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Tira la piedra y esconde la mano

“Es costumbre del villano, tirar la piedra y esconder la mano.” Refranero español.
La sola enunciación del epígrafe (que también da título a la columna de hoy), es suficiente para retratar de cuerpo entero a una clase de farsante: aquel que, para lavarse las manos y, así, eludir toda responsabilidad en el error o el delito en el que incurrió (siempre a sabiendas), busca que sea otro quien cargue con el descrédito de la contravención cometida por él.

Exceso que puede ir desde un simple error hasta un brutal delito, pasando por el lanzamiento de una falsa acusación, la creación de una querella, etc. Gradualidad ésta que al embaucador poco importa, pues su impostura obedece a su actitud de santurrón que nunca “quiebra un plato”, pero que es capaz de romper toda la vajilla. Vale decir, posa de ciudadano ejemplar, pero en realidad, no es más que un redomado villano.

Su accionar se puede dividir en dos fases: la primera, tirar la piedra; o sea, cometer la fechoría  (u ordenar cometerla, pues hasta cobarde es). La segunda etapa de su condición de hipócrita, consiste en esconder la mano, es decir, agazaparse, desaparecer toda evidencia de su injerencia en el hecho atroz, dejando señas o indicios que involucren a otro: un contrincante del falaz embaucador o uno de sus lacayos.

Muchas veces, estos farsantes adultos, cuando eran niños tocaban el timbre de la puerta de cualquier vecino y salían corriendo, para que fuera culpado el primer inocente que  estuviera cerca.

Como ya se dijo, esta actitud de tirar la piedra y esconder la mano, no es más que una  forma de cobardía que, si no pasara de la trastada infantil de tocar el timbre, para luego correr, no traería mayores consecuencias que la de un regaño y, antaño (quizás), una oportuna reprimenda y hasta un buen pescozón.

Pero cuando este accionar hipócrita colinda con las fronteras del delito, las cosas toman otro cariz. Pues puede ser la libertad de un inocente la que se ponga en riesgo. O un proceso de reconciliación el que haya que tirar por la borda. Recordemos el autosecuestro de un señor feudal de Cauca, cuando las conversaciones de Tlaxcala, allá a principios de 1992.

O, cuantas veces, la Mano Negra ha metido sus extremidades para cometer todo tipo de fechorías (asesinatos, secuestros, bombardeos, asaltos a guarniciones militares o de policía, etc.), todo para culpar a los grupos alzados en armas y segar, así, toda aproximación al diálogo.

De ahí que no es posible taparse los ojos para no ver lo que pasaría si los villanos nuevamente se salen con la suya. Ni poner oídos sordos a tanta infamia, cuyos efectos pueden ser ruinosas, como la bola de nieve que crece y arrasa todo a su paso.

La mayor aflicción la produce el hecho de saber que los motivos del cobarde villano están relacionados con su codicia, pues es su afán de atesorar el que lo concita a tirar la piedra y esconder la mano, ya que sabe que así aumenta su poder y acrecienta su caudillismo.

Por eso, se necesita, lo más pronto posible, un acuerdo que permita el armisticio con las Farc y luego con el Eln, el Epl y demás cuerpos subversivos. Antes de que los bribones de siempre tiren la piedra y escondan la mano y el cese bilateral del fuego se vaya al traste, y los pobres vuelvan a poner los muertos de lado y lado.

Lo dijo Heródoto, el historiador griego: “Ningún hombre es tan imbécil como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres al sepulcro, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba”.

Por Gustavo Rodríguez Gómez

 

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