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Valledupar, una ciudad de nadie

Todos los vallenatos añoramos el pueblito de antes, el de pocos barrios, de las calles sin cemento y las casitas de bahareque. Aquel que inspiró muchas canciones, el de los dulces de la vieja  Aminta Monsalvo, de maduro y de ñame, donde el saludo era de todos y la gran mayoría  amigos.

Disfrutábamos a ‘Chorro Balín’, ‘Cabirol’,  a ‘Chepo’, ‘La Carpa’, nuestros queridos locos. El Valle de hoy no huele igual, como dijera William Rosado, el olor de mi pueblo cambió.

Valledupar se convirtió en una ciudad de nadie. Tanta gente ha llegado que ya no le duele a nadie; se fueron acabando las costumbres sanas para adentrarnos en el maremágnum que hoy vivimos.

Sin doliente vive el Valle; obras inconclusas, calle llenas de huecos. Abruma salir a hacer una vuelta, antes cualquier salida desde lo más lejos que había, el barrio Doce de Octubre o Las Tablitas, por la Ceiba; o un poco más allá, el Siete de Agosto, el barrio Rojas, duraba el trayecto un poco más de cinco minutos. El trancón más grande lo hacían en cinco esquinas, dos o tres yuqueros Jeep Willy´s, modelo 55, que eran los taxis y los “comelobos”, buses que hacían de colectivos.

Hoy si usted quiere hacer un “mandao” al centro, piense en dos horas y más. La gente que en otrora llegaban a Valledupar, por allá en los años sesenta: santandereanos, tolimenses, del sur de Bolívar, o del Magdalena, sin dejar de lado a tanto guajiro valioso que vino a formar parte de este mundo vallenato, a trabajar, a aportar productividad. Recordemos a Valentín Quintero, a Mauro Tapias, Rodrigo Barragán, Sixto Quintero, entre muchos otros que deambulan en el olvido.

Fruto de esto: el Hotel Vajamar, Café Mary, Ferretería  Cesar, La Esmeralda, García  Hermanos.

Hoy quienes vienen, con contadas excepciones, llegan a ver qué les dan: trabajo fácil, auxilios, vivienda. El panorama se evidencia viendo a una señora lánguida y una chorrera de pelaos pidiendo plata por ahí. Semáforos abarrotados de malabaristas de quinta categoría y limpia vidrios.

Por otro lado la cárcel “tramacua” llena de delincuentes que trajeron sus malas conductas y sus propios negocios: microtráfico, préstamos a pago diario; juegos de maquinitas, casinos, entre otros. No han llegado más empresarios, no hay fomento industrial. Mientras tanto la delincuencia a la orden del día, soportamos a jóvenes irrespetuosos y de su propia ley, esto conlleva a un desorden social que se evidencia en altos índices de delincuencia y lo peor, no se ve solución pronta. La corrupción campeando, contratistas foráneos que abusan del presupuesto, obras inconclusas o mal hechas; desplazan la mano de obra nativa y bien calificada; mientras tanto los entes de control… bien gracias. Sobornados y sin justicia para ellos.

Viejo Valledupar si te volviera a ver cómo tú fuiste ayer, típico y colonial…

Sólo Eso.

Por Eduardo Santos Ortega Vergara

 

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