En Colombia existen unos 20 gremios de la producción agropecuaria que están afiliados a la Sociedad de Agricultores de Colombia –SAC-, quien los representa en las mesas de negociación con el Gobierno, ante la industria agroalimentaria y algunos organismos internacionales como la FAO.
A pesar de haber sido creada para la defensa, representación, gestión y fomento de los intereses profesionales del sector agrícola y forestal (los ganaderos y avicultores no pertenecen a este gremio de gremios), el liderazgo de la SAC ha sido tímido, aislado y miope cuando de trabajar por el sector agropecuario se trata.
El surgimiento de las dignidades agropecuarias, los malogrados acuerdos en los Tratados de Libre Comercio, su ausencia en las negociaciones de paz y el poco protagonismo en el debate del Plan Nacional de Desarrollo y Misión Rural, así lo demuestran.
Claramente, esta representación se ha reducido a unos comunicados de prensa, diagnósticos trasnochados y recomendaciones tibias que no tienen impacto en el crecimiento, la productividad y rentabilidad del agro colombiano.
Durante los años que he trabajado cerca del sector del agro, solo he visto ineficiencia, crecimiento lento y un preocupante endeudamiento de nuestros productores del campo. Los pocos logros alcanzados en los últimos 15 años, han sido más por el empuje de empresarios visionarios del sector privado y de la Federación de Cafeteros que por esfuerzos de la SAC.
Sería injusto desconocer que los países desarrollados con los cuales competimos subsidian a sus productores. Pero es que acá también tenemos subsidios del Estado. El problema radica en que mientras cada hectárea de las tierras de ellos rinde 10.000 kg de maíz, 34.000 kg de papa o 5.000 kg de algodón, las nuestras solo rinden 7.000 kg, 18.000 kg y 2.000 kg respectivamente, para citar algunos ejemplos. Es hora que comencemos a pensar cómo vamos a replantear la defensa de nuestros productores y su desarrollo como actividad económica viable.
Ante esta realidad solo nos queda la opción sensata de eliminar las causas más profundas de la falta de rentabilidad y de competitividad. Si el gobierno ha puesto a disposición del sector unos recursos importantes para subsidiar la compra de maquinaria agrícola, instalación de riego, construcción de infraestructura pecuaria, asistencia técnica, seguro agrario, cobertura de precios, garantías y tasa subsidiada a los créditos, lo lógico, es que los gremios ayuden a focalizar estas importantes ayudas a la productividad y rentabilidad de sus sectores.
¿Dónde está la defensa al productor, cuando otros les han arrebatado la rentabilidad de sus negocios porque le bajaron el precio de su cosecha o le aumentaron el precio de la semilla y los fertilizantes? ¿Dónde está la promoción de la investigación y la transferencia de tecnología? ¿Qué se hicieron los programas de asistencia técnica y capacitaciones en buenas practicas agrícolas? ¿Acaso las cuotas de fomentos que le giran los productores del campo a sus gremios por cada kilo de venta de su producción, no es para eso?
Sería conveniente que los gremios revisaran todos estos temas.
Podrían prender una vela, en vez de seguir maldiciendo la oscuridad.