En el mismo viaje a Europa del 2005, en el que conocí a mi mamá alemana, Dorotea, de quien les escribí la semana pasada, conocí a mi mamá belga: Jeanine. La historia es fascinante.
Poco antes de que terminara la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, Alemania, salí de ese país con otra amiga colombiana para conocer Bélgica, Holanda y Francia. La verdad difícilmente veía en ese momento opciones de volver a Europa y quería aprovechar unos días más antes de regresar a trabajar en Bogotá.
El primer destino saliendo de Colonia era Bruselas, Bélgica. Ziegfried, mi papá alemán, nos había dicho que no le gastáramos mucho tiempo a Bruselas y más bien le dedicara más a Brujas. En principio así organizamos el viaje: un día en la capital de la Unión Europea, 3 días en Brujas y luego rumbo a Ámsterdam, Rotterdam, La Haya y Maastricht antes de tomar el tren a París.
Llegamos en tren a Bruselas y me acerqué al punto de atención al turista de la estación central. Allí pedí asesoría para conseguir un hotel en Brujas, a donde llegaría con mi amiga en la noche de ese día. Me dijeron que no me preocupara, que había suficientes habitaciones libres y que me recomendaban más bien llegar allá y elegir un hotel de mi gusto. Quedamos tranquilos y salimos a recorrer Bruselas. La ciudad nos encantó. El centro es hermoso, con plazoletas y edificios antiguos muy bien conservados, ese lugar huele a chocolate todo el tiempo, porque allí venden los waffles -gofres en Castellano- en varios lugares. Su sabor no tiene comparación.
Estuvimos en el museo de Tin Tín y caminamos al palacio real. Los jardines en sus alrededores eran hermosos. Comimos también papás fritas que compramos en un carrito en la calle; ¡espectaculares! Bruselas nos cautivó. Pasó el tiempo a mil, y cuando nos dimos cuenta ya estaba oscureciendo. Corrimos a la estación central para tomar el tren a Brujas.
Cada país en Europa tiene su sistema de trenes y aunque son similares tienen sus particularidades. Yo tenía mis instrucciones a la mano para estar seguro de esperar el tren en el lugar correcto. Por nuestro bajo presupuesto teníamos unos tiquetes que no eran reembolsables y de perder el tren tendríamos que comprar otros.
Una señora de unos 55 años, de pelo mono y que tenía una bufanda del Anderlecht -equipo de fútbol de Bruselas-, me vio tratando de asegurarme de estar en el lugar correcto, se me acercó amablemente, me preguntó si hablaba Inglés y que si necesitaba ayuda. Le dije que sí a ambas preguntas, me aclaró que estábamos en el lugar correcto y que ella tomaría el mismo tren pero se bajaría antes, en Gante.
Quedamos muy tranquilos. Llegó el tren, nos subimos y nos sentamos frente a frente. Ahí me preguntó que si teníamos hotel en Brujas y simplemente le conté lo que me habían dicho en el punto de atención al turista, unas 10 horas antes. Me miró preocupada y me dijo que no era así, que ella hacía muy poco había estado allá y que la ciudad estaba a reventar. Casi me da un ataque, sé que me puse pálido porque ya me veía durmiendo en un parque. Ella cariñosamente me dijo: “…pero pueden quedarse en mi casa esta noche y mañana temprano los llevo a tomar el tren a Brujas; eso sí, deben comprar otro boleto para ese trayecto pero tienen dónde dormir esta noche.”
Mi amiga y yo quedamos atónitos. Cómo sería la cara que le hicimos a la señora, que luego nos dijo: “…pero no se preocupen, tranquilos, si no, no hay problema”. Esta señora que no sabía quiénes éramos y que nos acababa de conocer, nos ofrecía su casa, llevarnos allí, alimentarnos y cuidarnos. Increíble. Obviamente ambos aceptamos su ofrecimiento.
Una hija de Jeanine la llamó mientras íbamos en el tren y le pareció una locura lo que estaba haciendo. Discutieron en Flamenco. Jeanine colgó molesta. Al ver que nada haría cambiar de parecer a su mamá, le avisó a los vecinos para que fueran a vernos y revisaran que todo estaba bien. Llegamos a Gante, tomamos el carro de Jeanine que estaba parqueado en la estación del tren y salimos para su casa. Una vez llegamos abrió una botella de champaña.
Continuará y vendrá la historia de mi cuarta mamá, la española…
Por Jorge Eduardo Ávila