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No hay vitaminas que los salve

Se dice que en tiempos de antaño, en estas mismas tierras, bañadas por ríos de agua fría, cubiertas por una sabana próspera y rodeada de numerosos picos montañosos, la gente le madrugaba al sol, con pan y café en buche, salían a laborar la tierra y andar los caminos para poner la comida en la mesa. Era habitual las manos llenas de callos producto de labores del campo, la piel tostada y reseca por los vientos veraniegos y una que otra herida producto de cualquier trabajo duro. El cansancio se calmaba con un terrón de panela enmochilado, una arropilla o un bollo envuelto en hoja de mazorca. Las vitaminas se comían al llegar a casa y tenían forma de yuca, ahuyama, arroz volao´, carne salada y dulce de maduro. Los vallenatos vivían largas vidas, muchos llegando a la centena y unos años más, muriendo del aburrimiento que llegaba de tantos años de coger fresco, sentados en mecedoras o meciéndose en chinchorros en los patios de sus terrazas.

Hoy en día, esa raza de vallenatos está casi extinta. Son pocos los que quedan y pueden dar testimonio del trabajo arduo y vigoroso que caracterizaba al hombre y a la mujer de las tierras del Cacique Upar. Hoy caminan por las calles seres endebles tanto física como emocionalmente producto del desarrollo de la civilización y el avance tecnológico del que se nos hizo imposible escapar.

Es común encontrar niños y jóvenes en los consultorios acompañados por sus madres con motivos de mal color, cansancio o debilidad. Niños y jóvenes que no superan los 15 años de edad, en plena etapa del desarrollo que debería caracterizarse por la energía excesiva y el vigor que traen consigo las hormonas. Por tal motivo conlleva a preguntarse si en realidad estamos disminuyendo la calidad de nuestro geno y fenotipo o estamos cultivando una nueva generación producto de la sobreprotección y un exceso de franca flojera física y mental.

Quienes están llamados a ser los relevos de grandes generaciones llenas de personas pujantes, trabajadoras y distinguidas, pasan sus días realizando tareas a medias, postrados por largas horas desde tempranas edades frente a las pantallas de grandes televisores o creando adicciones potencialmente peligrosas a redes sociales sin control. Han sepultado los hábitos de lectoescritura, comunicación interpersonal y actividad física por chats, Fortnite y retos virales sin sentido alguno.

No señores, las nuevas generaciones no tienen deficiencias genéticas, no son inferiores a las anteriores y no carecen de micronutrientes y vitaminas. Simplemente, como humanidad, hemos creado un nicho para ellos en donde la holgazanería, la flojera y el conformismo invaden sus cuerpos. A todos los padres que llevan al médico a sus hijos que no se despegan del celular y no levantan un dedo para cualquier actividad, con motivos de mal color y por cansancio ¡Basta! Para la flojera no hay más remedio que la actividad, el trabajo y el esfuerzo. Para este problema no existen vitaminas.

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Ivan Castro Lopez: