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Removiendo las montañas

“Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate en el mar’ y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá”. San Marcos 11,23.

Se nos ha entregado el poder para hablar a las montañas. Una montaña es una dificultad o problema que nos ha desbordado o nos cuesta superar. Son montañas, los patrones de comportamiento incorrecto que evitan que nos movamos hacia los planes que Dios tiene para nosotros.

Otras, son las montañas financieras, que nos impiden ponernos al corriente en el cubrimiento de las necesidades. Ni que decir de las montañas emocionales que sabotean el éxito, pasando por el temor, la ansiedad, la ira y la inseguridad; arrinconándonos en sus montañas de envidia, temor, dolor o abandono. Y no olvidemos, también, las montañas de las relaciones que nos estorban el paso y nos mantienen en esas relaciones tóxicas, abusivas o destructivas que nos roba años de paz y tranquilidad.

Aun cuando, a lo largo de nuestra existencia, todos nos enfrentamos a las montañas, algunas casi que inamovibles, pareciendo que nuestras montañas sean tan grandes y permanentes que, en lugar de fe, comenzáramos a operar en el temor de que nuestras circunstancias nunca cambien.

Hay dos aspectos de las montañas que vale la pena revisar: La permanencia y el dolor que nos produce no poder superarlas. ¡De ambos debemos liberarnos! Sobre lo primero, una montaña habla de permanencia, porque representa cosas que son tan grandes que han sido limitantes en nuestra vida durante un largo tiempo, haciéndonos creer que son permanentes.

Cuando creemos eso, esas montañas estarán allí para mantenernos decaídos y evitar que caminemos plenamente en las bendiciones y el gozo de la voluntad de Dios para nuestras vidas. ¡La fe puede liberarnos de las cosas que quieren hacernos creer que son permanentes! Todo lo temporal es susceptible de cambiar. “Las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.

Lo segundo de lo que debemos liberarnos, es del poder del dolor que nos produce no superar las montañas. El dolor tiene el poder de neutralizarnos y recordarnos las experiencias pasadas de fracaso. El dolor nos recuerda lo sucedido y sirve para llevarnos de vuelta al lugar o circunstancia donde nos herimos o lastimamos.

Cuando sufrimos una injusticia, un abuso, una herida; la remembranza de ese dolor nos mantiene limitados, conecta el dolor con el recuerdo para mantenernos neutralizados. Así, cada vez que intentamos progresar, nos encerramos de vuelta en el dolor y nos conectamos otra vez con el pasado. Mientras el dolor esté ahí, continuaremos atrapados en la memoria, llevándonos, vez tras vez, de vuelta a ese lugar, aunque haya sucedido años atrás.

Amados amigos: El punto central que quiero rescatar hoy es, que hablarle a la montaña es crucial para quebrantar la permanencia y romper el dolor. Hay que hacerlo con fe, sin duda en el corazón, sin vacilar, creyendo que se cumplirá lo que se dice, entonces lo que dice le será hecho.

Es tiempo de hablar a las montañas de nuestras vidas y ordenarles que se quiten y se vayan. Utilicemos nuestra voz para hablar la Palabra de Dios y hacer crecer nuestra fe. No podremos mover las montañas, excavándolas con nuestras propias fuerzas, sino teniendo fe en Dios y levantando nuestra voz en su contra: “Montaña de desánimo, de duda, temor, escasez: ¡Muévete en el Nombre de Jesús!”.

Nuestra oración porque toda montaña de dificultad sea removida de sus vidas y podamos disfrutar de su plena gracia y amor. Abrazos y muchas bendiciones.

Por Valerio Mejía Araujo

 

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