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Acordeón bendito

Manuel Vega Vásquez, acordoneronero. FOTO/CORTESÍA.

Son tantas las emociones que ha generado este bendito, que Emiro  Zuleta, compositor vallenato, no resistió el impulso de su sentimiento para manifestárselo. Es tal la intimidad afectiva del creador con su instrumento que la encontramos revelada en distintas obras que sirven de verdad declarada y que nos conectan, de una vez por todas, con un amorío eterno entre nosotros y ese sonoro elemento.

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‘Pedazo de acordeón’, de Alejandro Durán; ‘El luto de mi acordeón’, de Francisco ‘Pacho’ Rada; ‘Mi acordeón’, de Emilianito Zuleta, son testimonios inherentes a mi sentir.

Los compositores vallenatos hemos acumulado más de 50 títulos para expresarle miles de agradecimientos. Con este acervo de cantares es imposible negar el afecto que le hemos transmitido a esta composición de fuelle, lengüeta, y mecanismo, que después de tantas doctrinas, teorías, hipótesis, debates, historias, logró patentarse en Viena-Austria, el 6 de mayo de 1829, por el constructor de órganos Cyril Demian.

Su creación conmocionó a la Europa de entonces y se le consideró un hijo glorioso del movimiento espiritual y artístico denominado Romanticismo. Logró que países como Francia, Italia, Rusia, Alemania, Bélgica, y muchos más, le despejaran el camino para iniciar el complemento del juguete musical que registró Demian.

 Con el tiempo los constructores e instrumentistas,  con el propósito de satisfacer distintas exigencias de culturas sonoras, elaboraron otros modelos renombrándolos como acordeón a piano, bandoneón, cromático de botones, concertina y el acordeón diatónico, el que nos correspondió para proyectar nuestras tonadas tradicionales, reconocidas como ‘Música Vallenata’.

La llegada del acordeón oficialmente a Colombia se puede sintetizar con el informe del año fiscal 1869-1870, elaborado por el secretario de Hacienda, Salvador Camacho Roldán, el cual manifiesta que entraron por Riohacha 33 kilogramos de acordeón, por Barranquilla 12 y por Cartagena 6. El arancel de la mercancía en esos tiempos se cobraba por el peso de la misma; esto no quiere decir que fue la única forma de llegada, muchos inmigrantes lo trajeron para interpretar su musiquita nostálgica y nosotros lo adoptamos para nuestra música terrígena.

Israel Romero, acordeonero.

IMPACTO EN LA JUGLARÍA

En sus inicios, en esta región el acordeón fue un aparejo completamente rural para recrear y fortalecer relaciones afectivas en esas otrora colectividades. Con el tiempo ese melodeón comunicativo rompió barreras sociales, religiosas, étnicas, literarias y hasta protocolos de Estado.

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No es solo comentar la evolución técnica del instrumento y sus recuerdos en los albores del siglo XX en nuestro folclor. También es interesante precisar cómo fue afectando el aprendizaje en los inexpertos músicos.

Cuando llegan de una hilera de botones, no tuvo otra opción el aprendiz sino tocar en línea y complementar con la rutina de fuelle  la escala de la pieza musical; instintivamente se  estaba demarcando la guía y la esencia de la técnica interpretativa del vallenato juglaresco y tradicional.

Cuando arriban los de dos hileras fue traumático, no encontraban cómo combinar las hileras, hasta cuando consiguen unas notas que le permitían hacer transportes (término coloquial, para referirse a los acordes musicales). Por lo demás, el periplo  no sólo ha sido leyenda, también han florecido ensueños e ilusiones de poetas.

En este universo musical que hoy muchos  reconocen como ‘El País Vallenato’, voy a darles a conocer momentos gloriosos de tres protagonistas de mis afectos musicales, que brotaron de este suelo sonoro y que son parte de mi estado  emotivo.

En el año 1988, por iniciativa de un  grupo de estudiantes italianos de música, en la universidad de Maryland,  Estados Unidos, bajo la dirección del profesor Marino Pérez Murcia, se hizo un estudio de la presencia del acordeón diatónico en el mundo.

Buscaron sonidos e intérpretes de 75 países donde se utiliza esta clase de instrumento. Iban ponderando a través de la computadora, hasta escoger a 10 finalistas, entre los cuales estaba Israel Romero Ospino, quien a la postre fue el seleccionado.

En su niñez este párvulo villanuevero tenía un pensamiento obsesivo: ser el mejor acordeonista de Villanueva. No solo lo logró, sino que se convirtió en ‘el mejor del mundo’. La ceremonia oficial fue en el Club Nacional de la Prensa en Washington. Asistieron 4.000 personas a la ceremonia oficial, a quienes les manifestó sus impresiones: “Realmente no es un triunfo mío, sino de mi país Colombia, en especial de los acordeonistas vallenatos que hemos tratado de superarnos en este instrumento tan difícil proveniente de Alemania, y hemos llegado a un nivel muy alto. Estamos felices de lograr precisamente este trofeo que realmente nos llena de muchísimas satisfacciones”.

EL VALLENATO EN LA LITERATURA

El acordeón legítimo, el verdadero, es este que ha tomado carta de nacionalidad entre nosotros en el valle del Magdalena al lado de las gaitas, los millos y las tamboras costeñas”: García Márquez, 22 de mayo de 1948, diario El Universal de Cartagena.

Muchos años después, Emilianito Zuleta Díaz estaría con su acordeón en Estocolmo, con un tropel de parranderos adiestrados por el maestro Rafael Escalona, acompañando a ‘Gabo’ a recibir el premio Nobel de Literatura.

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 Este reconocido intérprete también  fue el escogido por la fábrica Hohner para representar, personalizando con su nombre y firma, el acordeón diatónico de nuestra tradición musical; además se le atribuye ser el primero en idear el cambio de tonalidades, para tener un color armonioso, que identificase el sonido vallenato,  asimismo es el autor de la mejor canción inspirada por un acordeón.

Otro célebre del acordeón es el maestro Andrés ‘Turco’ Gil, director de la academia ‘Los Niños Vallenatos del Turco Gil’, a quien el presidente Bill Clinton, en su libro Dando, le reconoce sus méritos: “Me gustaría que cada área de conflicto tuviera un profesor como el maestro Gil y niños como ‘Los Niños Vallenatos del Turco Gil’”.

García Márquez, para ese encuentro, envía una nota a Bill Clinton.

Rafael Escalona, el genio de la música vallenata, no aprendió a tocar el acordeón cuando era niño porque se  consideraba un instrumento indigno para el sobrino de un obispo. A mí mismo, que quise aprenderlo a los 8 años, mis abuelos me lo negaron porque les parecía una máquina de perdición…”.

Tal era su mala fama que a los niños no los asustaban con el diablo, sino con ‘Francisco el Hombre’, un patriarca andariego que camina por pueblos y veredas  pregonando amores y destapando entuertos de la vida ajena. Sin embargo, cuando se interrumpió la fábrica de Alemania por la Segunda Guerra Mundial, los artesanos vallenatos fabricaban acordeones con la osamenta de otros, para que no se extinguiera el arte de la voz humana con acordeón,  que es un modo antiguo y el más feliz de contar un cuento…”.

“Hoy la música vallenata está más viva que nunca, como lo muestra esta delegación de niños que han aprendido su oficio al mismo tiempo que aprendían hablar. Seis años es la edad que los pedagogos aconsejan para aprender a leer, y dos de estos aprendieron a tocar el acordeón a esa edad. Otros no habían cumplido 5, otro tenían 4, y los mayores son dos ancianos de 10 y 12 años que ya son reyes de la canción. Los otros cajistas,  guacharaqueros, y cantantes, casi podrían decir que nacieron sabiendo. A todos ellos por igual tenemos que agradecerles el que la música colombiana haya podido cumplir la proeza olímpica de entrar casi gateando en la Casa Blanca”.

En síntesis, el acordeón lo acogimos con cariño, lo aprendimos sin maestros, nos inspiró, enamoró a los cantantes y nuestra vida glorificó.

Por Alberto Murgas.

Categories: Crónica Cultura
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