En el mágico Festival de la Leyenda Vallenata, Valledupar se despliega ante los ojos del mundo como un sueño que desborda la vida, demostrando, en esencia pura, de lo que es capaz. Eso es lo que más me enamora de estos días, ese recordatorio anual, de que somos un talento infinito.
Este evento – el Festival Vallenato, digo – es una amalgama de melodías y versos, historias y legados, acordeones y tambores que transforma la realidad en una dimensión mágica. El festival vallenato atrapa a propios y visitantes en un embrujo ineludible, donde las notas musicales se mezclan con el color de las trinitarias, nuestra historia, el trinar de los pájaros y el pacto de sol y lluvia.
Sin embargo, yo nací con la ‘maldición’ de siempre querer mejor las cosas. A pesar de las maravillas que este encuentro ofrece, no podemos tapar los lunares (aunque pequeños, pueden ser letales). Sin duda, uno de los más protuberante es que la distribución de los beneficios económicos sigue siendo un enigma por resolver, una caja de pandora que oculta las contradicciones entre el esplendor y la escasez.
Casi todo desemboca en un reducido puñado de beneficiarios, un grupo donde de primeros está Avianca, la aerolínea especuladora que abusa del monopolio de los vuelos desde y hacia Valledupar. Sus precios astronómicos convierten el sueño de asistir al festival en una travesía lejana e inalcanzable para la mayoría del país, convierten la música y el folclor en un tesoro reservado para unos cuantos privilegiados, y de paso reducen los beneficios del turismo a la ciudad. Deben establecerse alianzas con empresas de transporte aéreo y terrestre y con patrocinadores, que permitan a más turistas llegar a Valledupar.
De igual forma, los arriendos en la ciudad se vuelven inaccesibles para muchas familias que desean ser partícipes del festival. El imaginario colectivo ha enraizado la idea de que solo las viviendas en estratos altos pueden ofrecer hospedaje a los visitantes, y así terminamos perpetuando un festival caro, inasequible para muchos, y por lo mismo excluyente. En consecuencia, debe promoverse que las familias de barrios populares también puedan ofrecer hospedaje a los visitantes, a precios más accesibles. Es democratizar la oferta, sobre todo cuando a Valledupar le hacen falta más hostales.
¿Cómo lograr que miles y miles más de personas disfruten en vivo el Festival Vallenato? ¿Cómo hacer un festival más barato? ¿Cómo logramos que el festival permee todos los rincones de la ciudad? ¿Cómo logramos mayor dinámica de la economía de la ciudad con ocasión del festival? La respuesta podría estar en los versos de los propios cantores: se trata de tejer redes y de abrir caminos. La clave está en derivar las utilidades del mayor número de visitantes y no de menos. Y en eso tenemos que concientizarnos todos. Desde la alcaldía, podemos facilitar los mecanismos: en la era de la digitalización, conectar lo que sea está a la orden.
Desde luego, será necesario impulsar políticas que incentiven el turismo en zonas menos privilegiadas. Es decir, involucrar productivamente a toda la ciudad en el festival; que el festival (los concursos) vaya a los barrios, y no que estos (sus habitantes) se desplacen a sitios deshabitados. Fomentar el emprendimiento local para una mayor participación ferial. Crear talleres de música y danza, exposiciones de arte, charlas, ferias gastronómicas.
El Festival de la Leyenda Vallenata es un milagro de la unidad musical y cultural de nuestro pueblo. Por eso, tomemos más medidas para que trascienda aún más sus fronteras y se convierta en un espejo que refleje la verdadera riqueza de nuestra tierra: la capacidad de unirnos en torno a la cultura, para que el oasis de la desigualdad se convierta en un huerto de oportunidades y prosperidad compartida.
Aquí y ahora, en este momento donde los sueños se confunden con la realidad, es cuando más me convenzo, sin atisbo de duda, de que somos capaces de alcanzar cualquier meta, de conquistar cualquier horizonte, de escribir con nuestras propias manos el destino que nuestro corazón vallenato anhela.
Siento en lo más profundo de mi ser que soy parte de algo más grande, una herencia que se extiende a través de generaciones y que, con cada acorde, se transforma en un legado que lo trasciende todo. Ser de esta tierra y vivir este festival es dejarse envolver por la brisa que acaricia los cañaguates y perderse en el murmullo de los ríos que atraviesan nuestras montañas; es ser parte de un todo que vibra al unísono en una sinfonía de caja, guacharaca y acordeón.
Es hora de compartir el hechizo y dejar que su encanto llegue a todos los rincones de Valledupar y del mundo entero.
Por Camilo Quiroz H.