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Se fregó, con J, Pindengue


Por José M. Aponte Martínez

 

Ahora sí se fregó, con J, Pindengue, es un dicho muy popular en Valledupar, para demostrar que las cosas se han puesto muy difíciles o raras; a raíz de mi anterior columna, que de hoy en adelante se llamará EL TOCHE, en honor a las virtudes literarias de mi Viejo Chema, autor de una poesía con ese nombre, ahora donde llego, el tema que está sobre el tapete es la brujería y ahora sí es verdad que estoy horrorizado con esa situación de mi exclusivo barrio Novalito, pues ya van más de una docena de personas (hombres y mujeres) que me han contado las experiencias que han vivido cuando le cambian la tierra a una mata bonita, cuando mandan a bajar el aire para limpiarlo, mueven los libros de su biblioteca, revisan la despensa y la más usual, cuando resuelven embellecer sus jardines removiendo con pico y pala la tierra vieja, ahí sí sé…… Pindengue, sacaron calaveras, de gente y animales, genitales petrificados, colección de frascos llenos de porquería y es grande y variada la gama de maleficios; esto hay que verlo para creerlo y yo hace bastante rato lo vi en la casa de un amigo.

Todo lo anterior sin comentar sobre los bebedizos, virangas y jugos, que si bien es cierto no producen ningún efecto espiritual pueden llegar a envenenar a quien los consuma por lo nocivo y dañino que son sus componentes.

Ya está bueno, supriman esas vagabunderías que no conllevan a nada y más bien traten de complacer a sus cónyuges con buenas acciones, con amor, con ternura, acercándose más, de verdad a Dios para recibir sus bendiciones y que sus hogares se conviertan en nidos de amor.

A raíz de esta situación brujeril me he acordado de la historia de una buena amiga que acosada por las necesidades se fue para Bogotá con su familia, buscando nuevos y mejores horizontes y allá se matriculó en una Academia de Modistería y presentó sus documentos, entre ellos su cédula que era de Uribia y a los pocos días la propietaria, la Seño Anita, la llamó y con mucho recelo le dijo: Tocaya, pues ella también se llamaba Anita, revisando sus documentos veo que usted es de La Guajira y con mucho respeto quiero saber si usted no hace sus “trabajitos”. ¿Cómo así? No Seño, yo no sé de eso, le respondió y se fue.

Pero la situación atesaba y el hambre acosaba y como la idea le quedó sonando por debajito comenzó a indagar por la vida de la Seño y supo que era casada, pero que el esposo tenia buena sucursal y el matrimonio estaba pegao con moco; cuando estuvo bien informada, con la situación peor y el agua hasta el pescuezo, se armó de valor y fue donde la Seño y con humildad le dijo que ella había recapacitado, pues le había mentido, que sí, que ella hacia sus “trabajitos”, con cartas, tabaco, café, con borra y bola de cristal y de una vez quería echarle la suerte gratuita con las cartas y así lo hizo y le describió el drama con pelos y señales que la Seño estaba viviendo y le prometió arreglarle el problema, pero tenía que darle unos días, pues había que encargar unos polvos hechos en Natiparaphuá, nombre inventado por ella.

Anita sabía que la “Otra” era una bella estudiante, donde vivía y que tenía problemas con sus papás, unos llaneros pudientes que no hallaban que hacer para acabar esas relaciones, así que fue a una tienda, compró salsita y bicarbonato de soda, los mezcló, se puso una manta guajira roja, fue donde la Seño y le dijo estoy lista, deme para el taxi, pero la Seño la mandó en su carro, en el cual había ido varias veces a armarle escándalos a la “sucursal”. Cuando llegó, la llanerita, estaba en la terraza y vio el carro y cuando vio a la india vestida de rojo, inmediatamente se encerró en el apartamento y Anita entró al edificio, subió y en la puerta echó “los polvos conjurados” y se fue. Cuando la muchacha vio eso, llamó a sus padres que felices vinieron y se la llevaron aterrada y en el hogar de la Seño reinó nuevamente la felicidad.

La noticia trascendió y a partir de ese momento Anita adquirió más de 300 clientas, que le llevaban puntualmente sus quincenas y que se encontraban matriculadas unas y trabajando otras en la Academia.

Hoy todavía, Doña Ana, así le dicen ahora, practica sus “trabajitos” pero con La High y es una adinerada mujer que vive nada menos que en Los Rosales en Bogotá y tengo rato de no verla para reírnos de su clientela, que “entre más grande es la mentira, mejor me pagan”.

 

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