“Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que se queda con el bagaje; les tocará por igual”. 1 Samuel 30,24
Una de las lecciones que podemos sacar de esta covic-19 es el sentido de igualdad que ha traído sobre la tierra. Desde la esquina de la salud, todos estamos siendo medidos con el mismo rasero. Todas las personas sin distingo de credo, raza o posición social somos sometidos al mismo flagelo.
En el texto de hoy, se narra una de las tantas anécdotas del rey David: Volvían de perseguir a los amalecitas, quienes, aprovechando la ausencia de los hombres, habían atacado y destruido el pueblo de Siclag donde vivían y se llevaron cautivos a sus mujeres y niños. Salieron en la misión seiscientos hombres; el señor bendijo la operación de rescate y recuperaron no solamente todos los bienes, sino también el botín de guerra que los amalecitas habían juntado en incursiones contra otras ciudades.
Al regresar victoriosos, se encontraron con doscientos de sus propios hombres que habían estado muy cansados para continuar en el operativo y se quedaron cuidando el bagaje; el resto de los guerreros que, si estuvieron en la batalla, no quería compartir con ellos los despojos de la campaña. Esta reacción revela la profunda inclinación del hombre a hacer distinciones de personas y establecer jerarquías que dividen y separan a las personas en categorías. Dicha predisposición es el resultado del egocentrismo y de la acción de la naturaleza caída que hay dentro de nosotros.
Esta tendencia se instala en los valores más elementales de la sociedad. El sistema económico y social nos demuestra que algunas personas son más importantes que otras y la valoración está determinada no por lo que eres, sino por lo que haces y tributas. En el fondo de nuestras almas, consideramos a algunas personas más importantes que a otras. Los juicios valorativos son diversos: la amistad, el servicio, la influencia, la honra, en fin… sea cual sea la situación, nos préstamos para hacer diferencias entre una persona y otra.
David consideraba valiosos a todos los hombres. Es verdad que algunos habían arriesgado su vida en la batalla, mientras otros solo cuidaban el bagaje; pero, los que pelearon, pudieron hacerlo justamente porque no estaban ocupados en cuidar el bagaje. David insistió en que a todos se les tratara con los mismos derechos y privilegios e hizo repartir el botín por partes iguales.
¡Qué gran lección! En nuestra realidad cristológica, todos somos iguales delante de Dios. Podemos tener distintos roles o funciones dentro del cuerpo de Cristo, pero todos somos igualmente importantes y necesarios. Tenemos un valor inestimable para Cristo; por eso, cada persona debe ser valorada con justicia y gracia a nuestros ojos. Cada persona es importante para Dios y también lo debe ser para nosotros.
Quitemos de nuestra vida los prejuicios e impidamos que las mentiras de valoración a las personas nos lleven a desafortunados resultados. ¡Te valoro, respeto y aprecio como persona!
Un fuerte abrazo en Cristo.