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Los muy vivos

P E R I S C O P I O

Por: JAIME GNECCO HERNANDEZ
Por hoy, descansemos de los políticos antes que nos volvamos locos,  lo que no es improbable tal como van las cosas de la oposición actual y hablemos algo de algunos comerciantes que, en términos generales, se comportan exactamente igual que los políticos, pues, como ellos, están convencidos que los demás somos tontos y que los únicos que disponen de caletre son ellos. Lo hacemos para que la gente se ponga las pilas y no se deje “tumbar”por éstos señores.
Varias veces vimos por Tv la propaganda de un horno eléctrico y electrónico que según decían, era una maravilla pues hacía de todo al tiempo, cocinaba varias cosas simultáneamente, en menos tiempo que lo común, se lavaba solo,  etc,. Pedimos uno y nos vino en una gran caja y efectivamente, en poco tiempo cocinaba la carne, el pollo o el pescado a los que dejaba limpios de grasa mientras trataba las papas y las verduras de la ensalada, su manejo era tan fácil que hasta yo mismo me aventuré alguna vez a utilizarlo, quedando realmente satisfecho.
Estaba orgulloso con mi aparato que tenía una garantía de un año y justamente, una semana después de cumplida ésta, dejó de funcionar; primero llamé a Bogotá para que me informaran de algún taller que aquí tuviera convenio con ellos para que me lo arreglaran, pero me dijeron que no tenían, luego salí de mi cuenta a buscar quien lo arreglara y tampoco conseguí, pero un mecánico me dio el diagnóstico: se le dañó el dispositivo electrónico y es irreparable: hay que cambiarlo.
Volví a llamar a Bogotá y me contestaron que no, que ellos no tenían taller de reparaciones y tampoco repuestos, que si quería tener el horno, debía comprar otro; por lo que me despedí temporalmente del aparato pensando que algún día volvería a E.E.U.U. o sabría del viaje de algún familiar o amigo y entonces buscaríamos el repuesto ya que no era cuestión de poner ninguna demanda para ponerme a segregar adrenalina, coger rabia, subírseme la presión  y al fin no conseguir nada pues así es Colombia, Pablo, dijo Rojas a Neruda; confiemos en el tiempo, pues la tintura de tiempo todo lo resuelve, para bien o para mal, pero lo resuelve y como no hay mal que dure cien años…
Un día sonó el teléfono, identifiqué la llamada y me apresuré a contestar: era una llamada de la entidad que me había vendido el horno, donde un “cachacalpeople” lo más meloso, se deshacía en elogios  para mi persona y que en reconocimiento a eso, me iban a hacer un regalo. Yo escuchaba los ditirambos y medio sonreído, pensaba en dos refranes: “alábante pollo y mañana te guisan” y “ cuando la limosna es grande, hasta el Santo desconfía” aprendidos y analizados en los vericuetos de la vida cuando uno, aunque no quiera, debe tratar con cierta clase de gente con la cual no se identifica porque somos agua y aceite.
Luego de los elogios, vino la proposición que según decía el hombre, sólo tenía como motivo el hecho de favorecerme ya que ellos reconocían mi mala suerte al dañarse mi horno sólo una semana después de vencida la garantía,aclaro que esto sucedía más de un año después de dañarse el horno; ellos sabían la fecha de compra y la del daño y querían recompensarme de la manera siguiente: yo les enviaría el horno dañado más una cantidad en efectivo y ellos me enviaban un electrodoméstico que era una maravilla, servía para cocinar cualquier cosa, yo les dije que lo enviaran y cuando yo lo recibiera, enviaba el horno y la plata. Aceptaron.
A los dos o tres días apareció la maravilla, un electrodomestiquito, que tenía dos sitios como para hacer dos huevos fritos, pero tenían que ser de perdices enanas, porque entre  los dos sitios no cabía un huevo de gallina normal, yo lo miré, me sonreí de nuevo y le dije al emisario: dígales que no hay negocio, que muchas gracias, y se fue. Esperé tres días y no llamaron, al cuarto los llamé yo y les dije que después de tener yo mi horno no me conformaba con nada, que era una persona de edad que comía a horas irregulares, cuando me daba hambre; a esa hora, la que fuera, prendía mi aparato y me hacía la comida, cómo me iban ellos a dejar sin mi aparato, que por favor les pedía que facilitaran su arreglo de alguna manera. Mi interlocutor se quedó callado y creí que me había colgado; lo llamé varias veces y me contestó para decirme: Don Jaime, anote éste teléfono para que llame y diga que va a enviar la tapa del horno para que en nuestro taller diagnostiquen y digan cuánto vale el arreglo. Así lo hice; después me llamaron para decirme el valor del arreglo y hoy está de nuevo el horno en casa prestando servicio. Cuando me acuerdo, me sonrío un poco y recuerdo la frase de profunda filosofía y humanidad del Ñato Desiderio: “En la cama en que los bacanes duermen, éste gil hace la siesta”.

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