Yo sé que muchos de ustedes no conocieron la historia de este boxeador frustrado que naciera en Fonseca, La Guajira, hijo de Chente Rincones, quien ejerciera el papel de la “All´erta” amedrentando sus moradores en la madrugada tocándoles puertas y ventanas para recolectar fondos y hacerle más agradable el día a los difuntos.
“Pan Cachaco” después de varios majapolazos que le asestaran en los improvisados rines de boxeo en la provincia, canceló ese oficio y se dedicó a la burocracia, en un puesto que le diera Don Pepe Castro en la Alcaldía de Valledupar para recoger cuanto loco llegara a la ciudad y los repatriara lo más lejos posible. Cuanta falta hace cuando la ciudad esta atestada de orates, drogadictos y vagos de distintas nacionalidades, deambulando de un lado para el otro, originando un espectáculo dantesco, donde los miramos con desdén e intolerancia.
Es increíble que las esquinas estén atiborradas de malabaristas argentinos, chilenos con ayudantes colombianos, que hacen cualquier cantidad de dinero para gastárselos en “maracachafa” que se fuman en las orillas del río Guatapurí. Indígenas ecuatorianos con una chorrera de hijos llorando su desdicha y una manada de menesterosos que nos los tiran en las calles del Valle. Pregunto: ¿Quién dice algo? ¿Quién toma decisiones radicales para ponerle un tate quieto a esta invasión de pordioseros que claman la misericordia de todos?
Observamos atónitos días atrás, la intervención que hicieran las autoridades del distrito capital en el sector del Bronx en Bogotá, un ejemplo de abandono institucional y de una sociedad indolente. El estado debe encarar esta pandemia que genera la comercialización de sustancias sico-activas, que se expenden en las puertas de universidades, colegios y en lugares públicos de la ciudad. Casas-expendios donde el microtráfico es denunciado por los vecinos y las autoridades se hacen los locos.
Aquí está la Macarena, un lugar en Pescaíto, parecido al Bronx, donde algunos miembros de la Policía han perdido la vida en mano de los jibaros, que utilizan los niños como sayayines y expenden el bazuco como vender confites. Allí en un área abierta se reúnen gran parte de los drogadictos de la ciudad, igual que en el barrio El Páramo, El Carmen, Nuevo Milenio, Las Torres y la Nevada. La indiferencia hace parte de la negación absoluta al problema.
Ellos son los que roban y atracan por toda la ciudad y van a esos sitios donde los reducidores a cambio, les dan drogas alucinógenas.
Cuando hablamos de seguridad es lógico que tenemos que matar la culebra por la cabeza y uno de los graves problemas que tenemos que abordar es el micro tráfico, porque está minando nuestra niñez. Ellos, están incentivando la adicción brindándoles dulces en las afueras de las concentraciones escolares o en los barrios populares donde viven sin control alguno.
Gobernador, alcalde, porque no dejamos de hacer inversiones jactanciosas que no reflejan las necesidades básicas insatisfechas de nuestras comunidades. Erijamos hermosos centros de formación cultural, en sectores vulnerables, donde se atiendan y se les haga el acompañamiento y se practiquen valores, donde la familia sea centro de atención, donde rescatemos lo nuestro para recuperar identidad, donde se fomente el respeto por la multiculturalidad a través de un trabajo de orientación sicosocial. La tecnología debe ser un factor determinante para insértalos en el mundo, mas no un factor para alejarlos de su propia realidad. Guarderías y todo un complejo de bienes de servicio que les ayude a incorporarlos a la sociedad deben ser prioridad de sus planes de desarrollo.
Involucremos a nuestros líderes en este proceso, a la empresa privada y a la sociedad en general, para que hagamos el verdadero cambio social.
Es mejor dejar de invocar el alma de “PAN CACHACO” y ponerse a trabajar en proyectos de alta inversión social, una plausible labor de rescatarlos para darles el valor que les ha quitado una sociedad indolente.