Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela Gatopardo, del autor Guiseppe Tomasi di Lampedusa, que le fuera rechazada por varias editoriales y se publicara póstumamente, hice el comentario en este espacio, ahora recurro al tema para extraer una oración que me es necesaria para el texto que quiero resaltar.
Un resumen somero: es la aristocracia siciliana decadente que comprende que el fin de su supremacía se acerca, y es el momento en que los burócratas y mediocres se aprovechan de la situación política y se vuelven la nueva clase social emergente. Al príncipe don Fabricio le ofrecen la posibilidad de ser senador, la rechaza y es cuando él acuña la célebre frase: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”
Si por algo es inolvidable el libro es por la frase que corrió a los labios de los intelectuales y políticos del mundo, paradoja que encierra no solo la capacidad de los sicilianos para adaptarse a través de la historia, a los distintos pueblos que los gobernaron, sino a la situación de muchos pueblos en la historia reciente que se ven sumidos en la disyuntiva del cambio para salir del marasmo en que se encuentran y a fin de cuentas todo sigue igual.
Todo político de cualquier parte del mundo promete cambio, para volver a los mejores tiempos, por decirlo en un lenguaje muy nuestro, pero, al fin y al cabo, cuando terminan su mandato se dan cuenta de que han sido subsumidos por la situación imperante, todo sigue mal y con tendencia a empeorar.
Tomo la frase gatopardista para adaptarla a la actualidad alucinante que vivimos: “Si queremos que todo siga como era antes, con respeto por lo establecido y haya en el mundo temor de Dios, es necesario que todo cambie”.
Sí, que cambie ese maltrato mundial que se da a los niños, para que no sean víctimas de momentos agobiantes, porque no siempre hay una corajuda maestra como lo fue, una mejicana que en medio de un tiroteo, los puso a cantar para que no se dieran cuenta del horror de un mundo que se destroza a balazos, en el que ellos son víctimas; que cambiemos los adultos: padres, maestros, políticos, gobernantes, en la forma de orientar a las generaciones que vienen a tomar los puestos que les corresponden; que cambien las políticas sociales para que cesen las injusticias, el hambre, el desarraigo, las deficiencias en las prestaciones de salud, en la educación; que cambiemos todos esa actitud indiferente y nos inquietemos de nuevo por el dolor de cualquier ciudadano del mundo que esté en desgracia.
El cambio hay que hacerlo ya, no admite más espera, y es una decisión de cada persona, solo así lograremos comprender la balada de amor que entonó el coro tierno, con las caritas contra el suelo: “… si las gotas de lluvia fueran de chocolate…”, y lograremos una balada con cada momento adverso y así, sólo así, comenzará la paz a sonreír en el horizonte.
Por Mary Daza Orozco