BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
Cuando Gabriel García Márquez, en Cien Años de Soledad, se refirió a Macondo, habló de cómo el mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Semejante forma de mostrar cómo la lengua nos expone a un hecho siempre nuevo, aunque ya en otra parte del mundo se haya inventado.
Esto es posible, porque nuestra creatividad sobrepasa la realidad, porque el hombre caribeño, por su tendencia a carnavalizar la cultura, sigue reinventando la lengua como una forma de mantenerse vivo y sostener nuestra enorme tendencia a reformar lo que ya existe.
Las parrandas vallenatas que se han convertido en patrimonio cultural de la región, han mostrado que además de música y chistes, en este tipo de celebración, el licor es un elemento fundamental para configurarla. Lastimosamente se ha creado un nuevo símbolo que ha llevado a que nuestra ciudad sea vista desde afuera como un lugar en donde el whisky se consume como parte de la cultura, aunque siga siendo una bebida que por excesos en su uso haya causado tantas muertes.
Hoy el Old Parr ha permeado tanto en el imaginario cultural que, desafortunadamente, se ha cumplido la sentencia de la legendaria canción vallenata, Nació mi poesía, de Fernando Dangond Castro, que afirma que: “los niños del pueblo no esperan brisas que eleven su frágil cometa al viento, tan solo esperan el feliz momento, que parrandear sus padres le permitan”. El símbolo equívoco de la mayoría de edad, suele recrearse con una botella de whisky de esta marca en manos de un joven, que incluso antes de cumplir sus dieciocho, con la complacencia de muchos padres que auspician este tipo de comportamiento, bajo la premisa de ser una manifestación cultural, comienza a consumir licor.
El whisky, a pesar de ser una bebida extranjera, hoy se asume como parte de la cultura vallenata y se ha asimilado tanto al imaginario cultural, que se ha rebautizado una de sus presentaciones de litro pasando de llamarse Old Parr, a tomar la nominalización de María Namen, un nombre bastante común en el contexto folclórico de la región.
Nuestra tendencia a carnavalizar la cultura ha hecho que este nombre, que antes representaba a una distinguida dama de la sociedad vallenata, se halla metaforizado, hasta el punto que en estancos y sitios de expendio de licores, con el hecho de pedir una “María Namen” ya se sabe que la aludida es una botella de Old par de un litro y no la dama antes mencionada.
Así las cosas, María Namen, ha dejado de ser un nombre de uso privado, que antes identificaba únicamente a un miembro de la familia Namén, para convertirse en un patrimonio cultural vallenato, manoseado, asimilado y querido por muchos.
Con tanta fuerza ha entrado el nombre de María Namén, vuelto símbolo renovado en el sujeto cultural vallenato, que ha transcendido el ámbito local, para ser de dominio y uso nacional, de tal forma que en muchas ciudades de la Costa Atlántica y otras del interior con masiva presencia de habitantes caribeños, ya se conoce esta presentación del Old Parr de un litro, que de ser masculino en su versión original ha pasado a ser femenino y de apellido Namen.
Ahora Iván Villazón, uno de los cantantes más representativos de Valledupar, se ha atrevido a grabar una canción que ha sido sensación, no por llevar el nombre de María Namen, para referirse a la botella de whisky, sino por la reacción de la que antes era la única propietaria del nombre, quien decidió demandar al cantante por usarlo sin su permiso, desconociendo que después de más de diez años, por prescripción adquisitiva de dominio, el nombre de María Namen ha pasado a ser propiedad y patrimonio cultural de muchos miles de vallenatos.
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