Por Marlon Domínguez
Uno de los elementos de dominio sobre la humanidad más usados por las religiones es el miedo. No hablo de todos los capítulos de la historia de todas las religiones, pero un análisis sincero estará de acuerdo conmigo aunque sea en una pequeña proporción. Usualmente las amenazas de castigo eterno para los infieles consiguen más adeptos que las de bienaventuranza eterna para los creyentes. El evangelio que se lee en la Misa de este domingo ha sido utilizado para atemorizar a más de uno y lograr su conversión (definitiva o temporal) a determinada confesión religiosa.
Jesús, al escuchar cómo algunos visitantes del templo de Jerusalén ponderaban la belleza de los acabados de aquella construcción, aprovecha para enseñarles que la realidad material pasará y que, de todo lo que ven, "no quedará piedra sobre piedra". Sin duda el Señor hacía referencia a la destrucción total del templo a manos de los romanos en el año 70. Pero no se detiene en aquella declaración, sino que afirma entonces la necesidad de no dejarse engañar acerca del final de los tiempos: Aunque se oyeran noticias de guerras y revoluciones, de pueblos alzados contra pueblos y reinos en guera, aunque llegasen a sacudirse violentamente los cimientos de la tierra, y en diversos países a presentarse epidemias y hambre o, incluso, fenómenos astronómicos extraños, los discípulos no debían temer. Era preciso mantener firme la confianza en quien les había prometido la salvación y no creer en los oportunistas que aparecería afirmando que "el tiempo ya estaba cercano".
El panorama no era alentador: los discípulos iban a ser perseguidos, encarcelados y juzgados por su fe; muchos tendrían que morir en medio de los más grandes tormentos, pero no estarían solos. Quien un día cargó la cruz sobre sus hombros en el acto más sublime de amor por la humanidad, estaría siempre a su lado.
El imperio romano reinó, el templo de Jerusalén fue destruido, a lo largo de la historia ha habido infinidad de guerras, hambrunas, pestes, terremotos, eclipses, lluvias de meteoritos, etc. ¡Y nada que llega el final de los tiempos! Miles de cristianos murieron dando testimonio de su fe y, contrario a lo que pretendian sus verdugos, la sangre derramada no sirvió para atemorizar a los demás, sino para alentar a los que aún no creían. En efecto, al ver morir tan valientemente a los cristianos, los no creyentes admirados decían: "algo extraordinario debe haber en esta nueva filosofía, algo maravilloso y excelso, para que con tanto valor se renuncie hasta a la propia vida, por la que de ordinario una persona estaría dispuesta a dar lo que fuera". La sangre de los mártires se convirtió en semilla de cristianos, y la Iglesia creció no por temor ni por proselitismo, sino por irradiación.
Algunos de inmediato comentarán: ¿Por qué no habla de Teodosio I, el grande y de la inquisición? Con gusto lo haré en otro momento. Un análisis lo más objetivo posible de la historia debe llevar a las personas, sin distingo de credo, al reconocimiento de las grandezas y debilidades propias y de los demás. La actitud que es en toda circunstancia inaceptable es la de quien intenta justificar sus acciones y posiciones con la interpretación temeraria de textos religiosos. Feliz domingo.