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Manuel Zapata Olivella, encuentro con tres amigos

Rafael Escalona, Juan Muñoz y Manuel Zapata.

El tren traqueteaba en su interminable recorrido, los rieles se deslizaban con un estrépito que hería los oídos, se agitaba  de uno a otro lado en un culebreo acompañado del estruendo del pito de la sirena en cada estación.

Manuel Zapata, el andariego,  joven galeno, iba rumbo a Venezuela, y llega al municipio de La Paz. Iba tras las huellas de su parentela por el lado de su progenitora Edelmira Olivella, blanca de origen español. Es su primo Don Pedro Olivella Araujo quien lo recibe.

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Al conocer sus intenciones, lo animó diciéndole: “No tienes por qué salir de tu patria. Quédate aquí, que yo te garantizo, que nadie se va a meter contigo”. Lo alojó en su casa. Le organizó un consultorio, lo relacionó con parientes y amigos y, como el pueblo carecía de médico, llegó a tiempo para asumir su trabajo.

Esto sucedió en 1949 recién graduado. La situación política que se vivía en Bogotá no le era favorable.  La Facultad de Medicina quedaba en el centro y el mismo día de su grado hubo toma del parlamento a mano armada. Temeroso, aborda el primer tren que partía en ese entonces de la calle 13, sin poder recoger sus pertenencias.

En La Paz, el pueblo jamás imaginado por él, encontraría un mundo de fantasías donde logró realizar muchos de sus sueños. La acogida familiar, la amabilidad de la gente, las buenas costumbres.  Pletórico de felicidad dos años más tarde le escribe e invita al fotógrafo Nereo, su compañero de estudios en Cartagena, denominado por él hermano de infancia y de sueños, para que viniera a conocer “El Paraíso”.

Así denominó a esta gran Provincia. Impresionado por la música y sus intérpretes, Zapata le escribía a Nereo diciéndole que “como por arte de magia” todo el conjunto con su embrujo tocaban melodías de la música vallenata, cuyas letras narraban con un encanto muy personal los sucesos de la comarca, interpretadas en acordeón, guacharaca y  tambor. Lo invitaba a participar en un reportaje gráfico.

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Por estos tiempos el joven Rafael Escalona visitaba La Paz con frecuencia. Estaba enamorado de Marina Arzuaga ‘La Maye’. Aprovechaba para reunirse con Miguel Canales, amigo de parranda, tío de Marina. Rafael Escalona conoce  en casa de María Calderón  al médico  Zapata Olivella.

Llega otro amigo de la edad juvenil, Gabriel García Márquez, con quien compartió como estudiante de Derecho en la Universidad Nacional. Para superar el abatimiento que le produjo que su novela   ‘La Hojarasca’  no hubiera sido escogida por Guillermo de Torre en el programa de Editorial Losada, para entrar al mercado de Colombia con autores colombianos, vino a su paraíso de Valledupar,  tratando de escarbar sus raíces, en un mundo que no le sorprendió porque todo lo que ocurría lo gozaba, la gente que le presentaban era como si ya lo hubiera vivido.

Después del rechazo de su novela pudo conocer a Julio Cesar Villegas, quien había renunciado de la Editorial Losada, y lo habían nombrado para Colombia en la Editorial González Porto como vendedor a plazo de enciclopedias y libros científicos y técnicos.  Tuvo una primera cita con él en el  Hotel del Prado.  

Dice ‘Gabo’ que salió trastabillando con un maletín de agente viajero atiborrado de folletos de propaganda y muestra de enciclopedias ilustradas, libros de Medicina, Derecho e Ingeniería.  

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Había aceptado convertirse en vendedor de libros por cuotas en la Provincia de Padilla, desde Valledupar hasta La Guajira. Era esta una  expedición mítica, en busca de sus raíces, tras el itinerario romántico de su madre Luisa Santiaga, programado por los abuelos Tranquilina y el Coronel Nicolás Márquez, para ponerla a salvo del telegrafista de Aracataca, lo cual se redujo a dos breves y rápido viajes a Manaure, La Paz y Villanueva.

Las parrandas de Escalona,  con su juventud y galantería, narrando los acontecimientos y episodios de la Provincia, preservando la tradición de los cantos de Lorenzo Morales, Emiliano Zuleta Baquero, Francisco ‘Pacho’ Rada, Juan Manuel Polo Cervantes, Tobías Enrique Pumarejo, Samuel Martínez y Germán Serna Daza, eran para Manuel verdaderos e imborrables recitales cantados e interpretados con guitarras, en especial la de Alfonso Cotes Queruz, acordeones, caja y guacharaca que se difundían como polvorín. No tardó García Márquez en traducirlas a crónicas con música de paseo y merengue interpretadas por hombres abrazados a un acordeón.

Manuel, con ojo de antropólogo y folclorista, descubría que los cantos vallenatos traducían  comportamientos, costumbres, hábitos de un pueblo, pensamiento que compartió con su hermana Delia, dedicada a la conformación de grupos de danzas de La Paz, San Diego y poblaciones aledañas.

No tenían inconveniente en viajar a pie cuando la chiva de Chiche Pimienta no estaba en servicio. Era un deleite cruzar el río Chiriaimo. Escuchar las melodiosas interpretaciones de los acordeones y los variados estilos e intérpretes Leandro Díaz, Carlos Araque, Juan Manuel Muegues, Juan Pablo López (padre de los Hermanos López), Antonio Sierra, reconocido decimero y guacharaquero, Fermín Pitre de Fonseca y la caja embrujada de Crisóstomo Oñate “Pichocho” fue el puntal definitivo para idear la conformación de un grupo musical.

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Una serenata a Alfonso López Michelsen sirvió para abrirles un espacio de la Emisora Nueva Granada. Éxito radial que continúan con su hermano Juan en ‘La Voz de la Víctor’ con el programa La Hora Costeña. Regresa a La Paz donde de inmediato entró a su consultorio una delegación musical integrada por Rafael Escalona y Juan López a invitarlo a ‘La Tomita’, sitio de encuentro de bohemios procedentes de Valledupar, San Diego y La Paz.

Escalona acentuaba su romanticismo atraído por la belleza de las mujeres de estos pueblos y seguía componiendo hermosas canciones y crónicas. Gabriel García vuelve a Barranquilla con un acervo de conocimientos que enriquecen su obra literaria. El médico y antropólogo no fue ajeno a la presencia cercana de algunas etnias en la serranía de Perijá, las que visitaba en compañía de Nereo, de lo cual resultó un estudio fotográfico sobre los motilones y yukos, poco conocido en la región. En La Guajira visitaron un asentamiento wayuu.  

Manuel Zapata también se deja atrapar por la belleza de María Pérez, con quien sostuvo un romance en  1953, que inspiró al maestro Escalona a dedicarle la canción de su autoría ‘La golondrina’, en momentos en que parte hacia centroamérica  a cumplir una misión, ir tras la búsqueda de sus raíces en la raza afro de Estados Unidos.

Muchas lágrimas salieron/ cuando yo le dije así / me duele porque te quiero/ ay! pero ya me voy de aquí / y yo no me puedo quedar/, sigo vagando por la vida/ lo mismo que la golondrina/ que nadie sabe a dónde va (bis)

Con Edelma procrea  sus dos únicas hijas: Harlem Segunda y Edelma Inés, antropóloga egresada de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Por: Giomar Lucía Guerra Bonilla

Categories: Crónica
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