Hay temas en los cuales no puede dejar de insistirse. Uno de ellos es el relacionado con el lugar que deben ocupar el debate y las propuestas de los candidatos presidenciales sobre la economía del país.
Este es un asunto en el que la atención de quienes aspiran a gobernar a Colombia tiene que fijarse con particular cuidado, porque, de la manera como se aboque la tarea de conseguir que avancemos en la senda del crecimiento acelerado, dependerá el futuro de una nación desesperanzada.
Así es, aún cuando algunos economistas criollos continúen haciendo cálculos de servilleta con aires de genialidad. Como si algo faltara, el 2017 termina con la noticia de que el impuesto a las empresas en los Estados Unidos bajará del 35 % al 21 %, y se harán las mayores reducciones en las cargas tributarias en 30 años.
Estas medidas convertirán a nuestro principal inversionista y socio comercial en una aspiradora de empresas y recursos, destinados a generar nuevas unidades productivas en suelo estadounidense.
Quienes hoy están asentados en la región pensarán en emigrar, y aquellos que tenían en mente apostarle a Colombia, seguramente, se ocuparán en hacer cuentas para determinar en donde les resulta mejor hacer el esfuerzo.
Por otra parte, si Washington continúa transitando la senda de la elevación de los intereses, esto afectaría las economías que tengan deudas altas, públicas y privadas, por ejemplo, Colombia.
La discusión que se estaba dando internamente tiene que ampliarse e incluir dentro de los elementos de análisis necesarios, indispensables mejor, la reciente decisión que tomó el congreso americano.
¿Vamos a seguir con la idea de que la herramienta central para cubrir los déficits es la palanca tributaria? ¿O, por el contrario, incursionaremos en el mundo de paquetes integrales, audaces, que busquen crear fuentes de recursos nuevos, mediante el nacimiento de empresas y el crecimiento de las existentes, y la generación de más y mejores empleos?
Lo primero hay que dejarlo atrás como opción política, y decidirse a hacer otras apuestas.
Concertación con el sector empresarial, desregulación, desburocratización, lucha integral contra la corrupción, estructura tributaria plana, de tarifas bajas y fácil recaudo, acción eficaz en el combate a la evasión, diplomacia para el crecimiento, diálogo popular, audacia en la definición de incentivos y atractivos a la inversión, seguridades jurídicas a los inversionistas, y creación de un clima sicológico de inversión y creación de empresas, es el camino.
Poner en marcha este conjunto de acciones le corresponderá al próximo gobierno. Con la administración Santos ya no hay nada que hacer. El más reciente anuncio da grima.
Con optimismo digno de mejor causa, o el deseo inalcanzable de aplacar el rechazo colectivo de los colombianos a la política del actual presidente, el señor Ministro de Hacienda anuncia un crecimiento de 2.7 % para 2018.
¿De dónde sale semejante pronóstico, si las palancas siguen siendo las mismas? En caso de ser así, por lo demás, sería mediocre e insuficiente.
Por otra parte, la advertencia en el sentido de que el recaudo tributario bajará 3.7 billones, evidencia que, cuando se suben los impuestos, al final, lo que se recibe, en lugar de crecer, disminuye. Es mejor, a todas luces, recordar las lecciones de John F Kennedy, quien dijo: “bajando los impuestos, aumentando el empleo y los ingresos, podemos incrementar el recaudo tributario y, finalmente, equilibrar nuestro presupuesto”. Algunos, desde luego, le dirían hoy, con inútil soberbia, populista a Kennedy. Ver para creer.