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Sagrada Familia

Hoy la Iglesia celebra la Solemnidad de la Sagrada Familia de Nazaret. La liturgia de este día pone ante nuestros ojos algunas expresiones de la carta paulina a los Colosenses (3,12-21). En este y en otros textos de Pablo, en los que parecen resonar condicionamientos culturales de la época, hemos de saber ver ante todo el espíritu evangélico que los anima, que habla de una sumisión libre y de una entrega total por parte de los dos cónyuges.

Si la mujer se somete, lo hace no de manera servil, sino libremente y por amor, el marido debe, por su parte, no dominar, sino entregarse sin reservas a su mujer, en la que ama a su propio cuerpo; del mismo modo que la autoridad paterna sobre los hijos debe evitar todo despotismo que exaspera y desanima. Para que la obediencia de estos sea un camino de crecimiento hacia la propia madurez.

Padre, madre e hijos tienen en el seno de la familia sus funciones y características propias, específicas e irrenunciables: la autoridad del padre que corrige, no con ira sino con amor, que dice siempre la verdad y pone ante los ojos de los hijos la realidad tal cual es (aunque en ocasiones no les agrade).

La responsabilidad con la que vela por el sustento material y espiritual de los suyos, la paciencia con la que asume las dificultades de cada día, la templanza con la que celebra los triunfos y las alegrías, la firmeza con la que se constituye en columna estable que sostiene psicológica, moral y económicamente la familia que Dios ha puesto en sus manos. Ser padre es ser imagen viva de Dios que es Padre de todos. Miremos hoy en San José un modelo acabado de virtudes: hombre fiel, justo, paciente, de ardiente amor a Dios, responsable y amoroso. San José, intercede por nosotros.

La madre, por su parte, está llamada a ser un océano de afecto y ternura para con todos, a albergar en sus brazos siempre abiertos los cuerpos y los corazones cansados y, en ocasiones, abatidos de los suyos, a tener en sus labios una palabra de aliento, a conducir por el camino del bien y del amor a Dios a quienes son su más preciado tesoro.

La madre está también llamada a ser imagen de Dios que también es mamá. Que miremos hoy a María y contemplemos en ella lo que significa ser mujer, lo que significa ser mamá. Ella es la Madre, la Mujer: humilde, sencilla, silenciosa, tierna, fuerte, paciente, luchadora, etc. Santa María, ruega por nosotros.

Finalmente, los hijos, profundamente agradecidos con Dios por el don de los padres, debemos dejar que ellos nos guíen, prodigándoles en todo momento nuestro cariño y respeto. Ellos han sido puestos para formarnos y ayudarnos a alcanzar la madurez, no dejemos que los ímpetus y arrebatos nos aparten de la verdad de la que son depositarios. Amemos profundamente a nuestros viejos, perdonemos sus errores y nunca les abandonemos. Aunque se hayan equivocado, aunque no hayan cumplido con su misión, aunque incluso hayan abandonado el hogar… Son nuestros padres y merecen nuestra honra.

En un mundo en el que con frecuencia impera la violencia y el desamor, en el que el afán de utilidad y el hedonismo pueden fácilmente convertirse en las líneas rectoras de la vida.

En un ambiente hostil a la institución familiar y a los valores que engrandecen al género humano, en un mundo de frecuentes y profundos cambios, los hombres y mujeres de buena voluntad podemos fijar confiados nuestra mirada en el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret y atender el imperativo dirigido en todo tiempo a la célula vital de la sociedad: ¡Familia, sé lo que eres!

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