallenata, la penetración del narcotráfico y otras fuerzas oscuras, que silenciaron esta capacidad innata de musicalizar la verdad del momento. En esta etapa que hoy continúa, el autor y compositor dejó de cantar el problema social, lo cotidiano y su entorno, sucumbió ante el amor.
El problema que padece la canción vallenata, tanto en los concursos como en la grabación, no es solo de texto o melodía, es de la mala calidad que la misma adolece. Hay quienes creen que remendando una melodía, poniéndole una letra, defienden las raíces o salvaron a la canción vallenata.
Lo real es que la misma logró su madurez hace muchos años, situación que le permite capotear esos malos aguaceros que ella vive, producto de la industrialización de una música, en donde todos se volvieron compositores, interpretes e investigadores y conocedores del vallenato, irrespetando en muchos casos, la esencia de una creación que llegó para imponerse.
No se busca con ello cerrarle el paso a la nueva generación, la cual apoyo, sino de proteger sin proteccionismo, una música local como la nuestra, que en su estructura composicional logró el techo hace mucho tiempo atrás.
La nueva generación está haciendo paseos de gran factura, lo cual queremos se extienda a los tres restantes aíres, los que están prácticamente en vías de extinción.
La Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata debe preocuparse más por el concurso de la canción inédita, la cual relegó por darle prioridad al concurso de acordeón profesional, imponiendo el instrumental simbólico por encima de la obra musical, la cual es interpretada por este.
No se puede seguir premiando lo preestablecido, llena de mala calidad como viene ocurriendo. Hay que ser exigente en la preselección y luego selección de las obras en cada una de sus rondas selectivas. Hay que cerrarle el paso a esos jurados que dejan entrever sus diferencias personales cuando de calificar se trata. O las que reciben prebendas para eliminar o pasar a los concursantes, en detrimento de la buena obra. Los jurados deben ser cambiados entre una ronda y otra, para poder córtale la cadena de corrupción. Los organizadores no deben tener candidatos ni los jurados deben ser homenajeados al interior de un concurso y resulte calificándola en un desorden bien organizado y sin que nadie diga nada, ni se corrija tamaño error por parte de los organizadores, en detrimento de exaltar a una obra que de verdad represente a la canción inédita como debe ser.
Pese a todo ese panorama, nada alentador por cierto, la canción vallenata ha dado todos los saltos generacionales, lo que ha permitido construir un techo clásico que es la base de la misma y que nos lleva de la mano para decir con sentido de pertenencia. Mientras haya canción, hay vallenato y la obra que no tenga esa esencia no es vallenata.
Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN
“Para hacer una canción se necesita, ser de buenos sentimientos y tener, el talento literario que origina, la grandeza y la virtud de componer”: Nicolás Bolaños Calderón.
El primer cantor que tiene la música vallenata es el compositor, porque al exponer su obra va con ella sus cualidades cantoriles a disposición de una audiencia. La cadena productiva de la música vallenata se inició, con los versos expuestos en distintos lugares y tiempos de la provincia, por un hombre desconocido, que hoy todavía no se sabe quién es. A él le debemos que todo ese mundo primitivo de versos mestizos hayan sido reivindicados a lo largo del tiempo, por la misma acción de ponerle melodía a unos textos, que se extendieron por la fuerza natural de su narrativa, para hacer y cubrir pueblos, y dejar la impronta de un movimiento campesino, que decidió llenar de música todos los momentos que su vida producía.
Él le cantó a todo. Musicalizó su alegría y la tristeza, avizoró lo que habría de venir y sentenció muchos de los peligros que vivimos. Esa canción, desde su estado más primitivo, tocó mucho de los temas, que hoy de manera recurrente se siguen exponiendo con otros sonidos, nuevos lenguajes y ante todo, sin que la magia se aleje, ha logrado que sus propuestas en lo rítmico y textual hayan creado como siempre sus rupturas, comentarios encontrados y los choques que va de lo ortodoxo enfrentado a los nuevos tiempos.
“El vallenato como hombre creador ha logrado que su obra vaya acorde con su tiempo”, situación que le ha permitido mantenerse como un agente activo del acontecer social de los pueblos. En el ayer lo hizo, en el presente, a través de un relevo generacional, plantea diversas maneras que hacen de ese instrumento, “la canción”, una música fuerte que puede enfrentarse como en efecto lo ha logrado y encontrarse en permanente dialogo, con otras músicas de Colombia y el mundo.
La obra vallenata inicia la mayor convocatoria que pueda comentarse, en una música local como la nuestra. Su creador invita a que innumerables agentes la canten, entre ellas, el intérprete y el oyente, que reproducen a su manera, esa creación que nació natural y espontánea, la cual termina masificada en tantos frentes, afectada por el sentir de tantas voces, más allá de lo que pudo experimentar su creador.
La canción vallenata es el “El periódico de la provincia” y se convirtió en el mejor discurso que construyó nuestro campesino analfabeto y ágrafo en todo su imaginario. Sus versos musicalizados iban libres, abriendo trochas y caminos, sin importar a qué público estaba destinado. Ni la fama y el prestigio, las ventas o los listados de los más exitosos, era el fin. La misma nace espontánea y como elemento contestatario, ante tanta represión social. Antes de la llegada del acordeón, instrumento simbólico menor, que arrasó con sus antecesores, el hombre nuestro silbaba melodías, tocaba con hojas, ocarinas, carrizos y golpeaba sobre un madero, siempre en busca de sonidos libertarios. Su memoria a manera de grabadora, recitaba y repetía versos que iban dejando en los caseríos como un sello personal.
Ese aprendizaje de memoria logró posicionar el canto silvestre, que se mantuvo frente a las primeras penetraciones contaminantes que vivió nuestra música vallenata. Por eso su ritmo, tiempo, color, forma y contenido era directo, con un lenguaje y melodía sin laboratorio. Nuestro juglar siempre cantó lo que sentía. Pese a sus diferencias sociales, se expresó como quiso hacerlo. Le cantó a todos los temas sin cercenar sus sueños, con el único propósito de convertirse en un canal directo para representar a aquellos que no tenían voz. Ahí emerge la figura del agente cultural que nació bajo la influencia feudal y que con su música hizo el tránsito a lo urbano. Todos esos saltos generacionales con sus implicaciones sociales, económicas y políticas las ha vivido la canción vallenata, que ha tenido como protagonista al hombre que siempre cantó su sentir libre o en busca de la libertad.
El estado social, económico y político siempre ha estado inmerso en nuestro hombre, posturas que fue perfeccionando y que hizo de esa canción vallenata primitiva una versión mucho más elaborada. Por eso su papel comunicante es evidente y destacado. Sus versos empezaron a construir las más excelsas crónicas y reportajes del diario acontecer de una tierra sin vías, que elaboró su fuerza narrativa sustentada en su música.
El periódico impreso y la radio eran nuestros juglares y trovadores, quienes sin conocer la construcción y los efectos del medioevo en el mundo europeo, cantaban con la fuerza del pensador y hacedor de huellas tan visibles, que su música es la base de un folclor, cuyas connotaciones hacen que propios y visitantes, quieran conocer el porqué de su núcleo narrativo y quiénes son los responsables del ayer y hoy de este movimiento musical
Los diferentes temas y enfoques con que los mismos fueron tratados nos brindan ricas variables, tanto en su forma como en el contenido. Es por eso que el hombre nuestro se convirtió en un exaltador del amor y puso a la mujer como el primer símbolo de su copla amorosa. Esa musa no estaba sujeta a los últimos tratados de la moda con anorexia incluida. No, ella era una campesina, en la mayoría de los casos, igual a quien le cortejaba.
De esa etapa primaria existen muchos ejemplos, al igual que en la actualidad, con sus marcadas diferencias. Porque no es igual cuando Alejo Durán le dijo a Fidelina en un son: “Bella como flor del campo miren que mujer tan linda” frente a lo planteado por Leonardy Vega Gutiérrez, al manifestarle a su musa: “Qué tienes que cuando me miras mi vida se queda en tus ojos”. O en la desaforada expresión de amor, cuando Escalona le manifiesta a Dina Luz: “Yo que te quiero hacerme nada como será si me das brujería”, que contrasta con la poesía del compositor Fernando Meneses Romero, que sin dar el nombre de su fuente inspiradora nos dice: “Fui descubriendo en caricias la inocencia de tus años”.
Pero si nuestro creador ha sido rico, al abordar el tema del amor, lo contrario a ésta fuerza afectiva alcanzó un importante protagonismo, sino miremos cuando el juglar Lorenzo Morales Herrera, de manera concluyente expresa: “El amor es un collar que más bien sirve de pena”, para que Rita Fernández Padilla comente lo experimentado frente a un amor escondido, al que eleva a una mínima expresión al decir: “Hoy solo eres sombra de mi vida y las sombras pasan y se olvidan”, que se unen a la sentencia que manifiesta Escalona, al considerar que ese amor lo llevó a narrar: “Yo había quedado ni paloma errante cuando un muchacho va y le rompe el nido”, para concluir, en la crónica de un amor que se extravió en el tiempo y que es comentado por José Alfonso Maestre Molina al plantear: “Todo acabó, ella se va, ella va, nada es eterno”.
Pero si estos dos temas fluyen copiosamente en el almanaque de canciones de nuestros autores y compositores, la vida y la muerte libran su batalla personal. Cada tema ocupa su espacio, tiempo y un protagonismo que vale la pena referenciar. Partamos desde lo que nos plantea Leandro Díaz Duarte, cuando relata: “Cuando siento flaquear siento que Dios no me deja”, o Gustavo Gutiérrez Cabello, al dejarse arrastrar por los juegos infantiles con su hijo, que deja como resultado un toque humano cuando refiere: “Cuando jugamos me hace sentir niño”, o la expresión a manera de dialogo de los creadores Nicolás Maestre Martínez y Rosendo Romero Ospino, cuando logran citar: “La vieja comprende que más y más se acerca la muerte”, y “Algo en mí se está muriendo sin sentir dolor, van cayendo mis palabras como flor al río”, respectivamente. Pero si estos aspectos marcan una fortaleza en la construcción de la música vallenata, no lo es menos el desarrollo del canto social, donde se plantean problemas y sus posibles soluciones. Su función directa es refrendada por Escalona cuando plantea: “Es el gallo panameño, pa echárselo a los gringos”, que unido a lo referenciado por Leandro Díaz Duarte, quien argumenta: “Aquí en Colombia todo lo bueno está planeado para los de arriba y los de abajo, siguen sin pan, sin techo y sin medicina”.
Esta función narrativa de lo social es cumplida a cabalidad hasta cierto tiempo, porque posteriormente ha sufrido un corto circuito producto de varios factores entre ellos: la industrialización de la música vallenata, la penetración del narcotráfico y otras fuerzas oscuras, que silenciaron esta capacidad innata de musicalizar la verdad del momento. En esta etapa que hoy continúa, el autor y compositor dejó de cantar el problema social, lo cotidiano y su entorno, sucumbió ante el amor.
El problema que padece la canción vallenata, tanto en los concursos como en la grabación, no es solo de texto o melodía, es de la mala calidad que la misma adolece. Hay quienes creen que remendando una melodía, poniéndole una letra, defienden las raíces o salvaron a la canción vallenata.
Lo real es que la misma logró su madurez hace muchos años, situación que le permite capotear esos malos aguaceros que ella vive, producto de la industrialización de una música, en donde todos se volvieron compositores, interpretes e investigadores y conocedores del vallenato, irrespetando en muchos casos, la esencia de una creación que llegó para imponerse.
No se busca con ello cerrarle el paso a la nueva generación, la cual apoyo, sino de proteger sin proteccionismo, una música local como la nuestra, que en su estructura composicional logró el techo hace mucho tiempo atrás.
La nueva generación está haciendo paseos de gran factura, lo cual queremos se extienda a los tres restantes aíres, los que están prácticamente en vías de extinción.
La Fundación del Festival de la Leyenda Vallenata debe preocuparse más por el concurso de la canción inédita, la cual relegó por darle prioridad al concurso de acordeón profesional, imponiendo el instrumental simbólico por encima de la obra musical, la cual es interpretada por este.
No se puede seguir premiando lo preestablecido, llena de mala calidad como viene ocurriendo. Hay que ser exigente en la preselección y luego selección de las obras en cada una de sus rondas selectivas. Hay que cerrarle el paso a esos jurados que dejan entrever sus diferencias personales cuando de calificar se trata. O las que reciben prebendas para eliminar o pasar a los concursantes, en detrimento de la buena obra. Los jurados deben ser cambiados entre una ronda y otra, para poder córtale la cadena de corrupción. Los organizadores no deben tener candidatos ni los jurados deben ser homenajeados al interior de un concurso y resulte calificándola en un desorden bien organizado y sin que nadie diga nada, ni se corrija tamaño error por parte de los organizadores, en detrimento de exaltar a una obra que de verdad represente a la canción inédita como debe ser.
Pese a todo ese panorama, nada alentador por cierto, la canción vallenata ha dado todos los saltos generacionales, lo que ha permitido construir un techo clásico que es la base de la misma y que nos lleva de la mano para decir con sentido de pertenencia. Mientras haya canción, hay vallenato y la obra que no tenga esa esencia no es vallenata.
Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN