El pasado viernes, en Valledupar, en el marco del foro ‘Hacia el fin del conflicto’, se dio un encuentro que es necesario analizar con detenimiento por lo que representa para el futuro de la región en temas de paz y reconciliación. El abrazo entre Jaime Palmera, hermano de Simón Trinidad, y Rodrigo Tovar, hijo de Jorge 40, un momento con un especial carácter simbólico, aunque muchos quieran minimizarlo, diciendo que ellos no eran enemigos y que no tienen nada que ver, un concepto muy superficial; claro que tienen que ver, son víctimas y encarnan las dos corrientes que bañaron de sangre a nuestras comunidades, el mensaje es claro para quien pretenda enarbolar esas banderas: no quieren más violencia, eso no funcionó, ninguno logró cambios, solo quedaron los muertos; ni Simón Trinidad, con sus ideales de igualdad social, desbordados por la violencia, ni tampoco Jorge 40, con su argumento de defensa en complicidad con los grandes terratenientes.
Este abrazo es un llamado para la sociedad, más para la élite vallenata, la cual ha vivido en un espejismo de bienestar, cimentado en la envidia, la exclusión y lleno de vacíos intelectuales, que han impedido el desarrollo y la verdadera civilización; la política, que tiene como principio cubrir la necesidad humana de organizar la vida social y los gobiernos, fue empleada para buscar reconocimiento social y beneficios económicos, la mayoría de nuestros “lideres”, los de ayer y los de hoy, terminaron sancionados y condenados, lo que demuestra que no estuvieron a la altura de las circunstancias, algo que también contribuyó a esta espiral de violencia que no ha parado.
Me reconforta algo que dijo Humberto De la Calle, un tipo interesante y el gran articulador de todo este movimiento de paz, “la política va a mejorar, habrá más debate, la opinión será más abierta con más garantías electorales” y eso sí que se necesita en la región, donde seguimos tomados por poderes económicos que no permiten el disenso y menos el acceso a las políticas del Estado para generar equidad, el Cesar y La Guajira son prácticamente repúblicas independientes, manejada por mafias políticas que se han repartido alarmantes cantidades de dinero y ponen a dedo a sus sucesores. Si el nuevo escenario de paz permite que eso cambie, será un gran avance.
Lo que plantean Jaime y Rodrigo es un desafío de futuro y no de pasado, ellos no eligieron la guerra que iniciaron sus familiares, pero están dando un gran paso para que esa sed de venganza termine. Mucha de la gente que sufrió los rigores de la guerra, no perdona, pero solo tienen dos caminos para elegir: vivir con esa condena que no permite avanzar o recuperarse y dar un paso adelante para construir una mejor vida.
Es cierto que el proceso está lleno de vicios, errores y concesiones, que Santos tiene el país manga por hombro y que tiene ambiciones políticas, pero al parecer, por lo que indagué, hacer una paz con las Farc con más justicia, verdad y reparación, era imposible; estoy de acuerdo con lo que planteó Alan Jara, exgobernador del Meta, “hay que pensar hacia adelante y no quedarse en el victimario”, también con la apreciación de Andrea Ovalle, alcaldesa de La Paz, en su magnífico discurso. La sociedad de la región merece una reingeniería de pensamiento y comenzar a cicatrizar viejas heridas y estos abrazos reconfortan para pensar que si es posible vivir mejor y en armonía.