El folclorista e investigador Félix Carrillo hace una retrospectiva a su infancia para relatar desde la subjetividad los conceptos del acordeón.
Desde niño quise hablar con el acordeón, por eso siempre corrí detrás de los mayores para que me contaran todo lo de él. Quise tenerlo cerca y poder preguntarle cómo nació, creció y pudo llegar a nuestra tierra Caribe.
El tiempo pasó y un día siendo un jovencito, lo tuve en mis manos. Dejé que se reposara por el agite que vive. Me senté a mirarlo. Duré el tiempo prudente para empezar a decirle lo que sentía.
Estaba en una casa de adobe y techo de palma, de un pueblo de La Guajira milenaria, cuyas viviendas estaban construidas en desorden, con un letrero a la entrada que decía: se arreglan acordeones.
En un piso de madera de un largo mesón, estaban ordenados en fila india, varios modelos con diferentes colores, en donde el técnico invidente, Buenaventura Rodríguez, reconocido medico de esos instrumentos al que podía hacerles una operación a acordeón abierto y ponerlos a vivir nuevamente. Lo miré como se llevaba las plaquitas al cielo de su boca y buscaba su afinación. Después de hacerlo, los ponía en el lugar exacto y luego de resoplarlos varias veces, lograba su afinación perfecta. Así lo hizo con los treinta acordeones que tenía para arreglar. Sudaba copiosamente.
Esperé que descansara. Fue él quien me dijo:-Mijito que acordeón vino a recoger-. Nervioso ante su pregunta, le respondí: -No, solo quise verlo como arreglaba esos instrumentos y a que me hablara de ellos-. Él se levantó y posó su mano cerca de la puerta que da a la calle. –Vente mañana en la tarde para contarte muchos secretos que este instrumento tiene. No me dijo más. Entendí su silencio y me dirigí a la casa donde vivía. Llegué silencioso. Mis padres me preguntaron, qué estaba haciendo en la calle. Les dije que estaba donde el señor que arreglaba los acordeones. Mi madre que sabía de mis inquietudes, solo atinó a decirme, “ese instrumento no es bueno, vuelve a la gente borracha e irresponsable”. No le contesté.
Esa noche pensé en qué me iría a decir, el viejo “Buena” como le decían los mayores. Me levanté temprano y me alisté para salir al colegio. De regreso, solo tenía la idea de no quedarle mal. Llegué faltando varios minutos para la hora fijada. Ahí estaba sentado en una vieja butaca de madera rustica. Me invitó a sentarme en una poltrona. –A ver muchacho inquieto, ¿qué quieres saber?
Me acomodé varias veces en la poltrona. –Bueno, ¿cómo es eso de la llegada del acordeón a nuestra tierra?
-Esa historia es bonita y te la voy a contar. Varios marinos aventureros, del venido a menos imperio austriaco –que terminó en manos de Alemania y sin salida al mar–, tenían como compañía musical, un acordeón de una hilera y cuatro bajos, salieron de un puerto alterno de la Nación sometedora y decidieron buscar en desconocidos territorios, la tintura para la tela que se había agotado en toda Europa. Luego de pasar por Santo Domingo, Aruba y Curazao, llegaron en 1.850 al puerto de Riohacha, en donde encontraron el palo de tinte, el dividivi para la tintura y las mejores perlas que se sacaban de un sitio de indígenas rebeldes, conocidos como Guajira, para regresar ese instrumento luego, muchos años después, no como un simple proletario con visos de instrumento introducido como contrabando –como lo había hecho–, sino como todo un señor vestido del más lindo sentido musical: “el vallenato”, con todos sus ritmos y danzas.
¿Qué es el acordeón?
-Es un instrumento de viento, que lo puedes llevar fácilmente a cualquier lugar. Tiene un sistema de lengüetas metálicas puestas en vibración por un fuelle insuflador de aire, que se acciona entre los brazos y dos teclados, uno para la melodía y otro para los acordes-.
¿Quién lo inventó?
-El acordeón tiene un padre que es Sheng, un instrumento milenario de la cultura China, que a principios del siglo XIX invadió a Europa. En 1829 el austriaco Kiril Damián lo patentó para ser perfeccionado por el músico Francés Buffet. Se convirtió a raíz de su comercialización en un íntimo compañero de los marinos y campesinos del viejo mundo-
¿Qué tipos de acordeones llegaron?
-Dos décadas después del siglo veinte, a la Guajira llegaron dos clases de acordeones, los cuales fueron comercializados por las casas Honner que existieron en Riohacha, Barranquilla y Mompox, más las que se irrigaron independientes en Fonseca, Valledupar y Fundación, que sumado al abierto contrabando del mismo, nuestra tierra terminó llena de acordeones, hasta la segunda guerra mundial, en donde fue prohibido su ingreso, por ser considerado instrumento de contrabando. El germánico conocido como el Tornillo ‘e máquina y de origen Italiano cuyo nombre fue el espejito. Es bueno resaltar que esos nombres fueron puestos por sus ejecutantes, conocidos en toda la provincia como acordeoneros. Igual que los morunos, Guacamayos, Club tercero, que llegaron dieciséis años después. En la década del 50’ GCF y ADG, situación que benefició a sus ejecutantes por ser más completos. Diez años después apareció el cinco letras-
Después de su extensa explicación. Le pregunto: ¿Usted habla con el acordeón?
-Claro que hablo con él. Pero tú puedes hacerlo. Inténtalo. Él también tiene ternura y desdichas. Él es una extensión de nosotros. Todo lo que tú quieres decir, el acordeón te lo acolita-
Para saber lo enigmático del sonido que encierra su diminuto cuerpo, el porqué de su espíritu tan alegre y todos los contratiempos que enfrentó para estar entre nosotros, con un mágico llamado musical, que no para de contagiarnos, me acerco a él, lo miro y no deja de inquietarme su estructura: unas veces, de una hilera y cuatro bajos, otras de dos y ocho bajos y el actual que viene de treinta y un pitos o botones y doce bajos. Sus colores y su forma de presentar una caja musical, siempre atrayente, es el principal motivo para escudriñar tanto acolitamiento de su parte, de una música producida por la magia creadora de sus intérpretes.
En ese recorrido del acordeón como alma esencial de nuestra música, entendí que las manos curtidas en distintas generaciones de sus ejecutantes, han logrado construir en conjunto muchos sueños. Por ello, esos acordeoneros son los llamados a descifrar y construir esos misterios que están amarrados a nuestras vidas y de ahí, no los saca nadie. Ellos se van con nosotros en ese tropel que se llama vida. Es más, cada vez que el recuerdo de quienes queden nos llame a contar, bajo el ropaje de la nostálgica añoranza, volveremos a vivir. Todo depende de si ellos dejan que todo lo consuma el olvido como suele ocurrir en la mayoría de los casos.
Para construir, y por qué no, reconstruir esa realidad, recogimos muchos decires y sentires, olores y sabores, colores y sueños de tantos hombres, mujeres, niños y jóvenes, que con su sabiduría, nos narran cómo han sido afectados, por la presencia de ese instrumento: “unos como admiradores y otros al ejecutarlo; los primeros hacen un ritual al sentir que por todo el cuerpo y el alma les camina esa música que los vuelve más sensibles, los hace felices y los segundos, esos campesinos, nuestros héroes, que dejaron rotulado en la palabra acordeonero, a manera de cédula musical, una hoja de ruta que se ha fortalecido con posteriores generaciones, que como juglares rurales y urbanos y como leyendas nos hacen experimentar diversas sensaciones, al meterse en ese mundo de su instrumento predilecto”: el acordeón.
Por: Félix Carrillo Hinojosa*
El folclorista e investigador Félix Carrillo hace una retrospectiva a su infancia para relatar desde la subjetividad los conceptos del acordeón.
Desde niño quise hablar con el acordeón, por eso siempre corrí detrás de los mayores para que me contaran todo lo de él. Quise tenerlo cerca y poder preguntarle cómo nació, creció y pudo llegar a nuestra tierra Caribe.
El tiempo pasó y un día siendo un jovencito, lo tuve en mis manos. Dejé que se reposara por el agite que vive. Me senté a mirarlo. Duré el tiempo prudente para empezar a decirle lo que sentía.
Estaba en una casa de adobe y techo de palma, de un pueblo de La Guajira milenaria, cuyas viviendas estaban construidas en desorden, con un letrero a la entrada que decía: se arreglan acordeones.
En un piso de madera de un largo mesón, estaban ordenados en fila india, varios modelos con diferentes colores, en donde el técnico invidente, Buenaventura Rodríguez, reconocido medico de esos instrumentos al que podía hacerles una operación a acordeón abierto y ponerlos a vivir nuevamente. Lo miré como se llevaba las plaquitas al cielo de su boca y buscaba su afinación. Después de hacerlo, los ponía en el lugar exacto y luego de resoplarlos varias veces, lograba su afinación perfecta. Así lo hizo con los treinta acordeones que tenía para arreglar. Sudaba copiosamente.
Esperé que descansara. Fue él quien me dijo:-Mijito que acordeón vino a recoger-. Nervioso ante su pregunta, le respondí: -No, solo quise verlo como arreglaba esos instrumentos y a que me hablara de ellos-. Él se levantó y posó su mano cerca de la puerta que da a la calle. –Vente mañana en la tarde para contarte muchos secretos que este instrumento tiene. No me dijo más. Entendí su silencio y me dirigí a la casa donde vivía. Llegué silencioso. Mis padres me preguntaron, qué estaba haciendo en la calle. Les dije que estaba donde el señor que arreglaba los acordeones. Mi madre que sabía de mis inquietudes, solo atinó a decirme, “ese instrumento no es bueno, vuelve a la gente borracha e irresponsable”. No le contesté.
Esa noche pensé en qué me iría a decir, el viejo “Buena” como le decían los mayores. Me levanté temprano y me alisté para salir al colegio. De regreso, solo tenía la idea de no quedarle mal. Llegué faltando varios minutos para la hora fijada. Ahí estaba sentado en una vieja butaca de madera rustica. Me invitó a sentarme en una poltrona. –A ver muchacho inquieto, ¿qué quieres saber?
Me acomodé varias veces en la poltrona. –Bueno, ¿cómo es eso de la llegada del acordeón a nuestra tierra?
-Esa historia es bonita y te la voy a contar. Varios marinos aventureros, del venido a menos imperio austriaco –que terminó en manos de Alemania y sin salida al mar–, tenían como compañía musical, un acordeón de una hilera y cuatro bajos, salieron de un puerto alterno de la Nación sometedora y decidieron buscar en desconocidos territorios, la tintura para la tela que se había agotado en toda Europa. Luego de pasar por Santo Domingo, Aruba y Curazao, llegaron en 1.850 al puerto de Riohacha, en donde encontraron el palo de tinte, el dividivi para la tintura y las mejores perlas que se sacaban de un sitio de indígenas rebeldes, conocidos como Guajira, para regresar ese instrumento luego, muchos años después, no como un simple proletario con visos de instrumento introducido como contrabando –como lo había hecho–, sino como todo un señor vestido del más lindo sentido musical: “el vallenato”, con todos sus ritmos y danzas.
¿Qué es el acordeón?
-Es un instrumento de viento, que lo puedes llevar fácilmente a cualquier lugar. Tiene un sistema de lengüetas metálicas puestas en vibración por un fuelle insuflador de aire, que se acciona entre los brazos y dos teclados, uno para la melodía y otro para los acordes-.
¿Quién lo inventó?
-El acordeón tiene un padre que es Sheng, un instrumento milenario de la cultura China, que a principios del siglo XIX invadió a Europa. En 1829 el austriaco Kiril Damián lo patentó para ser perfeccionado por el músico Francés Buffet. Se convirtió a raíz de su comercialización en un íntimo compañero de los marinos y campesinos del viejo mundo-
¿Qué tipos de acordeones llegaron?
-Dos décadas después del siglo veinte, a la Guajira llegaron dos clases de acordeones, los cuales fueron comercializados por las casas Honner que existieron en Riohacha, Barranquilla y Mompox, más las que se irrigaron independientes en Fonseca, Valledupar y Fundación, que sumado al abierto contrabando del mismo, nuestra tierra terminó llena de acordeones, hasta la segunda guerra mundial, en donde fue prohibido su ingreso, por ser considerado instrumento de contrabando. El germánico conocido como el Tornillo ‘e máquina y de origen Italiano cuyo nombre fue el espejito. Es bueno resaltar que esos nombres fueron puestos por sus ejecutantes, conocidos en toda la provincia como acordeoneros. Igual que los morunos, Guacamayos, Club tercero, que llegaron dieciséis años después. En la década del 50’ GCF y ADG, situación que benefició a sus ejecutantes por ser más completos. Diez años después apareció el cinco letras-
Después de su extensa explicación. Le pregunto: ¿Usted habla con el acordeón?
-Claro que hablo con él. Pero tú puedes hacerlo. Inténtalo. Él también tiene ternura y desdichas. Él es una extensión de nosotros. Todo lo que tú quieres decir, el acordeón te lo acolita-
Para saber lo enigmático del sonido que encierra su diminuto cuerpo, el porqué de su espíritu tan alegre y todos los contratiempos que enfrentó para estar entre nosotros, con un mágico llamado musical, que no para de contagiarnos, me acerco a él, lo miro y no deja de inquietarme su estructura: unas veces, de una hilera y cuatro bajos, otras de dos y ocho bajos y el actual que viene de treinta y un pitos o botones y doce bajos. Sus colores y su forma de presentar una caja musical, siempre atrayente, es el principal motivo para escudriñar tanto acolitamiento de su parte, de una música producida por la magia creadora de sus intérpretes.
En ese recorrido del acordeón como alma esencial de nuestra música, entendí que las manos curtidas en distintas generaciones de sus ejecutantes, han logrado construir en conjunto muchos sueños. Por ello, esos acordeoneros son los llamados a descifrar y construir esos misterios que están amarrados a nuestras vidas y de ahí, no los saca nadie. Ellos se van con nosotros en ese tropel que se llama vida. Es más, cada vez que el recuerdo de quienes queden nos llame a contar, bajo el ropaje de la nostálgica añoranza, volveremos a vivir. Todo depende de si ellos dejan que todo lo consuma el olvido como suele ocurrir en la mayoría de los casos.
Para construir, y por qué no, reconstruir esa realidad, recogimos muchos decires y sentires, olores y sabores, colores y sueños de tantos hombres, mujeres, niños y jóvenes, que con su sabiduría, nos narran cómo han sido afectados, por la presencia de ese instrumento: “unos como admiradores y otros al ejecutarlo; los primeros hacen un ritual al sentir que por todo el cuerpo y el alma les camina esa música que los vuelve más sensibles, los hace felices y los segundos, esos campesinos, nuestros héroes, que dejaron rotulado en la palabra acordeonero, a manera de cédula musical, una hoja de ruta que se ha fortalecido con posteriores generaciones, que como juglares rurales y urbanos y como leyendas nos hacen experimentar diversas sensaciones, al meterse en ese mundo de su instrumento predilecto”: el acordeón.
Por: Félix Carrillo Hinojosa*