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Los ídolos tienen pies de barro

EL TINAJERO

Por: José Atuesta Mindiola

Los personajes famosos viven bajo la lente fisgona de los fotógrafos especializados en farándula. A estos expertos en rebuscar noticias delicadas se les conoce como paparazzo (y en plural, paparazzi); palabra de origen italiano que aparece después de la película La Dolce Vita, de Federico Fellini. Paparazzo quiere decir “mosquito” y entre los niños se motejaba con ese nombre a los que hablaban atropelladamente, como el zumbido de un mosquito, y eran muy inquietos, nerviosos, molestos.
El objetivo de los paparazzi es husmear, rastrear y develar secretos, situaciones privadas o errores de  personajes públicos. Y en ocasiones esos errores, que son pequeños lunares o salidas de ratones, los paparazzi en su difusión masiva los convierten en gigantes elefantes.
Cuando el personaje público es un artista, para sus fanáticos adultos es un ser humano, admirado por sus excelsas virtudes y pequeños defectos; pero para los fanáticos niños es ídolo, un modelo a imitar. A esta condición de personaje-ídolo de los niños y de la juventud, la sociedad le exige comportamiento de buen ciudadano y fomento por el respeto de los valores humanos.
A los ídolos se les exalta hoy, pero mañana es factible que se les vitupere. Dice la sabiduría popular que los ídolos tienen pies de barro, por eso deben posar sobre el pedestal de la honradez y la decencia, porque en cualquier desliz la lluvia puede destruirlos.
Las acciones íntimas, los gustos personales,  son exclusivos de cada persona  y merecen total respeto de los demás; pero los actos públicos de un personaje, que inciden de una u otra manera en la sociedad, el público tiene competencia para aprobarlo a desaprobarlo. Un político que haya sido elegido para gobernar, debe tener un comportamiento respetuoso de la ley, del manejo transparente de los recursos, de la honestidad para cumplir con eficiencia sus propuestas y proyectos. Si su comportamiento es contrario e ineficiente,  merece la crítica y la desaprobación social. Amén de las denuncias e investigaciones de los entes de vigilancia y control fiscal.
El comentado caso del artista Silvestre Dangond  en Patillal, a quien personalmente admiro por sus cualidades de cantante, no amerita trascender en los recintos judiciales, pero es necesario que el artista pida una disculpa pública, no solamente al niño, porque ya lo hizo, sino al país, que lo admira, escucha su música  y la baila.
Tampoco se necesitan los aduladores que pregonen que es por envidia, que muchos quieren acabar a Silvestre. Todo lo contrario, a Silvestre lo quiere el país. Las dos grandes cadenas nacionales de televisión, (RCN y Caracol), respectivamente le han brindado espacios: primero “Se Busca interprete” y ahora, “Un minuto para ganar”. Las ferias, los carnavales, los festivales, los clubes, grandes empresarios, programas radiales…, todos están pendiente de su música.
Una recomendación que este artista prodigio del canto vallenato debe acoger de manera responsable, es no consumir licor en la tarima ni presentarse en estado de alicoramiento. El canto es su trabajo, hágalo en sano juicio, en sus cabales de sobriedad. Aprenda a disfrutar el placer de cantar sin necesidad de emborracharse, para no caer en ridiculeces. Después con sus amigos y en sitios privados, habrá tiempo para las parrandas.
A manera de epílogo, transcribo un fragmento del poema “Monólogo de Consuelo Araujo”, muy oportuno con el artículo:
“Afortunada de no tener pies de barro anduve sobre los estambres de la lluvia para embellecer los designios de la muerte. Generosos han sido ustedes conmigo. Los elogios son alas para la levedad del espíritu. La pureza es virtud de los ángeles. Fui luz intensa en mis aciertos y débil sombra en mis errores. De luz y sombra, somos todos. Quemadura y esplendor son las dos caras del sol para el lente inquisidor del ser humano”.

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