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Columnista - 22 octubre, 2018

Una balada para el cambio

Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela Gatopardo, del autor Guiseppe Tomasi di Lampedusa, que le fuera rechazada por varias editoriales y se publicara póstumamente, hice el comentario en este espacio, ahora recurro al tema para extraer una oración que me es necesaria para el texto que quiero resaltar. Un resumen […]

Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela Gatopardo, del autor Guiseppe Tomasi di Lampedusa, que le fuera rechazada por varias editoriales y se publicara póstumamente, hice el comentario en este espacio, ahora recurro al tema para extraer una oración que me es necesaria para el texto que quiero resaltar.

Un resumen somero: es la aristocracia siciliana decadente que comprende que el fin de su supremacía se acerca, y es el momento en que los burócratas y mediocres se aprovechan de la situación política y se vuelven la nueva clase social emergente. Al príncipe don Fabricio le ofrecen la posibilidad de ser senador, la rechaza y es cuando él acuña la célebre frase: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”

Si por algo es inolvidable el libro es por la frase que corrió a los labios de los intelectuales y políticos del mundo, paradoja que encierra no solo la capacidad de los sicilianos para adaptarse a través de la historia, a los distintos pueblos que los gobernaron, sino a la situación de muchos pueblos en la historia reciente que se ven sumidos en la disyuntiva del cambio para salir del marasmo en que se encuentran y a fin de cuentas todo sigue igual.

Todo político de cualquier parte del mundo promete cambio, para volver a los mejores tiempos, por decirlo en un lenguaje muy nuestro, pero, al fin y al cabo, cuando terminan su mandato se dan cuenta de que han sido subsumidos por la situación imperante, todo sigue mal y con tendencia a empeorar.

Tomo la frase gatopardista para adaptarla a la actualidad alucinante que vivimos: “Si queremos que todo siga como era antes, con respeto por lo establecido y haya en el mundo temor de Dios, es necesario que todo cambie”.

Sí, que cambie ese maltrato mundial que se da a los niños, para que no sean víctimas de momentos agobiantes, porque no siempre hay una corajuda maestra como lo fue, una mejicana que en medio de un tiroteo, los puso a cantar para que no se dieran cuenta del horror de un mundo que se destroza a balazos, en el que ellos son víctimas; que cambiemos los adultos: padres, maestros, políticos, gobernantes, en la forma de orientar a las generaciones que vienen a tomar los puestos que les corresponden; que cambien las políticas sociales para que cesen las injusticias, el hambre, el desarraigo, las deficiencias en las prestaciones de salud, en la educación; que cambiemos todos esa actitud indiferente y nos inquietemos de nuevo por el dolor de cualquier ciudadano del mundo que esté en desgracia.

El cambio hay que hacerlo ya, no admite más espera, y es una decisión de cada persona, solo así lograremos comprender la balada de amor que entonó el coro tierno, con las caritas contra el suelo: “… si las gotas de lluvia fueran de chocolate…”, y lograremos una balada con cada momento adverso y así, sólo así, comenzará la paz a sonreír en el horizonte.

Por Mary Daza Orozco

Columnista
22 octubre, 2018

Una balada para el cambio

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela Gatopardo, del autor Guiseppe Tomasi di Lampedusa, que le fuera rechazada por varias editoriales y se publicara póstumamente, hice el comentario en este espacio, ahora recurro al tema para extraer una oración que me es necesaria para el texto que quiero resaltar. Un resumen […]


Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de la novela Gatopardo, del autor Guiseppe Tomasi di Lampedusa, que le fuera rechazada por varias editoriales y se publicara póstumamente, hice el comentario en este espacio, ahora recurro al tema para extraer una oración que me es necesaria para el texto que quiero resaltar.

Un resumen somero: es la aristocracia siciliana decadente que comprende que el fin de su supremacía se acerca, y es el momento en que los burócratas y mediocres se aprovechan de la situación política y se vuelven la nueva clase social emergente. Al príncipe don Fabricio le ofrecen la posibilidad de ser senador, la rechaza y es cuando él acuña la célebre frase: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”

Si por algo es inolvidable el libro es por la frase que corrió a los labios de los intelectuales y políticos del mundo, paradoja que encierra no solo la capacidad de los sicilianos para adaptarse a través de la historia, a los distintos pueblos que los gobernaron, sino a la situación de muchos pueblos en la historia reciente que se ven sumidos en la disyuntiva del cambio para salir del marasmo en que se encuentran y a fin de cuentas todo sigue igual.

Todo político de cualquier parte del mundo promete cambio, para volver a los mejores tiempos, por decirlo en un lenguaje muy nuestro, pero, al fin y al cabo, cuando terminan su mandato se dan cuenta de que han sido subsumidos por la situación imperante, todo sigue mal y con tendencia a empeorar.

Tomo la frase gatopardista para adaptarla a la actualidad alucinante que vivimos: “Si queremos que todo siga como era antes, con respeto por lo establecido y haya en el mundo temor de Dios, es necesario que todo cambie”.

Sí, que cambie ese maltrato mundial que se da a los niños, para que no sean víctimas de momentos agobiantes, porque no siempre hay una corajuda maestra como lo fue, una mejicana que en medio de un tiroteo, los puso a cantar para que no se dieran cuenta del horror de un mundo que se destroza a balazos, en el que ellos son víctimas; que cambiemos los adultos: padres, maestros, políticos, gobernantes, en la forma de orientar a las generaciones que vienen a tomar los puestos que les corresponden; que cambien las políticas sociales para que cesen las injusticias, el hambre, el desarraigo, las deficiencias en las prestaciones de salud, en la educación; que cambiemos todos esa actitud indiferente y nos inquietemos de nuevo por el dolor de cualquier ciudadano del mundo que esté en desgracia.

El cambio hay que hacerlo ya, no admite más espera, y es una decisión de cada persona, solo así lograremos comprender la balada de amor que entonó el coro tierno, con las caritas contra el suelo: “… si las gotas de lluvia fueran de chocolate…”, y lograremos una balada con cada momento adverso y así, sólo así, comenzará la paz a sonreír en el horizonte.

Por Mary Daza Orozco