Continúan las marchas en Colombia, ya con la claridad que no eran solamente en contra del proyecto de la reforma tributaria, sino el resultado de un descontento generalizado en todo el país por algunas políticas del actual gobierno, también en contra de comportamientos y factores arraigados en nuestra sociedad (corrupción, desigualdad, pobreza, hambre, entre otras), que la actual situación del coronavirus ha acentuado. Se han ido sumando nuevos sectores representando los intereses tan disímiles de nuestra sociedad, en un aprovechamiento legítimo del escenario y visibilidad del paro.
Este miércoles saldrán a protestar nuevamente estudiantes, sindicatos, trabajadores y comunidad en general, en el día 7 desde que iniciaron las marchas el pasado 28 de abril. Hay razones suficientes para marchar. Hay motivos para estar descontentos. Sobran justificaciones para reclamar un cambio en el actuar de nuestros gobernantes. Sin embargo, no puede ser el vandalismo el camino. Unos pocos se han dedicado a manchar las protestas con sus actos ilegales, destruyendo infraestructura física y privada o, como en otras regiones, saqueando comercios. Los marchantes deben unirse y apartarlos. Ellos no deben robarse la atención, con videos reales y manipulados, o el morbo de la ciudadanía. No. La atención se debe centrar en las justas reclamaciones de quienes salen a las calles por un mejor país.
Del otro lado está la Fuerza Pública. Hemos recalcado que la vida de los protestantes es sagrada. Pero también hacemos un llamado a quienes salen a protestar: la vida del policía y del soldado es igual de sagrada. En casa los esperan sus familias.
Anoche en redes leímos el mensaje de Diego Bautista, miembro de la plataforma de Diálogos Improbables del Cesar, plataforma llamada a contarnos de su experiencia, metodología y principios que bastante nos aportarían hoy: “Este no es un momento para un diálogo del ‘yo con yo’. Ese diálogo no teje ni construye nada, y en estas circunstancias incluso nos puede llevar a una situación peor. El diálogo de ahora es entre aquellos con intereses y derechos diversos y opuestos, que hoy están en máximas tensión y con heridas profundas. Debe abordarse con honestidad y con la voluntad de reconocer los dolores. Con la disposición a ceder soberanías para establecer un espacio de muchas deliberaciones y consensos: los inmediatos y los estructurales.
Debe ser un diálogo que no se agote en la mesa de un despacho institucional con los acuerdos entre dirigentes políticos y gremiales. Ni siquiera aunque incluya la imprescindible voz de los líderes y las organizaciones sociales. Debe ser un diálogo en el que nos involucremos también nosotros mismos en nuestros espacios y legarle esa capacidad a nuestros jóvenes.
Pero sobretodo, se debe abordar con la responsabilidad de respetar lo que significa esa palabra diálogo y no desprestigiarla, cuidarla, porque siempre tendremos que volver a ella”.