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Otra mirada al hombre

Mi columna periodística precedente la intitulé ‘La universalidad del hombre”, en la que traté de hacer un repaso suyo, a las volandas, desde su unidad originaria a la multiplicidad del género –“creced y multiplicaos”-, y quise anotar su fascinante movilidad migratoria, terrena e interplanetaria, que es como uno de sus principales signos característicos.

Ahora deseo repetir, con tantos, que el ser humano, nacido a la manera de un pequeño grano de mostaza, abonado divinamente, es evidentemente la obra maestra de la creación, cuya dignidad es suprema, sobre cualesquiera otras creaturas terrenas.

Constituido para trabajar, dirigir, legislar y juzgar acerca de todo -otro rasgo suyo-, teniendo como fundamento la ley natural, inscrita en la interioridad de sí mismo, dotado de conciencia moral para la realización de sus actos individuales y sociales, su identidad se perturba y oscurece, cuando la contradice el derecho positivo, escrito, que él es capaz de crear. Y esto ocurre con alguna frecuencia.

Desde las tinieblas de los antiquísimos tiempos prehistóricos, opta, en primer término, por civilizarse, es decir, superar el estado de barbarie primitivo y se vuelve un hombre civil, ciudadano, con potencialidad para darse un gobierno comunitario, dotado de fuerza coercitiva, ordenado a la convivencia de todos. Digamos, es la primera conquista social que logra su entendimiento y voluntad.

Después de ello se hace un hombre culto, y con su espíritu superior crea las materias y las formas propias de lo que llamamos y es la cultura, las religiones, las artes, las letras, las filosofías y actualmente remonta las ciencias naturales y exactas de los antiguos griegos, de manera muy relevante, las ciencias modernas, las tecnologías y las técnicas, que tantos progresos biológicos, físicos y astrofísicos, y confort material, ofrecen a la humanidad actual.

Justamente destaquemos sus notables innovaciones, alfabeto e imprenta, en que se constituyen las tecnologías de las comunicaciones, la información y el conocimiento.

Son verdaderamente útiles para el expedito y veloz desempeño de tantas actividades de su vida privada y pública, no suficientes, sin embargo, a la integridad del hombre, pues él no puede ser solamente un accionador robótico, sino ante todo alguien espiritualmente culto, educado para la convivencia pacífica, en “una aspiración a la trascendencia”. He aquí la verdadera tarea a cumplir por gobernantes y gobernados.

La cultura ayuda a crear empatía, que según los profesores Steven Pinker y David Barlow, recientemente de visita en Colombia, revista Semana, edición No 1749, los colombianos estamos necesitados con urgencia.

 

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