Cuando llega la noche y la ciudad duerme, las calles y vías de Valledupar se convierten en pistas de carreras clandestinas. Motos, algunas modificadas, alcanzan velocidades de hasta 150 km/h en vías públicas. No es un juego, es una práctica mortal que ya cobró 3 vidas en 2025.
El último hecho trágico se registró el pasado 24 de octubre, cuando, al parecer, un motociclista que participaba en estos piques ilegales atropelló al abogado Alberto Mario Ariño, de 25 años e hijo único, quien moriría horas después en la clínica de Alta Complejidad debido a las fuertes heridas. Alberto Mario no tenía nada que ver con los piques, simplemente se transportaba por la vía Valledupar- La Paz.
Esta peligrosa práctica también cobró la vida de dos jóvenes que participaban en piques ilegales con sus motos. Jathza José Monsalvo Carrillo, de solo 17 años, y Ayberzon Javier López Ortega, un wayuu de 20 años, chocaron de frente, sufrieron heridas graves. A pesar de ser trasladados de urgencia, fallecieron a las horas.
Los piques ilegales son carreras de aceleración clandestinas, donde dos vehículos compiten en una vía pública sin permiso de las autoridades competentes. La emoción, la falta de seguridad en la vía pública y la evasión de las autoridades son factores que contribuyen a la existencia de piques ilegales que además, viola el Código Nacional de Tránsito (Ley 769/2002), y es considerado un delito que tiene pena de prisión de hasta 8 años.
La calle como sentido de libertad
El porqué los jóvenes arriesgan sus vidas en las calles no es fácil de entender. Reportes periodísticos acerca del tema señalan que esta práctica está fuertemente relacionada con factores socioeconómicos y culturales. Sobre todo, la aceptación que genera en ciertos círculos sociales “tener la valentía” de correr a altas en una moto.
Es el caso de un joven que entrevistamos para este reportaje. Bajo reserva, para evitar problemas legales, comentaba que el mayor motivador para participar en los piques es la adrenalina. “es un arte que nos gusta”, señaló este joven que desde hace algunos meses está en terapia porque en uno de los piques se fracturó una pierna.
Para otros expertos, las tasas de desempleo juvenil en Valledupar también influyen en que los jóvenes se direccionen hacia estas prácticas. aunque la cifra se redujo a u 15,3% según el más reciente informe del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) continúa afectado a sectores marginales del municipio como la nevada, brisas de la popa, los guasimales, en los que predominan los empleos informales y, a través de los piques los jóvenes suelen realizar apuestas y generar ingresos “fácil” combinando su diversión con fines lucrativos.
como si fuera poco lo que empezó como un espectáculo abierto, se ha convertido en una práctica cada vez más oculta debido a la presión policial para desmantelar los eventos; lejos de rendirse, influencers y participantes han refinado su táctica mediante grupos privados en Facebook y WhatsApp que operan como centros de mando donde se fijan fechas y rutas con mensajes directos como “Hoy 11 p.m. en la 50” o “Lleva placa tapada”; aunque las publicaciones abiertas ya no revelan ubicaciones exactas y la fachada pública se apagó, la adrenalina, las apuestas y el sentido de comunidad persisten intactos bajo un velo de clandestinidad que complica la acción de las autoridades y mantiene vivo el riesgo durante las noches en las calles de Valledupar.
Por otro lado, sin pistas o circuitos autorizados donde canalizar la pasión por la velocidad, los jóvenes convierten las vías públicas en improvisadas arenas de competencia, transformando calles y avenidas en pistas de alto riesgo. Aunque participantes de esta práctica han intentado dialogar con las autoridades para solicitar espacios controlados, sus esfuerzos han caído en el vacío, dejando la adrenalina sin un cauce seguro y exponiendo a la comunidad a tragedias evitables.
Desde el otro lado de la careta: lo que no se ve
Con más de 10 años sonando en las calles de Valledupar, los piques ilegales no solo son una práctica clandestina, para algunos se han convertido en fuente de inspiración y contenido para redes sociales. Uno de ellos es Carlos Valencia, tatuador profesional y apasionado por las motos, quien hace 5 años transformó su adrenalina en videos virales que muestran el corazón de esta subcultura, desde el ‘Stunt’ lo que se conoce como acrobacias en motos desafiando la gravedad, hasta el ‘candeleo’, a lo que se le denomina como carreras sin reglas de un punto a otro, generalmente por vías nacionales como Valledupar–La Paz.
Valencia no solo graba, también compite a nivel nacional e internacional, en eventos que de la práctica se realizan y menciona cómo la falta de escenarios seguros empuja a cientos de jóvenes a arriesgarlo todo en la calle. “Si tuviéramos pistas legales, esto sería deporte, todo sería más seguro”, asegura, proponiendo que la construcción de circuitos adecuados no sólo salvaría vidas, sino que canalizaría el talento y la pasión de una generación entera hacia la motivación deportiva real.
Sus videos que llegan a miles de vistas no glorifican el peligro, muestran la euforia, pero también el vacío que deja un accidente. Porque detrás de cada acrobacia hay un joven que podría ser campeón, si la ciudad le diera un lugar donde correr sin morir en el intento.
Más allá de los videos virales y la adrenalina que enciende las redes, existen voces que gritan en silencio, son familias rotas por una práctica que la sociedad estigmatiza con un cruel “se lo merecía”. Pero nadie merece enterrar a un hijo. La hermana de Jathza José Monsalvo (17 años, fallecido en la Avenida Sierra Nevada), a quién protegemos su identidad por respeto, comparte lo que vive desde ese fatídico día. “Sería bueno que actuaran con más firmeza, no solo con controles esporádicos… podrían salvar vidas antes de que sea demasiado tarde”, menciona, exigiendo acción real de las autoridades para frenar los piques que roban futuros.
Cada vez que un joven sale de casa en su moto, nadie sabe si regresará. La familia queda con el corazón en la mano, rezando por no recibir esa llamada que lo cambia todo para siempre. Los piques no son solo velocidad, se convierten en sillas vacías en la cena, madres que ya no duermen, hermanos que cargan un vacío eterno. Mientras algunos graban acrobacias, otros entierran sueños. Esta es la cara oculta que nadie publica, pero que todos debemos escuchar.
Donde el peligro y la adrenalina se encuentran
Detrás de las tragedias que han enlutado a la ciudad, existe una red de puntos calientes donde la velocidad clandestina se cita con la noche. En este mapa interactivo se puede observar las locaciones principales, los días, horarios de mayor frecuencia, y los corredores que los participantes eligen para desafiar el peligro, con una recopilación de reportes de sucesos en dicha locación. Al ingresar se puede navegar y explorar por la geografía del riesgo para que cada zona se presente de manera más clara.
https://www.google.com/maps/d/embed?mid=1k9uaZs3EGC7ZnTlDUhwAO62cNgFNYs8&ehbc=2E312F
Valledupar merece calles seguras, no pistas de muerte.
Los piques ilegales no son solo un problema de velocidad: son un ciclo de dolor que se rompe con acción colectiva. Para los jóvenes que participan, el desafío es reconocer que la adrenalina puede ser canalizada en algo que no cueste vidas; para la sociedad que juzga, es hora de escuchar en lugar de condenar, entendiendo que detrás de cada moto hay una historia de frustración y búsqueda de identidad.
En otras ciudades como Bogotá, donde los piques causaron 12 muertos en 2025, se han implementado controles digitales y pistas legales como el Autódromo de Tocancipá, que ofrece carreras reguladas. En Medellín, con 8 fallecidos por piques, según El Colombiano, 2025, donde han implementado las multas más duras con la inmovilización inmediata + $2 millones + cursos obligatorios generando una reducción en la incidencia 25%, salvando vidas al obligar a los corredores a repensar el riesgo.
La ciudad merece calles seguras, no pistas de muerte, un circuito legal como el Espacio de Piques en Sincelejo, inaugurado el presente año, que reguló 20 años de carreras clandestinas y evitó 10 muertes anuales, según El Tiempo, que podría transformar la adrenalina en deporte seguro. También con la fomentación de campañas educativas en colegios y redes sociales, similares a las de Cartagena, donde lograron reducir piques juveniles en un 40% con influencers locales, concientizando a los jóvenes a ver el valor de la vida antes del like. Valledupar puede liderar el cambio, pasando de la desigualdad que alimenta la bomba de tiempo a la solidaridad que la desactiva, transformando la adrenalina en un deporte que une, no que destruye.











