Debajo del frondoso árbol de mango que arropa en sombra un segmento fraseado de la Plaza Alfonso López, don William Vega tiene la mente lúcida para recordar historias de antaño del viejo Valledupar.
En una tertulia mañanera, el hombre de experiencias sutiles y remembranzas inéditas que solo él conoce, cuenta con precisión detalles que años atrás desencadenaron un largo itinerario de relatos que envuelven a un lugar mítico del folclor vallenato: la legendaria tarima Francisco El Hombre, la misma que será transformada como aquellas costumbres macondianas o historias de amor convertidas en poesías.
“Por allá en 1962 yo vendía jabón de potasa y los colocaba debajo del palo de mango, ahí todavía ni sombra de una tarima, eso aquí era puro monte y matas de higuito, matarrarón y toco, doña Carlota Maya me compraba bastante, también había como especie de una fuente en medio de una abundante maleza. Yo tenía como 12 años”, recordó William Vega, un vendedor de tintos y dulces, acampado entre la sombra de mediodía de la Plaza Alfonso López.
Mira a su alrededor y señala los cuatro puntos cardinales de la plaza, mientras sin tapujos desgrana lo que un día fue tradición en los límites de las calles fronterizas del barrio Cañaguate. “Había cuatro callejones que se dirigían a cada lado del parque, por aquí nosotros corrimos bastante, mientras los bueyes amarrados a los árboles descansaban plácidamente”, recordó.
La improvisada tertulia va más allá en medio de una conversación que desempolva una patraña que recorre un historial colonial envuelto en anécdotas llenas de paráfrasis, pero que terminan con un dato exacto. El periodista Arnol Castillo también tiene sus apuntes con afinidad. “El primer festival vallenato lo realizaron debajo del palo de mango y fue como una parranda al lado de la plaza”, recordó el comunicador.
Datos entregados por la historiadora Nerina Cárdenas Ustaris, hija de Augusto Cárdenas, el hombre que construyó la primera tarima en madera, cuenta la evolución arquitectónica del lugar, en donde el nombre de Alejo Durán quedó sellado en 1968 como el primer rey vallenato del festival. “Ese año el rey iba a ser Emiliano Zuleta Baquero, pero no atendió el llamado porque estaba en una parranda con Hernando Molina Céspedes”.
“Esto aquí era puro monte, un lote encerrado con alambre de pua, aquí traían a pastar los caballos y los bueyes de los Castro, Mejía y Villazón, familias tradicionales que vivían en los alrededores de la plaza. Luego construyeron unas bancas que algunos ricos las donaban y obviamente colocaban una placa con sus nombres. Mi papá fue el primero que construyó una tarima en el lugar. Una vez terminaba el festival la desarmaba, era pequeña, bajita y sin techo. Hasta 1973 fue en madera, recuerdo que en 1975 diseñó una caja, una guacharaca y un acordeón que se movían, cuando sonaba la música hacían un movimiento armónico, él tocaba guitarra y un serrucho y le sacaba música de violín”, dijo doña Nerina Cárdenas, quien reside en una de las casas coloniales en los alrededores de la plaza, la misma en donde se refugiaron las tropas libertadoras que pelearon con los realistas por allá en 1823. Incluso hasta hace poco, un tiro incrustado en un muro de manera fue la prueba fehaciente de los intensos combates, registrados en pleno corazón colonial del viejo Valledupar.
Sus anécdotas refuerzan una crónica típica de macondo. “Recuerdo que en 1987 construyeron la tarima que actualmente permanece en la Plaza Alfonso López y se estrenó con la corona de rey de reyes de Colacho Mendoza. “Ese día llovió piedras porque la gente quería que el ganador fuera Alejo Durán, yo estaba sentada al frente de la tarima, eso fue terrible”.
“El escenario estaba ubicado frente a la residencia de los Montero, esto por aquí era puro acordeón. Mi papá fue ebanista y diseñador, lo buscaban mucho para decorar y construir carrozas. Un día se cayó de un andamio, precisamente decorando la escenografía para el Festival Vallenato de 1977, me acuerdo que perdió el equilibrio a una altura de cinco metros, pensábamos que había muerto, pero el fuerte impacto lo privó. También construía los tradicionales kioskos en madera y techo de paja. Ahí se presentaban los más reconocidos acordeoneros antes de subir a tarima”, recordó la mujer de 64 años.
Al lado de un busto de Alejo Durán diseñado en icopor, doña Nerida Cárdenas desempolva sus recuerdos que autentican la serie de transformaciones que ha tenido el sitio de grandes batallas a punta de pitos y bajos.
Nibaldo Bustamante / EL PILÓN
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