Atacar, destruir los símbolos culturales, el patrimonio cultural de los pueblos, ha sido una constante en la historia, pues con dicha destrucción como arma de guerra se pretende borrar no solo el patrimonio, sino la memoria colectiva que une a los pueblos con su historia y su pasado, y así imponer el supremacismo aterrador y vergonzoso de un pueblo sobre otro.
Ejemplo de este desquiciado proceder hay muchos en la historia, tomemos los más relevantes: Julio Cesar en el año 48 a. C. quema la Biblioteca de Alejandría, episodio y pérdida aun lamentada por el mundo y de la cual Borges evocaba en su genio con la creación de una «biblioteca universal» o «Total» que en sus anaqueles en forma hexagonal expusiera al visitante todo el saber universal en todos los idiomas.
Otro caso curioso que vale la pena mencionar registrado por la historia es el que cuenta que Adolfo Hitler, que en su delirio de superioridad de la raza aria, ordenó destruir todos los símbolos del patrimonio cultural de París, Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, la catedral de Notre Dame, Los Inválidos, entre otros, pero que afortunadamente Dietrich von Choltitz, gobernador alemán en la capital francesa, por lo bestial de la orden no la cumplió.
Entre el 9 y el 10 de noviembre se dio el caso llamado ‘La noche de los cristales rotos’ o ‘Kristallnacht’: en algunas regiones de Alemania y algunas zonas de Austria y la República Checa se dio una serie de actos violentos contra la comunidad judía donde incendiaron sinagogas (más de 400), saquearon negocios y asesinaron judíos, lo cual dio inicio al escalamiento de odios que terminó en el más vergonzoso acto de la humanidad conocido como ‘El Holocausto’, donde asesinaron a millones de judíos para demostrar la supremacía de una raza y una cultura.
Podría seguir enumerando los casos de Isis, Mao, Stalin, otros dictadores y pueblos que en su afán de borrar la cultura del invadido, destruyendo sus símbolos intentan borrar el pueblo, invisibilizarlos para luego a capricho reconstruir su historia e imponer su cultura falseando todo en aras de montar un escenario donde su supremacismo fuera el dominante.
CASO LOCAL
En el departamento del Cesar desde hace algún tiempo se viene sufriendo dicho síndrome por parte de un sector que cree que lo único que debe existir como cultura es la que ellos llaman «música vallenata», apropiada por el hecho de hacer el festival de este género musical.
Es que desde la promulgación de la Ley Consuelo Araujo Noguera se ha intentado tercamente imponer por la fuerza del poder político la música de acordeón en el Cesar sin tener en cuenta el valor y la importancia de las otras culturas que coexisten en el departamento. Ya en el 2011 se intentó y desde Tamalameque se respondió impidiendo su imposición obligatoria.
Hoy se pretende de nuevo, con los mismos pobres argumentos de una historia falseada, donde desconociendo que somos un departamento pluriétnico y multicultural donde habitan indígenas, poblaciones de origen santandereanos, hombres del río y de la ciénaga y por supuesto vallenatos de origen guajiro.
Tratan de desconocer esta realidad pluriétnica y multicultural buscando borrar de la memoria colectiva de estos pueblos su cultura de origen e imponer por la fuerza y el poder político y de los medios de comunicación la cultura vallenata.
Lo curioso es que esgriman argumentos tan pobres como el que debe ser así, «la vallenata» la única cultura, la verdadera del Cesar y que por tanto hay que imponer una cátedra para salvaguardarla y preservarla y así de un raponazo vergonzoso borrar el resto de culturas coexistentes. También en tono sapiencial pontifican que ningún municipio tiene cultura local «porque la cultura es regional», tremenda prepotencia que se estrella de plano pues ello de rebote daría como respuesta que el departamento del Cesar no es región y que la región es el Caribe colombiano, y que el mentado vallenato no es la cultura del Caribe, por tanto no existe.
Aducen que «la UNESCO declaró en el 2015 el vallenato como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad en Necesidad Urgente de Salvaguarda», pero no mencionan las razones, omiten mencionar que el propósito era llamar la atención de la reiterada predisposición de los exponentes de este folclor a magnificar y hacer apología de reconocidos narcotraficantes donde en sus canciones exaltaban la riqueza, el desaforado amorío machista y el poder del dinero y de sus armas.
También pretendían blindarlo contra esa otra costumbre de cantarle a los paramilitares en las plazas de los pueblos donde los comandantes llevaban a los conjuntos y toda la noche recibían saludos de los cantantes de moda, imponiendo así a través de esta cultura la sumisión de los pueblos ante estos grupos.
Mostrando agudeza mental tratan de obtusos a quienes pedimos respeto por la cultura de los pueblos y sostienen que «el vallenato es del Cesar y de todo el mundo». Pues no, mis queridos investigadores, el vallenato es de ustedes el pueblo vallenato de origen guajiro, pero no el de los pueblos santandereanos asentados en el Cesar, no el de los pueblos indígenas de la Sierra y de Perijá, no de Los pueblos del río y de la ciénaga. Otra cosa es que lo escuchemos y lo parrandiemos, pero no, no es lo nuestro.
Ahora, si el argumento central es que es la música más escuchada ¡válgame Dios! Qué tal si supieran que Edward Christopher Sheeran, más conocido como Ed Sheeran, músico y cantante británico, con su canción ‘Shape of You’ en el momento de escribir esta nota lleva en YouTube una cifra cercana a seis billones de vistas, y yo no creo que ese hecho gigante deba obligarnos a acogerla como la música insignia del mundo.
Seguiremos luchando contra estos rasgos supremacistas de imposición cultural y defendiendo nuestra cultura vernácula.
Por: Diógenes Armando Pino