La canción recibió el nombre de “El arco iris” y se convirtió en éxito radial en la voz de Iván Villazón, que la incluyó en su primera producción musical lanzada en 1984, junto al acordeón de Fello Gámez.
En una de las primeras entrevistas que concedió después de hacerse público que había ganado el Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez declaró que había pedido al canciller Rodrigo Lloreda “que sería bueno que el gobierno colombiano organizara una pachanga para tomarnos Estocolmo con todo, con danzas, con vallenatos, como para meterles el trópico cuando allí en Estocolmo estén a 15 grados bajo cero en diciembre”. García Márquez quería una presencia latinoamericana para conjurar la soledad que podía llegar a experimentar en el acto.
Organizar la delegación estuvo a cargo de Aura Lucía Mera, directora de ColCultura en ese momento, y Gloria Triana, que tenía a cargo la Oficina de Festivales y Folclor. La comitiva estuvo integrada por setenta gestores y representantes de las distintas manifestaciones culturales del país, entre los cuales se destacaban Totó La Momposina, Leonor González Mina ‘La Negra Grande de Colombia’, los grupos folclóricos de Carlos Franco y sus Danzas del Atlántico, Julián Bueno y las Danzas del Igrumá, Luis Quinitiva y su conjunto llanero. En representación del vallenato fueron convocados Rafael Escalona, Pedro García, Pablo López y los hermanos Poncho y Emilianito Zuleta, liderados por Consuelo Araujonoguera.
Casi toda Colombia se unió en torno a la delegación. Era la oportunidad de demostrar con orgullo nuestra identidad. Así que Avianca aportó un jumbo, Artesanías de Colombia regaló ruanas, pasamontañas y guantes para el frío, el hoy extinto Instituto de Seguros Sociales se unió con un cuerpo médico y la Federación Nacional de Cafeteros con plata. No obstante, un amplio sector de la prensa bogotana no estuvo de acuerdo en que llevaran vallenato porque, según ellos, con esa música corroncha el país haría un oso enorme en Suecia. Hasta el presidente de la época, Belisario Betancur, pidió que le mostraran un ensayo para verificar que se mostraría en los 20 minutos durante el banquete en el Palacio del Ayuntamiento.
Juan Gossaín escribió una columna titulada ‘Balada de un corroncho orgulloso’, publicada en la revista Semana el 27 de diciembre de 1982, en la que aclaró que no era el vallenato que iba a los fiordos suecos a rendirle un homenaje a García Márquez sino al revés: García Márquez llevaba a los vallenatos porque quiere rendirles el homenaje que se merecen sus orígenes culturales, las raíces de sus obras, las entrañas de su literatura. Llevar vallenato era llevar un tributo a su sangre, a sus abuelos guajiros, a las fuentes de las cuales nutrió su cultura.
Y así fue. El acordeón de Emilianito Zuleta arrugó el sentimiento de los presentes acompañado por la guacharaca de Pedro García y el poderoso repique de la caja de Pablo López, mientras la voz majestuosa de Poncho Zuleta, entonaba seguramente, algún canto de Escalona. ConsueloAraujonoguera, vestida de princesa wayú, bailó junto a Gloria Triana que lucía una pollera de colores.
En su libro “Escalona, el hombre y el mito”, Consuelo recordó un momento especial. El pequeño grupo de vallenatos decidió caminar desde el ayuntamiento hasta el viejo velero vikingo que les había sido adaptado como hotel, extasiados de alegría por haber visto de cerca a los reyes de Suecia y a la Academia aplaudiendo de pie a un corroncho igual que ellos, pero más grande.
Los ciudadanos de Macondo iban cantando por las calles cubiertas de nieve cuando, justo debajo de un árbol congelado y esquelético, Escalona pidió silencio para cantar una canción nueva. La había compuesto en agosto de ese mismo año para Dina Luz Cuadrado, la villanuevera que le acompañaba desde 1975. Entonces, con su voz pausada y a 22 grados bajo cero, entonó:
Píntame una golondrina y te diré
si eres un buen pintor
debe de llevá en el pico una espina
y en los ojos un dolor
Pues,
Dicen que cuando Cristo agonizaba,
llegó desde Occidente,
enjambre de errantes golondrinas
a limpiarle la cara,
y a sacarle con su pico las espinas
clavadas en la frente…
La canción recibió el nombre de “El arco iris” y se convirtió en éxito radial en la voz de Iván Villazón, que la incluyó en su primera producción musical lanzada en 1984, junto al acordeón de Fello Gámez.
Lo interesante es que en “El arco iris”, Rafael Escalona reescribió un poema de Adolfo Léon Gómez (1857-1927) titulado “En la cruz”, aunque también es conocido con el nombre de “El Mártir del Gólgota” o “El Mártir del Calvario”.
Dicen que cuando Cristo agonizaba,
llegó desde Occidente,
en medio de las auras vespertinas,
a posarse en la cruz ensangrentada,
un enjambre de errantes golondrinas
Y cuando el populacho enfurecido,
colmó al mártir de escarnios y salivas
el sol horrorizado
cerró sus ojos y enlutó sus galas,
las aves compasivas
en torno al moribundo revolando,
de sus sienes divinas
sacaban con sus picos las espinas
y enjugaban la sangre con sus alas…
El poema fue musicalizado como pasillo por el ecuatoriano Víctor Valencia Nieto y llevado al acetato en 1959 por el dúo Benítez Valencia, conformado por Gonzalo Benítez y Luis Alberto Potolo Valencia. “En la cruz” es un clásico de la música ecuatoriana.
Pero la historia no termina aquí…
Resulta que Adolfo León Gómez recogió en su poema una antigua tradición cristiana que relaciona al Mesías con las golondrinas.
El evangelio apócrifo de Tomás cuenta que el Niño Jesús, cuando tenía cinco años, estaba jugando a la orilla de un arroyo. Entonces, formó con barro doce golondrinas que salieron volando en cuanto el pequeño sopló en sus picos.
Por eso, las golondrinas acudieron al Calvario a enjugar la sangre de Cristo y a sacarle las espinas de su frente. Una antigua copla española recoge esa tradición:
En el monte Calvario
las golondrinas
le quitaron a Cristo
muchas espinas
Otra leyenda afirma que las golondrinas, la tarde del Viernes Santo, lo que hicieron fue volar en torno a la cruz para colocar con sus picos gotitas de agua en los labios resecos de Cristo. Y que, al rayar el alba del domingo, fueron en bandada hasta el sepulcro de Cristo y, al encontrarlo vacío, volaron por todo el mundo anunciando la Resurrección. Desde entonces las golondrinas anuncian la llegada de la primavera.
La leyenda de las golondrinas y las espinas de Cristo explica el color del plumaje de estas aves. Se asegura que son negras al guardar luto por la muerte del hijo de Dios, y el rojo de sus cabezas se debe a que se mancharon con la sangre del Salvador.
P.S. Después del viaje a Estocolmo, Escalona le compuso una canción al primo cataqueño, en la que utiliza los elementos de “Cien años de Soledad”: “El vallenato Nobel”.
Por: Carlos Luis Liñán-Pitre
La canción recibió el nombre de “El arco iris” y se convirtió en éxito radial en la voz de Iván Villazón, que la incluyó en su primera producción musical lanzada en 1984, junto al acordeón de Fello Gámez.
En una de las primeras entrevistas que concedió después de hacerse público que había ganado el Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez declaró que había pedido al canciller Rodrigo Lloreda “que sería bueno que el gobierno colombiano organizara una pachanga para tomarnos Estocolmo con todo, con danzas, con vallenatos, como para meterles el trópico cuando allí en Estocolmo estén a 15 grados bajo cero en diciembre”. García Márquez quería una presencia latinoamericana para conjurar la soledad que podía llegar a experimentar en el acto.
Organizar la delegación estuvo a cargo de Aura Lucía Mera, directora de ColCultura en ese momento, y Gloria Triana, que tenía a cargo la Oficina de Festivales y Folclor. La comitiva estuvo integrada por setenta gestores y representantes de las distintas manifestaciones culturales del país, entre los cuales se destacaban Totó La Momposina, Leonor González Mina ‘La Negra Grande de Colombia’, los grupos folclóricos de Carlos Franco y sus Danzas del Atlántico, Julián Bueno y las Danzas del Igrumá, Luis Quinitiva y su conjunto llanero. En representación del vallenato fueron convocados Rafael Escalona, Pedro García, Pablo López y los hermanos Poncho y Emilianito Zuleta, liderados por Consuelo Araujonoguera.
Casi toda Colombia se unió en torno a la delegación. Era la oportunidad de demostrar con orgullo nuestra identidad. Así que Avianca aportó un jumbo, Artesanías de Colombia regaló ruanas, pasamontañas y guantes para el frío, el hoy extinto Instituto de Seguros Sociales se unió con un cuerpo médico y la Federación Nacional de Cafeteros con plata. No obstante, un amplio sector de la prensa bogotana no estuvo de acuerdo en que llevaran vallenato porque, según ellos, con esa música corroncha el país haría un oso enorme en Suecia. Hasta el presidente de la época, Belisario Betancur, pidió que le mostraran un ensayo para verificar que se mostraría en los 20 minutos durante el banquete en el Palacio del Ayuntamiento.
Juan Gossaín escribió una columna titulada ‘Balada de un corroncho orgulloso’, publicada en la revista Semana el 27 de diciembre de 1982, en la que aclaró que no era el vallenato que iba a los fiordos suecos a rendirle un homenaje a García Márquez sino al revés: García Márquez llevaba a los vallenatos porque quiere rendirles el homenaje que se merecen sus orígenes culturales, las raíces de sus obras, las entrañas de su literatura. Llevar vallenato era llevar un tributo a su sangre, a sus abuelos guajiros, a las fuentes de las cuales nutrió su cultura.
Y así fue. El acordeón de Emilianito Zuleta arrugó el sentimiento de los presentes acompañado por la guacharaca de Pedro García y el poderoso repique de la caja de Pablo López, mientras la voz majestuosa de Poncho Zuleta, entonaba seguramente, algún canto de Escalona. ConsueloAraujonoguera, vestida de princesa wayú, bailó junto a Gloria Triana que lucía una pollera de colores.
En su libro “Escalona, el hombre y el mito”, Consuelo recordó un momento especial. El pequeño grupo de vallenatos decidió caminar desde el ayuntamiento hasta el viejo velero vikingo que les había sido adaptado como hotel, extasiados de alegría por haber visto de cerca a los reyes de Suecia y a la Academia aplaudiendo de pie a un corroncho igual que ellos, pero más grande.
Los ciudadanos de Macondo iban cantando por las calles cubiertas de nieve cuando, justo debajo de un árbol congelado y esquelético, Escalona pidió silencio para cantar una canción nueva. La había compuesto en agosto de ese mismo año para Dina Luz Cuadrado, la villanuevera que le acompañaba desde 1975. Entonces, con su voz pausada y a 22 grados bajo cero, entonó:
Píntame una golondrina y te diré
si eres un buen pintor
debe de llevá en el pico una espina
y en los ojos un dolor
Pues,
Dicen que cuando Cristo agonizaba,
llegó desde Occidente,
enjambre de errantes golondrinas
a limpiarle la cara,
y a sacarle con su pico las espinas
clavadas en la frente…
La canción recibió el nombre de “El arco iris” y se convirtió en éxito radial en la voz de Iván Villazón, que la incluyó en su primera producción musical lanzada en 1984, junto al acordeón de Fello Gámez.
Lo interesante es que en “El arco iris”, Rafael Escalona reescribió un poema de Adolfo Léon Gómez (1857-1927) titulado “En la cruz”, aunque también es conocido con el nombre de “El Mártir del Gólgota” o “El Mártir del Calvario”.
Dicen que cuando Cristo agonizaba,
llegó desde Occidente,
en medio de las auras vespertinas,
a posarse en la cruz ensangrentada,
un enjambre de errantes golondrinas
Y cuando el populacho enfurecido,
colmó al mártir de escarnios y salivas
el sol horrorizado
cerró sus ojos y enlutó sus galas,
las aves compasivas
en torno al moribundo revolando,
de sus sienes divinas
sacaban con sus picos las espinas
y enjugaban la sangre con sus alas…
El poema fue musicalizado como pasillo por el ecuatoriano Víctor Valencia Nieto y llevado al acetato en 1959 por el dúo Benítez Valencia, conformado por Gonzalo Benítez y Luis Alberto Potolo Valencia. “En la cruz” es un clásico de la música ecuatoriana.
Pero la historia no termina aquí…
Resulta que Adolfo León Gómez recogió en su poema una antigua tradición cristiana que relaciona al Mesías con las golondrinas.
El evangelio apócrifo de Tomás cuenta que el Niño Jesús, cuando tenía cinco años, estaba jugando a la orilla de un arroyo. Entonces, formó con barro doce golondrinas que salieron volando en cuanto el pequeño sopló en sus picos.
Por eso, las golondrinas acudieron al Calvario a enjugar la sangre de Cristo y a sacarle las espinas de su frente. Una antigua copla española recoge esa tradición:
En el monte Calvario
las golondrinas
le quitaron a Cristo
muchas espinas
Otra leyenda afirma que las golondrinas, la tarde del Viernes Santo, lo que hicieron fue volar en torno a la cruz para colocar con sus picos gotitas de agua en los labios resecos de Cristo. Y que, al rayar el alba del domingo, fueron en bandada hasta el sepulcro de Cristo y, al encontrarlo vacío, volaron por todo el mundo anunciando la Resurrección. Desde entonces las golondrinas anuncian la llegada de la primavera.
La leyenda de las golondrinas y las espinas de Cristo explica el color del plumaje de estas aves. Se asegura que son negras al guardar luto por la muerte del hijo de Dios, y el rojo de sus cabezas se debe a que se mancharon con la sangre del Salvador.
P.S. Después del viaje a Estocolmo, Escalona le compuso una canción al primo cataqueño, en la que utiliza los elementos de “Cien años de Soledad”: “El vallenato Nobel”.
Por: Carlos Luis Liñán-Pitre