Mira fijamente el agua desde la altura, como si la razón fuera más fuerte que la duda, y el miedo más débil que el impulso. Se toma algunos segundos para lanzarse, pero antes se sumerge en un silencio abrumador que despierta los nervios de quienes lo miran con detenimiento comiéndose las uñas y tapando sus bocas.
Cuando tenía solo siete años, Luis Carlos hizo su primer salto al peligro incitado por un amigo. Desde ese día, no ha parado en su práctica que ha perfeccionado a través del tiempo y que se ve reflejada en los saltos arriesgados y figuras sorpresivas que realiza sin miedo alguno y con una exactitud de profesional, desde el puente Hurtado hasta las aguas del Guatapurí.
Ocho años después, sigue siendo uno de los protagonistas de los saltos que todos los días se pueden apreciar en el famoso balneario y que congrega a muchos curiosos en torno a esta práctica peligrosa. Lo cierto de todo es que el peligro latente que enfrentar los niños y jóvenes que se concentran en este lugar, se acrecienta, cuando pasa de una práctica espontánea a tener que realizarla por dinero.
Ahora sus saltos tienen costo y los turistas y uno que otro vallenato, pagan de mil a cinco mil pesos por verlos volar desde las alturas hasta caer extasiados en las frías aguas del río Guatapurí en las que no todo es diversión, porque sus grandes rocas se convierten en el enemigo número de los arriesgados clavadistas.
Para tirarse desde una de las barandas del puente Hurtado se deben tener en cuenta algunas medidas; El río debe tener un caudal favorable, eso quiere decir, que debe tener una cantidad de agua que genere la profundidad ideal para un salto a 20 metros de altitud, para después caer aproximadamente a 32 metros de profundidad.
Con profundidad baja, solo se pueden hacer saltos cuando este llegue a unos 22 metros de fondo y si es menor, el peligro es fulminante y el que entre, posiblemente no asoma su cabeza nuevamente.
Aunque las autoridades municipales conocen los riesgos de esta práctica, son nulas las medidas que se implementan para prohibirla. Solo la Policía Nacional, a través de patrulleros que generalmente se encuentran en el lugar, impiden que niños y jóvenes realicen los saltos y de esa forma pongan en riesgo su vida.
Luis Carlos por su parte, todos los días llega a partir de las seis de la mañana para empezar con su jornada de clavados. Siempre su primer contacto con el agua, lo hace a través de un clavado, después de preguntar a los amigos de siempre si el río está en óptimas condiciones para hacerlo.
No todos los días son iguales; Hay unos en los que se va para su casa con 20 mil pesos en el bolsillo, y otros en los que la “ganancia” máxima es siete mil. No solo es tirarse, es disputarse con sus otros dos arriesgados amigos, a los clientes, que gustosos por ver sus piruetas en el aire y su aguerrido valor para tirarse desde lo más alto, pagan cifras a veces sorprendentes.
Por eso la mejor temporada es el Festival Vallenato, porque es durante esa celebración, que el Guatapurí recibe el mayor número de turistas y todos se deleitan con esta práctica llena de emociones encontradas; la admiración y el miedo se juntan para darle rienda a los aplausos.
Accidentes son muchos los conocidos y variadas las circunstancias. Hay quienes tirándose de alturas más prudentes se parten la cabeza, otros han muerto al ser absorbidos por los afanosos remolinos y los más osados e inexpertos se han privado al tirarse de grandes alturas y chocar fuertemente contra el agua.
Por ahora Luis Carlos continúa en su tarea matutina para poder ganarse algunos pesos. Por lo general se persigna antes de dar un salto al peligro, aunque no siempre piensa en el momento de hacerlo, solo se impulsa y en el camino cierra los brazos, porque según dice, en la mejor forma de caer para no “Calincharse” o privarse contra el agua.
Por: Antonio Peralta Nieto