Víctimas del conflicto armado, desplazados por la violencia, migrantes venezolanos, niños y abuelos de Brisas de La Popa, comparten el mismo destino de un invasor: una vida de amenazas y estigmatización.
“Salgo de la casa y los gritos de las vecinas me ensordecen. Corro hacia el uniformado y le pido que nos dé unos minutos más, pero él con mirada impasible me ignora. Un fuerte ruido me hace voltear la vista hacia la casa y caigo sobre mis rodillas cuando veo que la retroexcavadora ha derrumbado la puerta de mi casa.
-¡Mi familia está adentro! ¡paren la maquinaria! ¡por favor, mis hijos!
Despierto bañado en sudor y mi esposa preocupada me coloca la mano en el pecho. Me mira fijamente y me susurra: ‘hoy no’”.
El fragmento que usted acaba de leer es una pesadilla que tiene frecuentemente uno de los habitantes de Brisas de La Popa desde que se dio a conocer que la población sería desalojada el próximo 30 de octubre.
Este asentamiento humano, que lo cubren riachuelos de aguas residuales y piedras de gran tamaño, alberga a más de 10.000 personas, según un censo de la comunidad, las cuales viven con temor y suspenso ante el cumplimiento de la Sentencia T-946, emitida por la Corte Constitucional, la cual ordena el desalojo del predio Sabana 1 conformado por las invasiones Brisas de La Popa, Los Guasimales, Altos de Pimienta y Bello Horizonte 2.
Más de 14 años tiene de fundada la invasión Brisas de La Popa. Foto: Jesús Ochoa
De acuerdo con Emilys Fontalvo, habitante de este sector, la comunidad se ha sentido “perseguida” y señalada presuntamente por personas que buscan lucrarse con el desalojo de la invasión.
“No nos tratan como personas, sino como unos animales que invadieron un potrillo y los dueños del potrillo para deshacerse del problema lo que hacen es sacrificarlos. Eso harán con nosotros, ¿de qué mesas de trabajo saldrá un plan de vivienda?, no las hay. Nos están engañando porque a menos de que legalicen el predio y nos entreguen las escrituras de la tierra, aquí seguirán esos abogados amenazándonos con que la primera invasión que van a desalojar es Brisas de La Popa”, manifestó Fontalvo.
Heriberto Arias, padre de familia y miembro de esta comunidad, aseveró que la población está dispuesta a mediar y hacer todo lo requerido para que el proceso de legalización sea una realidad. Acotando así que no están “aceptando avivatos vestidos de abogados que vengan a engañar y a incitar a la violencia”.
“El 99 % de las familias que viven aquí son personas de bien. Nos tienen en una estigmatización de que si vivimos aquí somos malas personas y no es así. Yo soy un padre de familia que se levanta a las cinco de la mañana a agarrar la moto y salir a trabajar para sostener a mi familia. Vivimos en una zozobra en torno al desalojo que nos ha afectado mucho psicológicamente”, comentó Arias.
Los habitantes de la invasión Brisas de La Popa están dispuestos a aportar un recurso para la legalización. Foto : Jesús Ochoa
A pesar de que en las invasiones reside un alto porcentaje de niños inocentes a la situación que los rodea, hay quienes opinan que estos asentamientos humanos lo que producen es “delincuencia y rezago social”. Al respecto, la socióloga Serena Cotes, explicó que en los asentamientos “más que una inversión estructural se necesita una psicosocial”.
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“Se habla de legalización, desalojo e inversión en servicios públicos, pero no de una ayuda psicosocial para las más de 30.000 personas que viven en Sabana 1. Estas personas han estado por más de 10 años sin el acompañamiento de especialistas en la salud mental, cuando en su mayoría son desplazados que solo por el hecho de invadir un terreno y afrontar todo lo que conlleva vivir en una invasión, necesitan un apoyo ”, comentó Cotes.
De acuerdo con la Dirección Territorial Cesar – La Guajira de la Unidad para la Atención y Reparación Integral, en el Cesar hay más de 370.000 víctimas de la violencia que han sufrido afectaciones individuales, familiares, comunitarias y étnicas relacionadas con daños psicosociales por los hechos victimizantes sufridos en el marco del conflicto armado.
Tal es el caso de Consuelo Blanco, desplazada de la violencia del departamento del Magdalena, quien afirmó que llegó a Valledupar en el año 2000 huyendo con sus cuatro hijos después de haber sido abusada sexualmente por unos paramilitares. El hecho ocurrió una noche cuando Blanco se dirigía a su casa después de haber terminado su jornada laboral en una bananera.
Consuelo Blanco, líder del barrio Brisas de La Popa. Foto: Jesús Ochoa
Entre lágrimas relató que en el 2008 invadió unos metros cuadrados del predio conocido actualmente como Brisas de La Popa porque no tenía dinero para un techo para sus cuatro hijos. Con un machete limpió el terreno, que en ese tiempo era “monte y culebra”, y con palos y bolsas delimitó la tierra en la que hoy tiene edificada una casa y una tienda con la que se ayuda para su sustento y el de sus siete nietos.
“Nunca he tenido un apoyo psicosocial que me ayudara con todas las afectaciones psicológicas que me produjo lo que me sucedió. Sin embargo, eso nunca se lo transmití a mis hijos. Siempre les he tratado de transmitir estabilidad y eso lo conseguimos en Brisas de La Popa. Aquí me casé y terminé de criarlos, es nuestro hogar y con esto del desalojo de que en cualquier momento nos pueden echar a la calle me transporta a lo que me sucedió”, dijo Blanco con voz entrecortada.
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Agregó que en “Brisas” no solo hay invasores como algunos comentan, sino que también hay víctimas y personas necesitadas “que en una tierra baldía vieron una oportunidad de vida”.
Todos los días la señora Ana Domínguez, de 69 años de edad, camina más de 10 cuadras hasta el comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa que está ubicado en el barrio Divino Niño. Este recorrido lo hace para comer lo que en algunas ocasiones es su única comida al día.
“Yo tengo más de 15 años viviendo en Brisas de La Popa y es horrible lo que estamos viviendo por la notificación de desalojo. Hay días que no duermo, muchas vecinas lloran porque nos van a sacar, hasta los niños lloran de ver que se quedarán sin una casa donde vivir. Aquí hay adultos mayores que no pueden ni caminar, ¿para dónde los van a llevar?. Ya no me provoca ni comer por la preocupación que tengo”, comentó Domínguez señalando sus ojeras por la falta de sueño.
Dos adultos mayores se han infartado en lo corrido del año por tener que caminar hasta el barrio Divino Niño en donde se encuentra el comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa. Foto : Jesús Ochoa
El diario EL PILÓN se desplazó hasta el comedor del adulto mayor y pudo constatar la larga distancia que estos ciudadanos de hasta ochenta años deben recorrer a diario bajo el inclemente sol para obtener una comida.
Al respecto, Yairis Ortega, coordinadora del Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa, aseveró que el comedor le brinda el almuerzo a 130 abuelos de 60 años en adelante que deben desplazarse desde “Brisas” hasta el Divino Niño para poder comer “porque al no estar legalizado el predio el comedor no puede estar en la invasión y los abuelitos deben caminar un largo trayecto poniendo en peligro su salud”.
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Manifestó que actualmente uno de los adultos mayores que come en el comedor se infartó mientras iba caminando hacia el sitio. “Por el sol y la distancia los abuelitos llegan ahogándose. Una abuelita se infartó mientras estaba comiendo porque llegó sintiéndose mal, por eso queremos que nos ayuden a legalizar Brisas de La Popa. Con la legalización los abuelitos no tendrán que seguir recorriendo ese largo trayecto y otros dejarán de privarse de comer aquí porque a veces no cuentan con las fuerzas para venir”, explicó Ortega.
La hora para servir el almuerzo en el Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa es once de la mañana, sin embargo, la comida la sirven a las diez de la mañana porque de los 130 que asisten al comedor, casi el 70 % no tiene alimentos para desayunar y algunos envían a sus familiares y amigos a recoger la porción que les corresponde porque están en condiciones de discapacidad o su avanzada edad ya no les permita caminar, según Yairis Ortega, coordinadora del Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa.
En ese orden de ideas, Juan Carlos Ospina, de 72 años, manifestó que los adultos mayores no deben dejarse de lado “ni ser olvidados porque muchos de nosotros ayudamos a construir esta ciudad, pero por dificultades nos tuvimos que ver en la necesidad de invadir un predio”. Este adulto mayor al que le amputaron una pierna, relató cómo llegó a Valledupar cuando era un “valle verde” lleno de terrenos que eran de familias pudientes “que los convertían en fincas y mataderos”.
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Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa. Foto Jesús Ochoa
“Yo era campesino, tenía una pequeña parcela que me fue arrebatada por los paracos en la década de los 90 y me tocó huir al casco urbano. Viviendo en la calle y en cuartos que pagaba por día, escuché de esta tierra y me vine por un pedacito de ella. Ahora tengo mi casita y aunque me hace falta una pierna, tengo un lugar donde descansar. No se olviden de los adultos mayores, nosotros también vivimos aquí”, dijo Ospina.
De acuerdo con Consuelo Blanco, líder de esta invasión, en “Brisas” sus habitantes han edificados viviendas, locales comerciales, colegios y hasta escuelas de formación para niños, niñas y jóvenes porque ellos “hacen parte de la sociedad vallenata y quieren contribuir al futuro del municipio”.
“Aquí hay una escuela de fútbol con una fundación legal y Fútbol con Corazón en donde hay 160 niños con aspiraciones de entrar al fútbol profesional. De igual manera, también hay escuelas de teatro y baile porque nosotros ya estamos organizados como una población que le está aportando al territorio con profesionales y con una juventud formada en las artes y el deporte”, manifestó Blanco.
La sentencia T-946 emitida por la Corte ordena el desalojo del predio Sabana 1 en donde está ubicada la invasión Brisas de La Popa. Foto : Jesús Ochoa
La misma opinión la comparte un padre de familia de Brisas de La Popa que prefirió omitir su nombre, al aseverar que su hijo de 14 años viajará la próxima semana a Barranquilla a jugar en un equipo de fútbol. Acotó que como su hijo hay muchos niños y jóvenes que están luchando por ser profesionales o deportistas y que “no deben ser subestimados por vivir en una invasión”.
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“Mi niño se formó en estas calles llenas de piedras y cubiertas de aguas residuales. Aunque muchas veces le dije que no jugara fútbol descalzo, él lo hacía sin que yo me diera cuenta. Hoy su sueño se está cumpliendo porque alguien vio su talento más allá de que es un niño que proviene de una invasión”, comentó el padre de familia.
Por Namieh Baute Barrios
@namiibb
Víctimas del conflicto armado, desplazados por la violencia, migrantes venezolanos, niños y abuelos de Brisas de La Popa, comparten el mismo destino de un invasor: una vida de amenazas y estigmatización.
“Salgo de la casa y los gritos de las vecinas me ensordecen. Corro hacia el uniformado y le pido que nos dé unos minutos más, pero él con mirada impasible me ignora. Un fuerte ruido me hace voltear la vista hacia la casa y caigo sobre mis rodillas cuando veo que la retroexcavadora ha derrumbado la puerta de mi casa.
-¡Mi familia está adentro! ¡paren la maquinaria! ¡por favor, mis hijos!
Despierto bañado en sudor y mi esposa preocupada me coloca la mano en el pecho. Me mira fijamente y me susurra: ‘hoy no’”.
El fragmento que usted acaba de leer es una pesadilla que tiene frecuentemente uno de los habitantes de Brisas de La Popa desde que se dio a conocer que la población sería desalojada el próximo 30 de octubre.
Este asentamiento humano, que lo cubren riachuelos de aguas residuales y piedras de gran tamaño, alberga a más de 10.000 personas, según un censo de la comunidad, las cuales viven con temor y suspenso ante el cumplimiento de la Sentencia T-946, emitida por la Corte Constitucional, la cual ordena el desalojo del predio Sabana 1 conformado por las invasiones Brisas de La Popa, Los Guasimales, Altos de Pimienta y Bello Horizonte 2.
Más de 14 años tiene de fundada la invasión Brisas de La Popa. Foto: Jesús Ochoa
De acuerdo con Emilys Fontalvo, habitante de este sector, la comunidad se ha sentido “perseguida” y señalada presuntamente por personas que buscan lucrarse con el desalojo de la invasión.
“No nos tratan como personas, sino como unos animales que invadieron un potrillo y los dueños del potrillo para deshacerse del problema lo que hacen es sacrificarlos. Eso harán con nosotros, ¿de qué mesas de trabajo saldrá un plan de vivienda?, no las hay. Nos están engañando porque a menos de que legalicen el predio y nos entreguen las escrituras de la tierra, aquí seguirán esos abogados amenazándonos con que la primera invasión que van a desalojar es Brisas de La Popa”, manifestó Fontalvo.
Heriberto Arias, padre de familia y miembro de esta comunidad, aseveró que la población está dispuesta a mediar y hacer todo lo requerido para que el proceso de legalización sea una realidad. Acotando así que no están “aceptando avivatos vestidos de abogados que vengan a engañar y a incitar a la violencia”.
“El 99 % de las familias que viven aquí son personas de bien. Nos tienen en una estigmatización de que si vivimos aquí somos malas personas y no es así. Yo soy un padre de familia que se levanta a las cinco de la mañana a agarrar la moto y salir a trabajar para sostener a mi familia. Vivimos en una zozobra en torno al desalojo que nos ha afectado mucho psicológicamente”, comentó Arias.
Los habitantes de la invasión Brisas de La Popa están dispuestos a aportar un recurso para la legalización. Foto : Jesús Ochoa
A pesar de que en las invasiones reside un alto porcentaje de niños inocentes a la situación que los rodea, hay quienes opinan que estos asentamientos humanos lo que producen es “delincuencia y rezago social”. Al respecto, la socióloga Serena Cotes, explicó que en los asentamientos “más que una inversión estructural se necesita una psicosocial”.
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“Se habla de legalización, desalojo e inversión en servicios públicos, pero no de una ayuda psicosocial para las más de 30.000 personas que viven en Sabana 1. Estas personas han estado por más de 10 años sin el acompañamiento de especialistas en la salud mental, cuando en su mayoría son desplazados que solo por el hecho de invadir un terreno y afrontar todo lo que conlleva vivir en una invasión, necesitan un apoyo ”, comentó Cotes.
De acuerdo con la Dirección Territorial Cesar – La Guajira de la Unidad para la Atención y Reparación Integral, en el Cesar hay más de 370.000 víctimas de la violencia que han sufrido afectaciones individuales, familiares, comunitarias y étnicas relacionadas con daños psicosociales por los hechos victimizantes sufridos en el marco del conflicto armado.
Tal es el caso de Consuelo Blanco, desplazada de la violencia del departamento del Magdalena, quien afirmó que llegó a Valledupar en el año 2000 huyendo con sus cuatro hijos después de haber sido abusada sexualmente por unos paramilitares. El hecho ocurrió una noche cuando Blanco se dirigía a su casa después de haber terminado su jornada laboral en una bananera.
Consuelo Blanco, líder del barrio Brisas de La Popa. Foto: Jesús Ochoa
Entre lágrimas relató que en el 2008 invadió unos metros cuadrados del predio conocido actualmente como Brisas de La Popa porque no tenía dinero para un techo para sus cuatro hijos. Con un machete limpió el terreno, que en ese tiempo era “monte y culebra”, y con palos y bolsas delimitó la tierra en la que hoy tiene edificada una casa y una tienda con la que se ayuda para su sustento y el de sus siete nietos.
“Nunca he tenido un apoyo psicosocial que me ayudara con todas las afectaciones psicológicas que me produjo lo que me sucedió. Sin embargo, eso nunca se lo transmití a mis hijos. Siempre les he tratado de transmitir estabilidad y eso lo conseguimos en Brisas de La Popa. Aquí me casé y terminé de criarlos, es nuestro hogar y con esto del desalojo de que en cualquier momento nos pueden echar a la calle me transporta a lo que me sucedió”, dijo Blanco con voz entrecortada.
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Agregó que en “Brisas” no solo hay invasores como algunos comentan, sino que también hay víctimas y personas necesitadas “que en una tierra baldía vieron una oportunidad de vida”.
Todos los días la señora Ana Domínguez, de 69 años de edad, camina más de 10 cuadras hasta el comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa que está ubicado en el barrio Divino Niño. Este recorrido lo hace para comer lo que en algunas ocasiones es su única comida al día.
“Yo tengo más de 15 años viviendo en Brisas de La Popa y es horrible lo que estamos viviendo por la notificación de desalojo. Hay días que no duermo, muchas vecinas lloran porque nos van a sacar, hasta los niños lloran de ver que se quedarán sin una casa donde vivir. Aquí hay adultos mayores que no pueden ni caminar, ¿para dónde los van a llevar?. Ya no me provoca ni comer por la preocupación que tengo”, comentó Domínguez señalando sus ojeras por la falta de sueño.
Dos adultos mayores se han infartado en lo corrido del año por tener que caminar hasta el barrio Divino Niño en donde se encuentra el comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa. Foto : Jesús Ochoa
El diario EL PILÓN se desplazó hasta el comedor del adulto mayor y pudo constatar la larga distancia que estos ciudadanos de hasta ochenta años deben recorrer a diario bajo el inclemente sol para obtener una comida.
Al respecto, Yairis Ortega, coordinadora del Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa, aseveró que el comedor le brinda el almuerzo a 130 abuelos de 60 años en adelante que deben desplazarse desde “Brisas” hasta el Divino Niño para poder comer “porque al no estar legalizado el predio el comedor no puede estar en la invasión y los abuelitos deben caminar un largo trayecto poniendo en peligro su salud”.
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La hora para servir el almuerzo en el Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa es once de la mañana, sin embargo, la comida la sirven a las diez de la mañana porque de los 130 que asisten al comedor, casi el 70 % no tiene alimentos para desayunar y algunos envían a sus familiares y amigos a recoger la porción que les corresponde porque están en condiciones de discapacidad o su avanzada edad ya no les permita caminar, según Yairis Ortega, coordinadora del Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa.
En ese orden de ideas, Juan Carlos Ospina, de 72 años, manifestó que los adultos mayores no deben dejarse de lado “ni ser olvidados porque muchos de nosotros ayudamos a construir esta ciudad, pero por dificultades nos tuvimos que ver en la necesidad de invadir un predio”. Este adulto mayor al que le amputaron una pierna, relató cómo llegó a Valledupar cuando era un “valle verde” lleno de terrenos que eran de familias pudientes “que los convertían en fincas y mataderos”.
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Comedor del Adulto Mayor de Brisas de La Popa. Foto Jesús Ochoa
“Yo era campesino, tenía una pequeña parcela que me fue arrebatada por los paracos en la década de los 90 y me tocó huir al casco urbano. Viviendo en la calle y en cuartos que pagaba por día, escuché de esta tierra y me vine por un pedacito de ella. Ahora tengo mi casita y aunque me hace falta una pierna, tengo un lugar donde descansar. No se olviden de los adultos mayores, nosotros también vivimos aquí”, dijo Ospina.
De acuerdo con Consuelo Blanco, líder de esta invasión, en “Brisas” sus habitantes han edificados viviendas, locales comerciales, colegios y hasta escuelas de formación para niños, niñas y jóvenes porque ellos “hacen parte de la sociedad vallenata y quieren contribuir al futuro del municipio”.
“Aquí hay una escuela de fútbol con una fundación legal y Fútbol con Corazón en donde hay 160 niños con aspiraciones de entrar al fútbol profesional. De igual manera, también hay escuelas de teatro y baile porque nosotros ya estamos organizados como una población que le está aportando al territorio con profesionales y con una juventud formada en las artes y el deporte”, manifestó Blanco.
La sentencia T-946 emitida por la Corte ordena el desalojo del predio Sabana 1 en donde está ubicada la invasión Brisas de La Popa. Foto : Jesús Ochoa
La misma opinión la comparte un padre de familia de Brisas de La Popa que prefirió omitir su nombre, al aseverar que su hijo de 14 años viajará la próxima semana a Barranquilla a jugar en un equipo de fútbol. Acotó que como su hijo hay muchos niños y jóvenes que están luchando por ser profesionales o deportistas y que “no deben ser subestimados por vivir en una invasión”.
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“Mi niño se formó en estas calles llenas de piedras y cubiertas de aguas residuales. Aunque muchas veces le dije que no jugara fútbol descalzo, él lo hacía sin que yo me diera cuenta. Hoy su sueño se está cumpliendo porque alguien vio su talento más allá de que es un niño que proviene de una invasión”, comentó el padre de familia.
Por Namieh Baute Barrios
@namiibb