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¡Una ciudad de malas gentes!

Hace pocos días organizamos una conversación con varios sectores para abordar el tema del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Valledupar, como un espacio donde podríamos ponernos de acuerdo sobre la visión de ciudad que queremos, esto a raíz del enorme caos que reina en la ciudad y las múltiples improvisaciones y obras sacadas de la manga de los mandatarios que no responden a ninguna necesidad real y tampoco han sido debidamente planeadas ni socializadas con los actores de la ciudad, es decir, una ciudad sin norte, o al menos los hechos así lo demuestran.

Dentro de los invitados estaba Rodolfo Campo Soto, exmandatario de los valllenatos en dos ocasiones y uno de los promotores del desarrollo de la ciudad, y al que junto a otros líderes del pasado le debemos lo que hoy somos como ciudad, su éxito, haberse rodeado de un equipo extraordinario y con una característica en común: amaban su ciudad.

Mediante programas sociales y de real participación en las decisiones lograron conectar a la ciudadanía con sus barrios, con sus calles y sus parques, obras por autogestión que lograron pavimentar calles y carreras que jamás hubiesen podido ser intervenidas sin la implementación de este tipo de programas, es decir contó con el apoyo de gente buena.

La buena gente goza de unas características particulares, tiene claro los valores morales y éticos, principios fuertes y una convicción total que con la práctica diaria hacen que la relación entre la sociedad sea armónica y fructífera además que tiene la plena convicción que es más grande el objetivo común que los particulares, por ende al final de cada intención, de cada proyecto o de cada causa, se tiene a una comunidad disfrutando del esfuerzo de muchos que anteponen sus intereses personales para entregar bienestar y esa misma comunidad se apropia porque ve intención genuina de sus gobernantes más no actos de egoísmo con segundas intenciones ocultas.

¿Entonces, en qué momento perdimos el norte y nos convertimos en esta torre de babel y en una sociedad egoísta, violenta, anárquica, sin Dios y sin ley? ¿Por qué la queja generalizada del ciudadano culpando a sus mandatarios o pidiendo a gritos que la autoridad entre a resolver los problemas que la misma sociedad genera, tolera y acepta como normal? Algunas respuestas podrían estar en las columnas de este servidor: ‘Urge la construcción de un nuevo capital social’ (https://elpilon.com.co/urge-la-construccion-de-un-capital-social/ ) o ‘Llamen a la policía’  (https://elpilon.com.co/llamen-a-la-policia/).

Pero necesariamente toca revisar la generación que hoy ostenta el liderazgo y es precisamente el eje del problema, una generación que se levantó en medio de la competencia por tener, por figurar y que sus resultados se miden en “likes” para lo cual se acude al esfuerzo de cultivar el ego por encima de los valores y los principios universales que rigen las sociedades civilizadas, en esas estamos.

Esos líderes como Rodolfo Campo Soto crecieron en una sociedad pacifica, equitativa, éticos y claros en sus compromisos como ciudadanos, la educación privada era la excepción de la regla pues existían colegios públicos de enorme renombre como el legendario Loperena, el Liceo Celedón, el Pinillos entre otros; existían pocos templos puesto que la iglesia era una sola, hasta en eso estábamos de acuerdo ,muy distante a lo que tenemos hoy con cientos de colegios que se empeñan en competir por sus grandes infraestructuras físicas pero sacando generaciones mal educadas y una proliferación de iglesias en cada esquina que entrega hombres que salen de la misa a reunirse para planear el próximo robo.  

Dicen los que saben que vivimos tiempos modernos, que hemos avanzado muchísimo respecto al siglo pasado, la tecnología nos sorprende y nos invade, nos facilita la vida, de eso no hay dudas, que los niños ya nacen con el chip activado con la tecnología y aprenden más rápido, también es posible, pero ¿quién está devolviendo lo humano a los hombres? 

Como dijo Benjamín Carrión: “La nueva clase media olvida pronto a quien posibilitó su ascenso y se convierte en la estrella semanal del supermercado, la competencia empieza a ser la ideología de los mass media y el vestido de marca se transforma en su piel; Dios es el mercado, el centro comercial la nueva iglesia y el cliente su esclavo fiel”. En fin, al borde del abismo.

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Eloy Gutiérrez Anaya: