Imperdonable tamaña insensatez. Curaron a un chiflado inofensivo que con nadie se metía. ¡Qué vainas! Lo reintegraron al mundo de los cuerdos, es decir, el de nosotros, los que de tal posamos porque nunca hemos mirado embelesados a la luna, como sí lo hacen los locos y los poetas, que de ambos todos tenemos un poco.
¡Qué cosa tan mala hicieron!: lo desprendieron
de un mundo de fantasías y lo aterrizaron bruscamente en la
dura realidad de la vida, la que impera en aquel universo consciente
en donde existen y se sufren las enfermedades, la guerra
y el hambre. Y dicen que está feliz, pero esa dicha le llegará
hasta que descubra que los que no son locos —es decir los equilibrados—
tienen que hacer mercado, pagar los servicios públicos,
la EPS, el impuesto predial y no sé cuántas cosas más. Su
gozo terminará cuando alguien a quien algo le pida, como de
seguro lo hizo infinidad de veces con resultados positivos le
conteste: «Ni loco que estuviera» o: «¿Estás loco?». Porque en ambos hubiera satisfecho su querer —que no iba más allá de una
modesta gaseosa con pan o unas moneditas—, porque ahora con
esa figura de cuerdo que ostenta nadie le va a dar nada gratis y
eso le está pasando por dejar de ser loco, por haber abandonado
desaconsejadamente 36 años de irresponsabilidad que la agresiva
sociedad a la que ha regresado, le había regalado.
Ya no podrá vestir con harapos y tendrá que bañarse y afeitarse
a diario, usar desodorante, peluquearse y tener mucho
cuidado con las uñas. El calzado no podrá faltarle si no quieren
que le digan loco, siendo ya todo un señor cuerdo, asunto del
cual él en verdad no tiene la culpa.
Ahora asumirá su antiguo oficio de albañil y darle duro
al palustre por lo cual, de seguro, recibirá menos ingresos que
cuando ejercía de orate.
Cuando se entere que ya no es inimputable sino un ciudadano
a carta cabal, dueño de deberes y derechos, es decir, de
sus actos y por lo tanto responsable de ellos y sus omisiones
y que las leyes que lo amparaban como si se tratara de un niño
ya son cosa del pasado, de pronto no querrá haber ingresado a
la dudosa e inconsistente lista de los cuerdos. Tal vez podrá
llegar a entender terminachos como Glifosato, pero su mente
ahora normalizada ya no estará —lamentablemente— facultada
para desentrañar los ocultos mensajes de las sombras de la noche.
La luna y sus fases solo le servirán para rudimentarios y
prosaicos pronósticos meteorológicos.
Recibimos a un nuevo cuerdo, es decir, existe por ingreso un
loco menos. Pero igualmente podría suponerse que entre los
chiflados hay un sincero malestar por la pérdida de tan apreciable
cofrade, porque todo al final resulta conforme al lente con
que se vea.
¿Usted despidió o está recibiendo?